La Creación

Y primero la Vida despertó, y dijo: "He aquí el lugar donde he de crear". Y al volver el rostro observó a su hermano, la Muerte. Y él le respondió: "Pero todo lo creado ha de tener un final"

27 de noviembre de 2011

Una historia en pocas palabras

¡Saludos viajeros!

Estamos muy emocionados. Mientras seguimos trabajando duro con el libro Sangre de Hermanos (actualmente estamos trabajando en los capítulos 6, 7 y 8, así que el trabajo va lento pero sin pausa), hemos preparado una pequeñita sorpresa.

Queríamos hacer algo especial antes de mostraros el primer capítulo del libro Sangre de Hermanos. Y se nos ocurrió hacer algo que últimamente está de moda a la hora de promocionar libros, un Book Trailer. Para quién no sepa que es, se trata de un vídeo a modo de trailer cinematográfico y donde se mezclan imágenes (fotografía o dibujos), música, animaciones visuales y/o clips de vídeo.

Durante el día de ayer y parte de hoy, hemos estado de lleno en ello. Para ser el primero, creo que no ha quedado del todo mal. Aunque se puede mejorar y quizás más adelante haya más. Por el momento, mientras seguimos escribiendo el libro, os dejamos con éste. Comentadnos qué os parece, nos hace ilusión. ¡Gracias por vuestras visitas y apoyos!





23 de noviembre de 2011

Náugrago - Sober

Saludos de nuevo, viajeros de Erthara!

Hoy os traemos una nueva sección, y aunque al principio quizás no os resulte tan cercana, hemos pensado que con ella podríais ir conociéndonos mejor.
Hace poco completamos la información sobre "Los Autores", la cual quizás nos ha costado más que muchas de las palabras que hemos plasmado en la obra. Y es que hablar de uno es tremendamente difícil, siempre se quedan cosas por decir, o cosas que no sabemos cómo expresar. Por eso, ésta sección os dará una idea más cercana a nosotros. "Lo que nos inspira" servirá para poneros poemas, canciones, historias, que por una u otra razón nos sirven de inspiración o nos recuerdan a Erthara por algo.
Y para inaugurarla, os traigo una canción que me han descubierto hace bien poco, pero que me encanta, porque me recuerda una de las historias de amor que se desarrolla en los libros (no puedo decir más, al menos aún). Se trata del tema Náufrago, del último disco de Sober llamado "Superbia", y que está lleno de canciones maravillosas con cierto aire épico.
Antes de dejaros la letra de la canción, aprovecho para contaros que próximamente haremos una entrada donde colgaremos íntegro el primer capítulo del libro "Sangre de Hermanos". Esperamos que os guste!



Náufrago (Sober)
Fue tal vez una historia incapaz de olvidar,
de las que siempre acaban con un oscuro final,
sueños que se han roto y otros que se partieron por la mitad,
labios que están secos pero aún siguen inquietos por querer besar.

Te seguiré esperando, un año, un siglo, la eternidad,
mantendré encendido el fuego, por si piensas venir.

Naufragaré contigo, y unidos conservaremos nuestro calor,
y juntos emprenderemos una ruta sin destino, un romance en el camino,
y al anochecer el viento hará recordar.

Lucharé hasta que pueda conseguir el vencer este miedo a no poder saber de ti,
y esta batalla loca no encaja su derrota para lograr decir que aquí...

... te seguiré esperando, un año, un siglo, la eternidad,
mantendré encendido el fuego, por si piensas venir.

Naufragaré contigo, y unidos conservaremos nuestro calor,
y juntos emprenderemos una ruta sin destino, un romance en el camino,
y al anochecer el viento hará recordar.

Naufragaré contigo, en la isla del olvido, en la isla del perdido,
y unidos conservaremos nuestro calor.

Naufragaré contigo, y unidos conservaremos nuestro calor,
y juntos emprenderemos una ruta sin destino, un romance en el camino,
y al anochecer el viento hará recordar.

13 de noviembre de 2011

La Prueba del Sauce

Saludos, viajeros de Erthara!
Siguiendo la estela del anterior post, queremos compartir con vosotros un nuevo fragmento del primer capítulo del libro.
Esperamos que os guste, y agradecemos de antemano cualquier comentario que nos queráis hacer.
Muchas gracias como siempre por seguirnos!



© Susana Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).

El magnífico sauce, alto y esbelto, con las ramas cayendo lánguidamente hasta alcanzar el suelo, permanecía imperturbable en las inmediaciones del riachuelo. No era un sauce cualquiera. Al contrario, era un ejemplar muy especial. Un muchacho de cabello castaño, mirada desafiante y ojos grisáceos como la bruma del mar, se encontraba atado a aquel sauce. A su alrededor, todo era silencio y quietud, apenas rotos por el suave rumor de las hojas de los árboles mecidos por la brisa de la mañana, como una madre que despierta poco a poco a su retoño.
Llevaba atado al sauce tres días con sus tres noches, con el bosque como único testigo de su soledad. La noche había sido llevadera, incluso refrescante. Pero las horas de sol, calurosas, asfixiantes, habían resultado insoportables. Los mosquitos que habitaban el riachuelo cercano habían dado buena cuenta de su piel y de su sangre. Su cuerpo, completamente desnudo, se hallaba cubierto por miles de pústulas endurecidas y restos de sangre seca. Sus brazos, sujetos por las muñecas hacia atrás en torno al tronco del árbol, estaban adormecidos; apenas sí los sentía. Las cuerdas se habían incrustado en su piel, tanto en las muñecas como en los tobillos y las rodillas; el menor movimiento involuntario era como una tortura. El estómago del muchacho estaba seco de tanto necesitar agua y comida.
«El sauce es un árbol cuyas hojas caen, esbelto y delgado, y su fortaleza y flexibilidad pueden contra toda adversidad.»
Los primeros rayos del sol de aquel día habían amenazado con calentar el ambiente todavía más. Sin embargo, cuando el astro completó su viaje ascendente hasta el cenit, el esperado caluroso día se volvió gris; vinieron las nubes y cubrieron el cielo. Apenas dos horas después ya estaba lloviendo.
—¡Maldición! —murmuró ofuscado. El tiempo, que lo había martilleado con un calor espantoso los días anteriores, ahora cambiaba al extremo opuesto: una fuerte lluvia que no hacía más que golpear sin piedad su piel herida.
«No todo sucede cómo queremos y debemos aprender a adaptaros a las circunstancias. El sauce rebrota cuando lo cortan.»
Todo formaba parte de una prueba para la que se había preparado desde el mismo momento de su nacimiento, la prueba del árbol. Todos los elthalântar compartían esencia con el espíritu de un árbol, y él lo hacía con el sauce, tal como había sido revelado en el ritual de la marca de la ortiga, al poco de nacer. Sin embargo, en ese último ritual, atado a su árbol, el individuo debía ser capaz de descubrir por sí mismo el vínculo más íntimo que le unía al ennar. El día en que había sido atado a aquel sauce le parecía tan lejano como el mismo día de su nacimiento, cincuenta años atrás. Había olvidado ya el rostro de sus seres queridos y de aquellos que le habían traído hasta ese lugar. Lo que no había olvidado eran las palabras pronunciadas antes de ser abandonado a su suerte en aquel lugar recóndito del extenso bosque, a muchas millas al norte de las fronteras de Elerthe.

—Deryan Datharal Anasal Silwinene —había dicho de forma solemne uno de los sacerdotes—, ¿estás preparado para demostrar que has alcanzado la cumbre de la sabiduría de nuestro pueblo y que comprendes el don otorgado por Eda?
¡Claro que lo estaba! Se había preparado durante años para aquella prueba. Largos años de enseñanza, meditaciones y rituales, cientos de rituales. Se hallaba completamente preparado, tanto física como mentalmente para superar aquello y más, y convertirse así en alguien importante. Pues Deryan, primogénito del Daltha Ayaral, líder de los elthalântar, estaba destinado a ser alguien importante en la sociedad de su pueblo.
Antes de responder, contempló el esbelto sauce que se erguía solitario en la orilla del riachuelo, con sus hojas de color verde brillante y el tronco rugoso y agrietado. Según decían había brotado allí el mismo día del nacimiento de Deryan, por lo que estaba unido a él de una manera íntima. Sin embargo, para él solo era un árbol cualquiera.
Tras pronunciar las estrofas del ritual, los sacerdotes le desvistieron, le ataron al árbol y abandonaron el lugar, dejándolo solo, con el único amparo del bosque y del sauce.
Deryan echó un vistazo las ramas del árbol que caían sollozando hacía el suelo formando una especie de cortina protectora que seguramente le resguardaría del sol diurno. El eltha estalló en una sonora carcajada, vanagloriándose de su buena fortuna.
—¡Voy a tener suerte! —exclamó el muchacho.
Sabía que otros compañeros suyos no habían sido tan afortunados como él, pues los árboles a los que habían sido atados, debido a su morfología, no les habían protegido del sol. Lo que no sabía en ese momento, es que su buena suerte no iba a ser tal. Los dioses le castigarían por su alardeo. En los días siguientes, un viento cálido llegaría desde el gran desierto de Madaha’b, en el sur, haciendo que la cortina formada por las ramas del sauce no fuera suficiente para evitar que el astro amarillo golpeara con fuerza la piel desnuda del muchacho.

A media tarde, el cielo cesó de descargar agua, dejando un ambiente fresco que alivió en alguna medida el castigado cuerpo del muchacho. Aquello era señal de que el verano se había ido y el otoño, con su triste melodía, ya les visitaba. Deryan cerró los ojos y se percató de que apenas había dormido desde que había sido apostado en aquel tronco rugoso. El dolor no cesaba. No solo el dolor físico, sino el mental, aún más insoportable. Si aquella prueba requería un gran aguante físico, el esfuerzo psíquico que se necesitaba para resistir sin enloquecer era si cabe mayor.
«Solo un poco más», se dijo al notar que la muralla de su psique empezaba a romperse.
El sol continuaba su viaje hacia las costas del oeste, al otro lado de las montañas, cuando las alucinaciones llegaron. Las largas y flexibles ramas del sauce parecieron fundirse en una sola, gruesa, áspera, con pequeños vástagos en forma de dedos largos y finos. Como si fueran serpientes, se enredaron alrededor de su cuerpo, en torno a su pecho, privándolo del aire. Intentó soltarse, pero las cuerdas que lo aprisionaban se estrecharon aun más en torno a sus muñecas y sus tobillos, y sintió cómo su carne desgarrada se abría. Notó algo húmido bajo sus pies y comprendió que se trataba de un charco de sangre. De su sangre. Finalmente el sauce extendió uno de sus dedos y lo incrustó a través de la nuca, atravesando su cabeza en sentido ascendente. Deryan sintió un dolor tan intenso que creyó que su cabeza iba a estallar.
«Los sauces somos unos árboles más fuertes de lo que aparentamos, nuestra fortaleza y flexibilidad pueden contra toda adversidad».
El dolor, tan pronto como había llegado, cesó. Deryan pensó que, en ese momento, formaba parte del mismo árbol y que ahora era la savia del árbol la que circulaba por sus venas cansadas y débiles. Perdió la consciencia y dejó de sentir nada.
Despertó cuando el sol acababa de perderse en los pliegues del horizonte, al caer al fondo de las aguas del Océano del Dragón. Había varias sombras en torno a él y su cabeza parecía latir salvajemente. Se encontraba entumecido y no sentía los brazos ni las piernas.
Dos hombres ataviados con las túnicas verdes características del sacerdocio elthalânta, se acercaron hacia él y comenzaron a desatarle. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para soportar el dolor que le produjo el separar la cuerda incrustada en sus heridas. Cuando miró a su alrededor se encontró con unos ojos que le resultaban conocidos, los ojos amables de su madre, Tawarene, que le contemplaban con ternura. A su lado estaban su padre, Ayaral, denotando orgullo en su rostro, y sus dos hermanos menores, Thira y Neltehis, éste apenas un niño. Cerca de ellos, se hallaban algunos de sus amigos y compañeros durante su enseñanza: Bret, Vinisul, Garlas y Kirne. Así, al ver a sus seres queridos, se sintió reconfortado.
Cuando terminaron de desatarle, Deryan notó un hormigueo en los pies y cayó al suelo, incapaz de mantenerse en pie. Los dos sacerdotes lo levantaron y lo sostuvieron.
—¿Qué es el sauce? —le preguntó una voz firme pero suave a la vez.
El eltha lanzó una mirada fugaz al árbol al que había estado unido todos aquellos días.
—El sauce es mi espíritu, yo soy el sauce y él es yo. Dos espíritus unidos en la adversidad. —Su voz era ronca, apenas un susurro, y tenía la boca reseca, con los labios agrietados y llenos de costras.
La verdad que se expresaba en sus ojos fue la señal de que había superado con éxito la prueba. Ya era un elthalânta en todos los sentidos de la palabra.

Alguien le acercó entonces un cuenco con agua, muy fresca, y por fin pudo beber. 

7 de noviembre de 2011

La Prueba del Lobo Gris

Saludos, viajeros de Erthara!

Hoy traemos algo sumamente especial. Como ya sabéis, estamos trabajando en la primera parte de la novela, y aunque últimamente se nos han complicado un poco las cosas, parece que al final podemos enseñar algunos primeros avances.
Es por eso que hemos decidido compartir con vosotros algunos fragmentos del primer capítulo, para que podáis haceros una idea de por donde irá la historia, y para poneros un poco también los dientes largos.

Esperamos que os guste!!


© Susana Ocariz y Sergio Sánchez Azor (Reservados todos los derechos).

Agazapado entre dos rocas, escudriñó en la oscuridad de la noche sin lunas, hasta vislumbrar la sombra, más densa y profunda, que permanecía inmóvil delante de él, y se estremeció.
Esperó pacientemente hasta que la tenebrosa figura comenzó a moverse muy despacio, acercándose a él. Aquél era su momento. Sabía que no podía dejar pasar la oportunidad. Percibió el brillo de unos ojos grises justo delante de él, y sintió como sus propios ojos azules se nublaban tratando de contener las lágrimas.
Llevaba tres días y tres noches siguiendo al lobo. El lobo que era su onnar, su espíritu, la esencia animal que habitaba dentro de él. Y, en esos tres días, había comprendido que aquel lobo era algo más importante aún que todo eso. Era su igual, su hermano. Un animal solitario, sin familia, sin manada, intentando abrirse camino a dentelladas ante la crueldad de la naturaleza, y así poder encontrar un territorio propio donde formar un hogar, quizás con una pareja igual de solitaria que él. Aquel lobo era su propio reflejo en la naturaleza y, durante tres días, había sido también su única compañía, su único amigo. Sin embargo, ahora había llegado el momento de sellar el vínculo. Había llegado el momento de matarlo.
Con una pequeña daga como única arma, debilitado como se encontraba tras tres días de ayuno, Ewen apenas podía mantenerse en pie. Sin embargo, el miedo al fracaso, al deshonor y la vergüenza, le impulsaban. No temía a la muerte. Si su lobo finalmente vencía y él moría, su espíritu sería honrado por todo su pueblo. En cambio, si el lobo escapaba y ambos vivían, significaría que su espíritu no era digno de él y se convertiría en un magar, un excluido, un paria.
Estaba cerca. Tan cerca que podía escuchar su respiración pausada e incluso sentir su cálido aliento. Recurriendo a todo su valor, Ewen saltó por encima de la roca y cayó pesadamente sobre el enorme lobo. Tan pesadamente como podía hacerlo un niño de diez años. La primera puñalada fue casi tentativa. No quería matar al lobo, aunque sabía que tenía que hacerlo. El aullido lloroso del animal al sentirse herido traspasó su corazón, pero también consiguió que el lobo luchara con más fuerza por revolverse y liberarse de su atacante. Logró girarse, por lo que el muchacho tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para evitar que sus enormes fauces se cerraran en torno a su cuello. Las garras del lobo arañaban su cuerpo, tratando de escapar, de defenderse, de matar, mientras él intentaba una y otra vez de asestar la puñalada mortal. Una de las zarpas del animal desgarró profundamente su piel, desde el hombro bajando por su pecho, y no pudo evitar gritar de dolor. Su sangre se mezcló con la del lobo, mientras éste seguía mordiendo sus brazos, sus manos, hasta que finalmente, con dos rápidos movimientos, asestó no una, sino dos puñaladas en el cuello del lobo, que sollozó nuevamente.
Así acabó todo. El lobo malherido quedó tendido en el suelo, de costado, nuevamente inmóvil, y él se sentó a su lado, con la respiración agitada y el pecho ensangrentado subiendo y bajando rápidamente, sin saber muy bien qué hacer. Fue entonces cuando fijó su mirada en los ojos del lobo moribundo. Se contemplaron un instante. Ewen se acercó hasta él y finalmente lo cogió en brazos y lo acunó, como si fuera un niño, mientras volvía a clavar el puñal en el corazón del lobo para evitar que sufriera más de lo necesario. Lágrimas amargas cayeron por su rostro; un llanto desgarrado se apoderó de él. Él, que nunca lloraba. Pero esta vez lo hizo por su soledad y la de aquel amigo que acababa de matar.

Así lo encontraron a la mañana siguiente los Sacerdotes Layamar cuando fueron a buscarlo. Abrazado al cuerpo del lobo gris muerto, con una mirada desafiante en sus ojos azules y el rostro manchado de barro, sangre y lágrimas secas. No dejó que nadie lo tocara y, en contra de lo que la tradición del ritual dictaba, él mismo enterró al lobo. Desde aquel momento, el vínculo estaba sellado y aquel lobo viviría para siempre en su interior…

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