Sobre Erthara

15 de enero de 2024

Un mundo gris (relato)

Una mujer despierta después de mucho tiempo y Erthara ha perdido el color...


La escritora "tejedoradesueños" en twitter propone retos literarios. Comparte una ilustración y sugiere el reto de darle vida literariamente en unos pocos tuits. Los iremos colgando también en este blog, para quien los quiera leer. ¡Vamos con el de hoy!

UN MUNDO GRIS #Dagaspunzantes




Aquella mujer había dormido durante un siglo y Erthara había cambiado mientras tanto. Una luz trémula arrojaba sus destellos entre sombras macilentas en un mundo que se había vuelto gris.
    Ahora no había nada. Solo guerreros sin espadas, monjes sin plegarias, sanadores sin medicina. Personas absortas en conversaciones vacías. Silencio donde antaño hubo algarabía. Erthara parecía estar sumida en un letargo, como si la existencia hubiera perdido su esencia.
    A lo lejos lo vio. Alto, regio, de cabellos negros, esperándola al pie de un pequeño templo circular, de esbeltas columnas.
    —Me traicionaste —dijo ella cuando se detuvo a unos pasos de distancia de él.       —Tuve que hacerlo. —Le tendió la mano—. Ven, siéntate a mi lado.
    Subieron al templo por unas escaleras de tramo corto. Encerrados entre columnas había dos tronos, de plata, uno; de oro, el otro. Dos tronos para dos hermanos eternos. Ella tomó asiento en el dorado. Él hizo lo mismo en el plateado.
    —Hubo una vez una niña —contó él—. Su cara poseía la alegría del alba. Mejillas sonrosadas, un precioso lunar cerca de la boca. Aún recuerdo su rostro horrorizado cuando la daga le perforó el corazón. Aún veo el miedo en sus ojos cuando se esfumaba su sonrisa radiante. Pero era mi trabajo. Le habías dado vida a un bebé en otro rincón del mundo.
    —Somos los dioses del Equilibrio —susurró ella, aún enfurecida.
    —En otra ocasión dos enamorados iban a consagrar sus vidas. Tuve que invitarlo a él a abandonar Erthara y dejar en ella un profundo dolor que taladró su alma. Tantas vidas quitadas… A ti te tocó la mejor parte, hermana mía. Por cada vida que creabas, yo tenía que destruir otra. Por eso hice lo que hice. Ahora no nace nadie, pero tampoco nadie tiene que morir. Ya no hay dolor ni miedo.
    —Ni felicidad —apostilló ella—. Debe haber vida, pero también muerte. Todo debe tener un final, ¿recuerdas?
    —Te dije eso al despertar. Pero… esto me ha pesado como una losa desde entonces.
    —Hermano, debes deshacer esto. Pero podemos hacerlo de otra manera esta vez.

Sentada en el alféizar de la ventana, la mujer pelirroja observaba el bullicioso interior de aquella taberna. Risas despreocupadas, canciones animadas y gritos entusiastas. Se deleitó con aquel ambiente festivo hasta que el posadero empezó a desfallecer por el agotamiento. Entonces, como un fantasma, se escabulló hacia el interior del local. Nadie se percató de su presencia, excepto él. Dos jarras estallaron en mil pedazos en el suelo mientras el posadero se llevaba las manos al cuello. La angustia se vistió de azul en su rostro.
    En otro lugar, un hombre regio y alto, de pelo negro, mecía a un bebé en sus brazos. El primer llanto del recién nacido coincidió con el último espasmo de vida del posadero. El color había vuelto a Erthara, y la vida y la muerte volvían a unirse en una danza eterna.

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