Se acerca el fin de año y, desde Erthara, queremos daros las gracias por el apoyo que nos habéis dado desde que este blog vio la luz en agosto. Muchas gracias por todo, porque saber que estáis ahí, leyéndonos nos da fuerza para seguir. Os deseamos una feliz entrada de año y que en el 2012 podáis cumplir vuestros sueños. Aunque ya ha pasado el día de navidad, queremos compartir con vosotros un pequeño cuento de navidad. No está ambientado en Erthara como los dos relatos anteriores de Ávaram, sino que está ambientado en nuestro propio mundo, más concretamente en Noruega. Esperamos que os guste, ¡hasta el año que viene!
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En una pequeña aldea al pie del Kebnekaise, montaña situada en la región de la península escandinava conocida como Laponia, y a aproximadamente 80 Km de la actual ciudad de Kiruna, en Suecia, los aldeanos me contaron una leyenda según la cuál la región está maldita desde hace milenios a causa de un suceso que ocurrió cuando el mundo era joven...
En aquél entonces, la aldea era muy pequeña y apenas contaba con un centenar de habitantes. Dedicada a la cría de ganado, era una aldea humilde y pobre. Durante la mayor parte del año los hombres del pueblo subían a los húmedos prados de las altas montañas a llevar a pastar a sus animales y sobrevivían como podían al frío que imperaba en las cumbres de las montañas y sorteaban los difíciles obstáculos que el hábitat gentilmente les ofrecía. Cuando empezaba a apretar el frío y aparecían las fuertes nevadas, los pastores bajaban al pueblo para pasar allí el invierno, proteger al ganado de las heladas e impedir que murieran de frío.
De esta suerte, podían celebrar con sus familias el solsticio de invierno y la fiesta de la lucha del bien y del mal mediante el culto al Iggdrasil, el Árbol de la Vida, donde se decía reinaba el espíritu de la diosa madre. Esta tradición de rendir homenaje a un árbol aún se practica en la aldea. El mencionado árbol es el único que apenas se ve afectado por la llegada del invierno y sus hojas no caen sino que ennegrecen a causa del dominio momentáneo del mal lo cual, según la creencia de los lugareños, no es algo negativo sino que posibilita el equilibrio de las fuerzas. Mediante el culto en el solsticio de invierno, se impide que el bien, sometido por el mal, desaparezca.
Cuando pasaba el invierno y las primeras nieves iban dando paso a la primavera, los pastores se despedían de sus familias y regresaban al monte, a pasar el año en las montañas. Entre esos pastores, había uno de renombre por su valentía y suspicacia. Se trataba de Jus, un hombre bajito y rechoncho pero risueño y vivaracho, de pocas palabras y grandes recursos. Dirigía a la cuadrilla de pastores y siempre sabía cuales eran los mejores pastos y la mejor hierba para los animales. Tenía dos hijos y una envidiada esposa, que se dedicaba a hacer utensilios de madera.
Ocurrió que en un año en el cual las fuertes nevadas se adelantaron un mes antes del solsticio de invierno, el grupo de pastores tuvo que volver. Justo entonces llegó a la aldea un mensajero de las aldeas del otro lado de las montañas que reclamaban leche y alimentos para ellos pues el frío estaba acabando con su ganado y la población se moría de hambre. En la aldea se negaron a aventurarse por el fuerte frío que se instalaba en la región pero Jus se armó de valor y, junto a unos pastores que le siguieron, llenó dos trineos con alimentos para los pueblos de allende de las montañas y, de esta suerte, partió. Mientras desaparecían entre la nieve, prometieron volver para el solsticio de invierno y la fiesta de la Diosa-madre.
Fueron pasando los días y no había noticias alguna de Jus y del resto de hombres que fueron con él. Hasta que llegó el tiempo del invierno, cuando los días son más cortos y las noches más oscuras y una sombra se extiende bajo el cielo sin luna. Y en el día del solsticio de invierno, todos los aldeanos fueron al sacrosanto bosque donde se celebraba la fiesta en honor a la Diosa-madre, en torno al Iggdrasil, que se hallaba en el corazón del bosque. Ese día la sombra del invierno se atrevía a ocupar el valle donde se erguía la aldea y las estrellas arrojaban una luz blanca y fría. En el sacrosanto bosque unas antorchas se dispusieron para iluminar a la diosa y honrarla como la tradición indicaba. El ritual que iba a tener lugar en aquél lugar se repetía año tras año desde que el mundo era joven y siempre estaban presentes todos los habitantes de la aldea. Pero ese día, había cinco habitantes que iban a faltar. La esposa de Jus rezaba a la diosa en silencio para que su esposo volviera sano y salvo y pudiera celebrar las fiestas de invierno con sus seres queridos.
La sacerdotisa, tras aguardar un tiempo prudencial de espera, dio comienzo a la celebración. En ese momento, apareció la compañía de pastores que meses atrás partiera a llevar los alimentos al otro lado de las montañas.
Tras este ritual se celebró que Jus y la comitiva de pastores habían regresado sanos y salvos a la aldea con un exquisito banquete. La música y la alegría hicieron acto de presencia. Mientras de fondo la música se mezclaba con los regocijos y la algarabía de los aldeanos, Jus le contaba a su familia como se había desarrollado la aventura al otro lado de las montañas. Sin embargo, Niels, el hijo mayor del pastor notó cómo su padre no daba muchos detalles y qué cuando se le preguntaba sobre algunas cuestiones intentaba desviar la conversación. Durante toda la velada, Niels estuvo contemplando los ojos de su padre sin que éste se diera cuenta. Y notó en ellos algo que le turbó. Pues los ojos de su padre habían perdido vida y una sombra los cubría. Pero de este hecho, nada dijo Niels y durante un tiempo calló.
Sucedió que, de pronto, un viento gélido se levantó del norte, era un aire frío y asfixiante que condujo a los asistentes a la fiesta a un mundo de pesadumbre y mal augurio. Este viento traía consigo un remolino de polvo que rodeó al bosque.
Cuando dos meses y aún más hubieron transcurrido desde la llegada de Jus a la aldea, un niño cayó muy enfermo por unas simples diarreas. Sin embargo, cuando parecía que era una enfermedad sin importancia, dos días después se debatía entre la vida y la muerte. Desde que había empeorado, la sacerdotisa lo atendía en la pequeña cabaña donde ella vivía. El muchacho estaba en un terrible estado de shock convulsionado por estremecedoras sacudidas de dolor. Lo único que decía es que le iba a estallar el estómago de dolor. Por la boca no dejaba de vomitar sangre y el sudor empañaba su estrecha frente. La sacerdotisa no podía hacer nada por calmar el padecimiento del niño y su estado se agravaba por momentos.
Entre los gritos de su madre, el pequeño finalmente murió días después.
Mientras, en las altas cumbres de las montañas, un pastor había empezado a sufrir unos terribles dolores en todo el cuerpo acompañados de una fuerte subida de la temperatura corporal. Más tarde le aparecieron unos abscesos en el cuerpo. Dos días después, debido a que otros dos pastores se contagiaron de la misma enfermedad, la compañía de pastores tuvo que regresar al pueblo.
Se dice que a partir de aquellos sucesos iniciales una terrible peste se instaló en la aldea traída por el viento gélido y maligno que había aparecido el día del solsticio de invierno, decían. La sacerdotisa habló de esta manera a sus aldeanos:
- Indudablemente, la diosa está enfadada con nosotros por alguna razón que no alcanzo a vislumbrar. Posiblemente, la fiesta del solsticio no fue del agrado de ella y nos castiga. Por eso, la llegada de la primavera y del resurgir de la madre naturaleza será diferente y la diosa se sentirá orgullosa.
Todos en el pueblo aplaudieron a la sacerdotisa entusiasmados. Sin embargo, un día antes de celebrar la llegada de la primavera, la mujer cayó enferma a causa de la terrible peste y murió. La llegada de la primavera fue la más triste época en el pueblo. Allí decían que en verdad la diosa no estaba enfadada, sino que había sucumbido a la oscuridad del invierno.
Cuando el verano llegaba a su fin, más de la mitad del pueblo había perecido a causa de la peste que asolaba la aldea. Y Jus cayó enfermo. Mientras se debatía entre espasmos de dolor y una sangre negra brotaba de sus orificios nasales, pidió hablar con su hijo Niels. Así, a las puertas de la muerte, cuando ya todo estaba perdido para él, Jus le contó a su hijo qué había ocurrido en verdad al otro lado de las montañas y cómo él y los suyos habían traído la peste al pueblo.
Conducidos por Jus, llamado el Mayoral, la partida de pastores de la aldea se había dirigido a las montañas con el cargamento de alimentos y leche en los trineos. Habían ido al norte intentando bordear las altas montañas para encontrar un desfiladero que les condujera al otro lado. Unas espesas nubes se habían empezado a extender en el cielo. Muy larga y lenta había sido la escalada por el alto terreno y muy dificultosa la marcha pero el desánimo no había acudido a ninguno de los cinco. Cuatro días hubieron tardado en alcanzar el otro lado de las montañas. Cuatro largas y agotadoras jornadas bajo el frío y las terribles nieves.
En el ancho valle que había aparecido a sus ojos se extendía un vasto y espeso bosque donde se ubicaba las aldeas que reclamaban leche y alimentos. Ellos nunca habían estado en aquél lado de las montañas.
Una vez ya en el pueblo, habían encontrado cobijo en la casa del Cacique del bosque.
De esta suerte, se habían enterado de la larga contienda que el pueblo mantenía con una raza que vivía en el interior del bosque, los que llamaban Alaf, una raza de seres delgados y deformes con largas cabelleras. Durante mucho tiempo habían vivido en armonía pero en los últimos tiempos las relaciones se habían vuelto hostiles. Los Alaf habían atacado sus ganados y sus tierras y el pueblo no podía hacer nada para frenar su ataque. Ellos querían echar al pueblo del bosque porque según ellos era suyo. Para ello, contaban con terribles poderes mágicos.
Jus había decidido quedarse un tiempo para ayudar a distribuir los alimentos entre la población. De esta suerte, él y los otros cuatro habían asistido el día de la celebración de la Asamblea para decidir qué iban a hacer. Algunos decían que era mejor rendirse y emigrar a otro lugar.
- Me niego a abandonar la tierra donde nací- dijo uno- Nosotros tenemos derecho a este bosque igual que ellos.
Se produjo un tumulto de opiniones y voces. Todos estaban de acuerdo en que no querían abandonar el bosque pero algunos querían huir para evitar las represalias de los alaf. De repente, el Cacique pidió silencio
- No hace falta que dejemos nuestras raíces- y lo dijo de un modo que dio miedo.
Levantando la cabeza, contempló los ojos de cada uno de sus compatriotas con una mirada inquisidora. Y entonces relató su plan, su traicionero y vil plan para vencer a sus enemigos. Un propósito que horrorizó a Jus y que lo envolvió en un designio de imprevisibles consecuencias.
Pues al día siguiente, en la temprana hora de la mañana cuando el ruiseñor con su canto recibe al sol, un mensajero partió al interior del bosque a llevar un recado del Cacique del Pueblo a los alaf: el pueblo se rendía y lamentaba que las relaciones entre las dos razas no hubieran sido mejores; por ello, el pueblo dejaba esa misma mañana el bosque. Con el mensaje el Cacique enviaba algunos presentes para la raza del bosque: leche y frutas para aliviar las pérdidas ocasionadas a causa de la guerra. Sorprendidos, los alaf acogieron los regalos con recelo. Sin embargo, subidos en sus árboles, los delgados y bajos seres contemplaron con sus propios ojos como una comitiva partía del pueblo dejándolo desierto e inhabitado.
De esta suerte, los regalos fueron repartidos entre los alaf. Estos alimentos eran los que días antes Jus había traído de su aldea. Sin embargo, cuando los alaf mordieron las frutas que les habían ofrecido, éstas se pudrieron en sus manos y descubrieron que estaban envenenadas. De estas manera, ocurrió la infame traición del Cacique, fingir que dejaban el bosque y envenenarlos para apoderarse de aquellas tierras. Cayeron en la trampa y, a causa de ello, perecieron.
En lo alto de una colina cercana, Jus y los otros pastores escucharon impasibles y avergonzados como en el bosque unos desgarradores gritos de dolor sobresaltaban a las aves que huían presa del horror que en ese momento atezaba al bosque. Entonces, de repente, una voz se elevó por entre los gritos e hizo temblar el suelo bajo los pies de Jus.
- ¡Oh, ruin y despreciable raza! Nos habéis destruido de una manera cruel e indigna. Hemos caído, mas yo, Öeresn, hechicero del bosque, auguro que el mal y la oscuridad inundará vuestra raza. Convoco a todos los espíritus y a todos los poderes de la naturaleza que os creó para que una maldición caiga sobre vosotros: condenados estaréis a regalar y recibir regalos una vez al año en la época en la que las nieves y el frío lleguen en recuerdo al día en el que matasteis a una raza.
Jus se arrepentía de no haber hecho caso al mal augurio del hechicero y haber encerrado a su pueblo en aquella maldición. Antes de morir le pidió a su hijo que hiciera lo posible para que su gente cumpliera con la imprecación y, así, desapareciera la peste que asolaba a la aldea.
Durante un tiempo después de la muerte, Niels estuvo pensando en qué hacer para realizar lo que su padre le pedía. No quería que su pueblo supiera la verdadera historia. Pero entonces tuvo una magnifica idea.
De esa suerte, cuando llegó el día de solsticio de invierno, él se hizo cargo de la celebración en honor a la diosa. Pocos eran los que estaban dispuestos a honrar a la diosa porque creían que ésta les había abandonado. Pero Niels los convenció para que fueran al sacrosanto bosque donde se celebraba la fiesta en honor a la Diosa-madre, en torno al Iggdrasil, que se hallaba en el corazón del bosque. Ese día las nubes cubrían el cielo en un aspecto expectante. Cuando los aldeanos llegaron al árbol sagrado se encontraron con una sorpresa. Al pie del árbol, había un montón de objetos envueltos cuidadosamente en hojas.
- Hay regalos para todos- dijo sonriente Niels- ¡Feliz día de Solsticio! ¡Qué el bien venza y regrese a nosotros!
- ¿Por qué nos regalas esto, Niels?- se atrevió a preguntar una niñita, que en realidad hablaba por todos.
- He de decir algo que ocurrió la noche pasada. Durante mi sueño, una mano cálida me despertó. Era una mujer a la que no pude distinguir con claridad a causa de la oscuridad de la noche. Con voz dulce me dijo que era la diosa-madre. Me pidió una cosa para poder librarnos de esta peste que asola nuestro pueblo desde hace meses. Me rogó que en el primer día de invierno, cuando la honramos con el rito del árbol sagrado, nos hagamos regalos los unos a otros. De esta manera, nosotros mismos estaremos creando el bien en la aldea y a ella le resultará más fácil vencer al mal en invierno.
Aún sorprendidos, algunos se fueron acercando al árbol y fueron cogiendo sus regalos hasta que al final todos tenían presentes. La niña que había hablado primero se acercó a Niels y le acercó su bufanda de lana.
- Ten, tu regalo.
De esta manera, lo que en principio era algo aciago y maldito, Niels lo transformó en un acontecimiento brillante y hermoso como las hojas doradas que caen en otoño. Cada año, en el solsticio de invierno, los habitantes de la aldea se reúnen en torno al Iggdrasil para dar y recibir regalos y así ayudar a la diosa a vencer a la oscuridad del invierno. Y para la mayoría es la fiesta más ansiada y más importante del año. Y desde entonces Niels es venerado con honores porque gracias a él la peste abandonó aquél valle. Se dice que su eterna alma es quién pone los regalos en el árbol cada año. Actualmente se le conoce como Santa Klaus.
© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).