La Puerta Bendita. Parte 2.
© Susana Ocariz y Sergio
Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).
El tiempo apremiaba. La Puerta Bendita había sido atacada. Darlak dejó
la espada en la mesa de nuevo y buscó una vaina para colocarla. Después de equiparse, se dirigió de nuevo a la casa. Sin embargo, la anciana no estaba allí. Tampoco había signos
de que Caragan o su esposa hubieran regresado así que, sin perder más tiempo, abandonó la casa. Fue cuando comprobó que su caballo ya no estaba allí.
En el exterior, se encontró con una aglomeración de fuego, casas derruidas y una gran
exaltación. La gente corría mientras el ejército invasor arrasaba lo que
encontraba a su paso. Pudo comprobar, a lo lejos, que los soldados que custodiaban la
torre se organizaban para la defensa. Una lluvia de flechas cayó cerca de
Darlak, que cayó en la cuenta que no había tomado ningún escudo para
protegerse. Divisó una tabla de madera al lado suyo y la cogió para protegerse
de las flechas que estaban cayendo en ese momento. Escudándose con la
tabla, intentó huir.
Varios trasgos se opusieron en su camino y tuvo que hacerles frente. La
espada silbó en la distancia. Los golpes fueron certeros, seguros y rápidos y
los trasgos cayeron a sus pies. Con el ánimo ascendiendo a medida de que se hallaba inmerso en la guerra, Darlak saboreó la sensación de haber sesgado la vida
de aquellas tres asquerosas bestias.
De repente, un grupo de hombres se dirigió hacia
él. Los hombres lo rodearon y le apuntaron con las lanzas. Vieron sus
ropas y comprendieron inmediatamente que no era de allí.
—¿Quién eres tú? – inquirió el que parecía ser el jefe. Un hombre con
rostro tostado y mirada de pocos amigos.
—Darlak Marbail. A su servicio, señores —informó sonriendo, como quien encuentra unos compañeros para pasar la ir a tomar una
pinta a la taberna.
—Uno de esos asquerosos caballeros de la
Alianza. —El que hablaba era el de mayor rango. Sus oscuras ropas, con líneas
plateadas, diferentes a los de los demás, así lo indicaba—. Éste lugar nos
pertenece ahora.
—Es una manera poco noble de conseguir
unas tierras —replicó Darlak, consciente de que se estaba jugando la vida.
—¿Cómo osas hablar así al general? — preguntó otro
hombre situado a la derecha del jefe de aquella cuadrilla.
—¿No creéis que es normal que no responda con
educación a mi oyente cuando él ni siquiera se ha presentado y yo lo he hecho
gentilmente? Si sé algo de buenos modales, creo que uno debe presentarse
primero.
—Veo que te gusta provocar.
—Un gusano engreído como él merece la muerte, Artan. —El soldado situado a su derecha empezó a lanzar una serie de
insultos para ridiculizar a Darlak mientras reía. Sus compañeros lo secundaron
en las carcajadas
Poco a poco, las risas fueron subiendo de volumen,
así como el mal gusto de los insultos hacia Darlak. Éste se limitaba a mirar
con diversión contenida.
—Ya basta — ordenó Artan—. La
suerte de este sujeto la decidiré yo. Pero antes…—casi dejó escapar las
palabras, dirigiéndose ahora a Darlak— si tu deseo es que me presente, entonces
me presentaré. Mi nombre es el Artan Horoul, general de las tropas del duque
Bolged. Creo que habrás oído hablar de él.
—Bienvenido seáis a estas tierras. —Darlak arqueó
las cejas al tiempo que sonreía a Artan. Sí que había escuchado hablar del
Duque Bolged. Según tenía entendido, una serie de desavenencias con el rey de
la ciudad de Nalais, había provocado que el duque Bolged hubiera sido acusado
de traidor a Kelthist y expulsado de las tierras de la Alianza varios años
atrás. Al parecer, se había abastecido en
el extranjero de un gran ejército para su venganza, quizás ayudado por los
bárbaros del norte o de los Señores de Angh, al este—. Sin embargo, creo que no
necesitáis más guerreros, así que si fuerais tan amables me gustaría marcharme,
tengo muchos asuntos que resolver y el tiempo apremia.
Artan empezó a reír, sus carcajadas eran tan sonoras que se levantaron
por encima de los pocos gritos que quedaban. De repente, y mientras el general
invasor seguía riendo, una lluvia de flechas empezaron a caer sobre ellos y el
soldado situado a la derecha de Artan cayó víctima de una de ellas. Viendo a su soldado muerto a su derecha, Artan hizo sonar un cuerno de guerra para llamar al resto de sus hombres desperdigados por la villa.
Los arqueros estaban resguardados tras una masa de árboles cercana por lo que Artan y sus hombres se afanaron en combatir a los recién llegados. Se dirigieron hacia el
bosque mientras la lluvia de flechas seguía cayendo sobre ellos. Envalentonados, pecaron de imprudentes
poniéndose al alcance de los arqueros; varios de los hombre de Artan fueron víctima de las flechas. Entre tanto, el resto de sus hombres llegó desde el otro extremo del pueblo para ayudar a su general. Traían con ellos antorchas de fuego.
Darlak había aprovechado la confusión creada para huir de sus agresores. Pero se percató tarde de una
presencia que había tras suya. Ladeó la cabeza hacia atrás y se encontró con un
rostro rechoncho, de ojos negros y piel clara.
—¡Me alegra saber qué estas vivo, Darlak! —exclamó
el recién llegado con una sonrisa de oreja a oreja el recién llegado. Se
trataba de Caragan, que además de guerrero, era caballero—. He organizado un ejército para defendernos del ataque de
los intrusos. Veo que llevas tu magnifica espada. Sin duda fue un honor para mí
forjarla de nuevo. Pero no sé como Bettie supo dar con ella entre tanto enredo
que tengo en la herrería. Disculpa que no estuviera en casa pero ya sabes que
este ataque nos ha pillado a todos de sorpresa.
—Bettie no estaba en casa, me recibió tu abuela.
El rostro de Caragan se transformó con un gesto de
sorpresa
—¿Mi abuela? Yo no tengo abuela.
—Entonces, ¿quién era la anciana que había en tu
casa?
Antes de que pudiera responder, un sonido los
alertó de improviso. Volvieron la cabeza y entre la maleza apareció un caballo
blanco, de elegante porte y grácil aspecto. El freno y las bridas también
aportaban ese halo de elegancia al caballo que le confería una esencia
atrayente. Un caballero cabalgaba a los lomos de semejante corcel, una figura
vestida con una capucha que dejaba escapar unos cabellos dorados. El jinete paró
a pocos metros de donde estaban ellos y entonces Darlak pudo ver el preocupado
rostro del recién llegado. Unos ojos miel le miraron durante un instante y el
caballero comprobó que se trataba de una mujer. Caragan se acercó a ella y la
ayudó a bajar. Las lágrimas aún surcaban el terso rostro de la muchacha.
—¿Qué ocurre, Dama Eleil?
—La llegada de refuerzos enemigos ha mermado a nuestro
ejército. Estamos luchando con todas nuestras fuerzas pero… —La mujer se abrazó
al herrero mientras intentaba vencer la desesperación para poder relatar lo
sucedido—. Él ha combatido como un héroe. Él lo ha querido así.
—No entiendo lo que ha pasado. ¿Dónde está Liarot?
—preguntó Caragan, temiendo la respuesta de la joven.
—Liarot pidió encargarse personalmente del general
de las tropas enemigas. Ha sido asesinado—. Eleil les contó que las cosas se estaban poniendo muy mal. El ejército
enemigo era mucho más numeroso y las fuerzas defensoras habían perdido un gran
número de sus hombres. Los árboles ardían y eso había producido que varios de
los arqueros subidos a los árboles hubieran sucumbido con el fuego. Liarot, el
jefe de los arqueros y amante de la Dama Eleil por lo que supo después, había
sido muerto por Artan—. Creo que no vamos a poder recuperar la torre. La batalla está perdida.
—No, no debemos ceder. —Caragan aún quería seguir
luchando hasta que no pudieran más.
—No contamos con la suficiente fuerza como para
hacerles frente. Creo que no hay nada que hacer. La Puerta ha caído —dijo
Eleil en un tono de desesperación—. Creo que
ya no podemos hacer nada por estas tierras al menos por ahora. Liarot me ha pedido antes de morir que avise a Nalais y a Tylevost, porque serán los próximos objetivos.
—Está bien —asintió Caragan—. Avisaremos a las ciudades
principales de la Alianza para que procedan a la preparación de la defensa de
la misma. Darlak, ¿puedes viajar a Nalais a avisar a su rey?
—Sólo hay un pequeño problema, he perdido mi
caballo en medio de la confusión del ataque.
—Yo te llevaré, mi caballo es lo suficiente veloz
como para llegar cuanto antes a Nalais— informó Eleil—. Partiremos
inmediatamente. Sube, caballero.
La mujer saltó a la grupa del caballo y, después de despedirse de
Caragan, Darlak hizo lo mismo. El blanco corcel, sacudiendo la cola, dio un brinco
y empezó a galopar, hacia el sur, como si del viento se tratase. En ese mismo
momento, como producto de una ensoñación, Darlak escuchó una melodiosa voz.
Eleil estaba cantando. Su voz era preciosa y se propagaba haciendo frente al
cortante viento.
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