Sobre Erthara

18 de febrero de 2012

Cuentas Pendientes

¡Salud, viajeros!
Hoy continuamos con la serie de relatos que narran acontecimientos ocurridos en el este de Aranorth en una época en que varios países estaban en guerra entre ellos. En este relato, tras la batalla narrada en el relato "El Poder del Dragón", los caballeros Darlak y Eleil son conducidos a las Casas de Curación. Esperamos que os guste!
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Darlak fue conducido por fin a las Casas de Curación de Nailis. Y junto a él fue llevada la joven Eleil, que se había herido un brazo. Las Casas de Curación de Nailis eran una auténtica maravilla arquitectónica y estaban protegidas por guardias de tal manera que, aunque fuese una noche sin luna ni estrellas y el encargado de evitar los guardias fuese un maestro, le costaría mucho entrar en el edificio. Se hallaba en el tercer nivel de la ciudad y se accedía a ellas a través de una senda que empezaba en las viviendas y continuaba por el bosque. Aquellos días los enfermeros estaban a rebosar, muchos eran los heridos que tenían que atender después de la batalla.
El caballero fue recostado en una de las mejores camas, cerca de una ventana donde el aire purificador entraba sin trabas e impedimentos. Estaba perdiendo mucha sangre y la herida del abdomen era muy grave. Mientras le curaban cuidadosamente las dos heridas, tanto la del hombro como la del abdomen, quedó dormido en un sueño intranquilo, en un sopor que lo sumergió en imágenes de desaliento y horrores. Las pesadillas lo estuvieron acechando con sombras oscuras e incordiantes.
Al tercer día despertó, sudoroso, sobresaltado. Notó una mano en su frente e intentó girarse de forma que pudiera ver quién le estaba atendiendo pero un dolor profundo le recorrió el cuerpo.
—Bienvenido al mundo de la vigilia, Darlak —La voz femenina era dulce y contundente al mismo tiempo. Eleil pasaba un paño húmedo por la frente del caballero con la mano que no tenía herida. Darlak vio que tenía el brazo izquierdo sujeto con una venda—. Tenía el hombro dislocado —explicó Eleil al ver que se fijaba en su hombro herido—. El dolor fue insoportable, pensé que me iban a sacar el brazo.
Estuvieron riendo mientras ella le contaba cómo le habían curado la dislocación del hombro. Estaban solos en aquella habitación, tan acogedora y limpia que hacía sentirte cómodo. Las enfermeras que atendían a Darlak se habían retirado hacia una hora más o menos, y Eleil había pedido quedarse por si el capitán se despertaba.
En el exterior, la tensión continuaba. Nada se sabía del ejército de Tet Wup y el rey Eartan seguía en el norte vigilando la frontera. Igalin había viajado a visitar a su esposa Annamel a Ostalel sabiendo que Darlak quedaba en buenas manos.
***
Al siguiente día, Eleil encontró a Darlak gritando en espantosas pesadillas.
—¿Qué le ocurre? ¿Por qué no deja de gritar? — le preguntó la mujer muy preocupada a quién estaba atendiendo en ese momento a Darlak. Un rostro bastante preocupado se giró hacia ella.
—Hay algo que le está matando por dentro, Eleil —Igalin intentaba curar el mal que recorría el cuerpo del capitán.
El herido no dejaba de sangrar y el estado de shock en el que se encontraba le hacía debatirse entre espantosas convulsiones y escalofriantes gritos de dolor. La fiebre era muy alta y no habían conseguido reducírsela. Igalin había venido esa mañana de Ostalel.
—El veneno que portaba aquella flecha es muy potente porque ni siquiera mis poderes están consiguiendo hacer nada por su estado — Igalin estaba sudando a mares al hacer un esfuerzo especial por concentrar todo su poder y ayudar a su amigo.
—Tienes que poder, Igalin Sulet. No merece morir aún —Eleil estaba desperada y posó sus dos manos en los brazos de Darlak —¡Despierta Darlak! ¡Despierta! ¡Despierta! —La mujer sentía mucho aprecio por el que había sido su compañero de batallas desde que se encontraran en la Puerta Bendita, al norte, tiempo atrás. El haber tenido que luchar juntos durante la guerra que envolvieron las tierras de Alianza de Kelthist antes de la batalla con Tet Wup, había creado una camarería entre ellos dos. Ahora la mujer temía por la vida de Darlak.
Viendo que el joven no reaccionaba a sus súplicas y mientras Igalin intentaba con su poder transformado en luz blanca curarlo, Eleil empezó a llorar y sus lágrimas cayeron sobre el rostro inconsciente del caballero.
—Despierta, no te mueras — Eleil seguía llorando aferrada al cuerpo inmóvil del caballero.
Igalin, exhausto, se echó hacia atrás.
—Creo que finalmente…—dijo Igalin mientras se retiraba el sudor de la frente —Creo que finalmente nuestro querido Darlak está fuera de peligro.

***
Eleil contemplaba absorta el cielo que en ese momento descargaba una capa fina de agua. Había pasado unas semanas desde que Darlak había salido fuera de peligro. Y en dos días sería dado de alta. El caballero ya se encontraba bastante bien y había pedido salir de las Casas de Curación unos días atrás. Sin embargo, Eleil lo obligaba a descansar. En ese momento, acababa de dejarlo durmiendo.
Se hallaba en unos jardines escondidos en la parte trasera del gran edificio. Llevaba un rato allí, en su soledad. De repente, notó una daga en el cuello.
 —¡Al fin te atrapé! —dijo una voz a su espalda.

Eleil intentó zafarse de su agresor pero no pudo. Le tenía atrapada por la cintura con uno de los brazos y con el otro sujetaba la daga que tenía puesta en su cuello.
—Hueles bien, bella flor del bosque —susurró su agresor—. Siempre me gustaste, siempre me atrajiste con tu dulzura y tu belleza. Pero él se me adelantó.
A pesar de no poder ver con certeza quien era, la mujer reconoció su voz.
—Suéltame o juró que pagarás caro tu osadía, Artan – amenazó ella en alta voz, deseando que alguien se percatará de su difícil situación. En ese momento, ella odió al hombre que le tenía atrapada. Poco había sabido de él. Fue amigo de Liarot pero por su actitud y creciente ambición fue expulsado de la Orden de Caballeros de Kelthist y poco supieron de él hasta aquel día en que lo vieron capitaneando uno de los ejércitos enemigos que estaban asolando aquellas tierras. Pero Eleil lo odió más cuando acabó con la vida de su amado Liarot en la Puerta Bendita.
Artan empezó a reír. Había planeado que su ejército entretuviera a los guardias cuando él vio a la joven entrar en las casas de curación. Necesitaba estar a solas con ella. Pero sin esperar aquella reacción, Eleil le propinó una patada y consiguió desprenderse de él
—¡Maldita!
Artan se lanzó rápido como el rayo y la agarró al tiempo que alzaba su arma hacia ella. Eleil vio como el arma descendía en un arco rapidísimo con el objetivo de hundirse en su pecho. Justo en el momento en que parecía irremisible su final, una espada detuvo el golpe. La joven aprovechó para huir.
El agresor vio con asombro el rostro de quien había parado el golpe.

— ¿Tú?
Durante unos instantes ambos se evaluaron detalladamente. Darlak se rió al ver el rostro de sorpresa de su adversario. El caballero se sintió contento de poder medir sus fuerzas al fin con aquel mísero hombre, un aumento de la adrenalina le hizo encenderse furia guerrera. Decidió que haría pagar a aquel miserable por la osadía de colaborar en aquella guerra contra el reino, de haber acabado la vida de Liarot y de intentar lo mismo con Eleil.
—Darlak…—susurró Eleil.
—No podía estar  más tiempo en la cama. Y me he dado el alta yo mismo —afirmó sonriente.
Artan estaba encendido de rabia pero no dudo en prepararse para el ataque. Dio una patada, no con la intención de golpear al joven, pues sabía que la esquivaría estando en esa posición, si no para conseguir un espacio de tiempo para sacar su espada que dirigió hacia su rival. Darlak paró el primer golpe, y el segundo, pero el tercero fue un golpe ascendente que por poco más de un centímetro no le desgarró la cara. El caballero contraatacó y obligó a su enemigo a irse hacia atrás. Entonces sacó un pequeño cuchillo arrojadizo dispuesto a lanzársela a Darlak mientras le atacaba con la espada. Se lo lanzó y el cuchillo fue a clavarse al hombro del joven pero éste logró ladearse a tiempo. El arma apenas le hizo un corte en el hombro. El caballero volvió a atacar con su espada y su enemigo le detuvo el golpe. Se sentía en plenas facultades después de aquellas semanas convaleciente.
Ambos manejaron sus armas a la perfección, produciendo pequeñas chispas en cada choque, que saltaban al ritmo del repiqueteo del metal chocando a toda velocidad. El ir y venir de las espadas apenas podía ser seguida por Eleil, que miraba como hipnotizada ese duelo mientras la lluvia mojaba su cuerpo.
Artan mantuvo el orgullo pero sabía que su situación era crítica. Era consciente que había sido una imprudencia infiltrarse en la ciudad en busca de ella. Pero desde hacía varias semanas vivía obsesionada con ella. Él siempre había tenido debilidad por ella pero debido a eso se había dejado atrapar fácilmente.

La lluvia había parado pero el suelo estaba embadurnado y comenzó a perder consistencia, convirtiéndose en un terreno difícil donde el control de los propios movimientos era algo casi más importante que el controlar todos los movimientos del contrario. El arma de Artan describió un arco descendente, y la espada de Darlak paro el golpe cruzándose sobre la cabeza de este, para iniciar un contraataque fulgurante, que no encontró resistencia, ya que el otro ya se había echado para atrás cuando Darlak inició el movimiento. Entonces Darlak comenzó una evolución de estocadas, que gracias a la supremacía de la espada con la que contaba, le permitieron hacer retroceder a su adversario, que finalmente resbaló, golpeándose de espaldas contra el suelo. Entonces, mientras Artan elevaba su arma en un último intento por evitar la siguiente estocada, vio la hoja azul y brillante de su adversario, descendiendo contra su rostro a toda velocidad. Fue lo último que vio.


© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).

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