Sobre Erthara

25 de marzo de 2012

El Lago Espejo

Mientras la compañía del rey Eartan se hallaba en la frontera del norte conteniendo a nuevas compañías de Tet Wup que intentaban penetrar en las tierras de Kelthist, los caballeros Aiglat y Driane habían conseguido llegar hasta el corazón del vecino del norte pero aún no habían conseguido hacer saquear la capital de Tet Wup, Kotow.
Con los pies sumergidos en la cristalina agua del lago, Annamel podía sentir la fresca sensación del agua mojando su piel. Se encontraba aburrida pero al mismo tiempo inquieta. Todos los caballeros de Alianza de Kelthist estaban inmersos en las numerosas batallas que el reino estaba sufriendo y ella estaba allí, a la espera de noticias qué tardaban en llegar. La brisa era suave y fresca, y el agua lamía la orilla con suavidad, como un amante. La noche estaba cayendo y, por encima de su cabeza, las estrellas trazaban un dibujo de filigrana. No se oía más que el rumor del viento entre los árboles y los suaves golpes del agua contra la orilla del lago.
Se sentía inquieta, terriblemente inquieta. Algo la hacía sentir de alguna manera oprimida y notaba en ella misma una premonitoria tensión.
—¿Qué está pasando en el mundo? Tanto daría por saber qué está ocurriendo con las otras compañías de este reino… Y suspiró sabiendo que seguiría en su desconocimiento.
De pronto, Annamel miró hacia el lago y vio que su superficie tenía la palidez del cristal, pero no el sosiego completo. Algo iba a pasar y ella no sabía qué podría ser. Fue entonces cuando algo explotó en el centro del lago, las aguas se lanzaron en un fiero remolino y el lago empezó a llenarse de espuma a su alrededor. Atraída por aquel extraño suceso, Annamel se acercó a las aguas y sucedió. El lago le mostró una serie de visiones.
Vio un lago, pero no el Dan-Aral, aunque ese lago le resultó extrañamente conocido. Se trataba del Lago Espejo, en las tierras de Tet Wup. Vio a una mujer sentada como ella en la orilla de ese lago, con sus cabellos cobrizos ondeando al viento. La reconoció al instante. Se trataba de Driane. ¡La inteligente y aguerrida Driane! El lago del Palacio de Ostalel estaba saciando su necesidad de conocimiento y le estaba mostrando imágenes que anhelaba saber, aunque no sabía si esas imágenes eran en tiempo real.
El lago seguía mostrándole imágenes. Vio a centenares de hombres ataviados para la batalla. Inmóviles esperaban impasibles la llegada de su enemigo. A la cabeza un caballero rubio montado en un corcel estaba ataviado con una reluciente armadura. Se trataba de Aiglat que se hallaba delante de sus hombres, de pie alzando su espada, a la espera de entrar en batalla. Constituían una esplendorosa compañía que en nombre de la Alianza de Kelthist se hallaba dispuesta a hacer frente al enemigo que se acercaba a ella. Desgraciadamente sólo habían conocido la derrota tan lejos de su tierra.
La imagen del lago cambió de nuevo.
Vio cómo llegaron los enemigos y otra imagen le mostró cómo la integridad de la compañía de Alianza de Kelthist era destrozada por los hombres del llano como otras veces antes, como cuando Annamel estuvo combatiendo al lado de ellos semanas antes. La lucha era encarnizada y las fuerzas se hallaron pronto equilibradas. Las imágenes de las aguas del lago mostraban un gran duelo en el cual ambas tropas competían por demostrar su habilidad y fuerza en el combate. Los soldados bárbaros se defendían bastante bien ante la carga de los caballeros de la Alianza de Kelthist, pero la batalla parecía durar horas y, poco a poco, las tropas enemigas empezaron a ganar terreno.
Vio como la gran espada de Aiglat era detenida una y otra vez por las armas de sus enemigos que de vez en cuando daban un poderoso golpe al capitán que su armadura evitaba. En el rostro del caballero se notaba la preocupación al ver el peligro en el que se encontraba al tiempo que miraba hacia atrás como esperando algo.

Las imágenes del lago se sucedían mostrando escenas de una batalla que había ocurrido en el norte a mucha distancia de Ostalel. Fue cuando Annamel contempló como Aiglat y los miembros de su compañía eran cercados y bloqueados por tropas bárbaras que seguían acudiendo a atacarlos desde la cercana ciudad de Kotow. Desesperada, ella contemplaba con absoluta impotencia cómo Aiglat iba a morir cuando la luna roja apareciera en la noche y su corazón se conmovió al ver que los hombres de esa compañía seguían demostrando seguridad y entereza a pesar de sentirse acorralados. En ningún momento dejaban de combatir con absoluto aplomo.
Vio de nuevo a Driane, mostrando la serenidad de los caballeros de la espada envuelta en llamas. Montada en su hermoso corcel negro, capitaneaba una tropa de caballeros que venían a ayudar a las tropas de Aiglat. Supo entonces cual había sido la estrategia del capitán y la dama: dividir sus fuerzas en dos para despistar al enemigo. Sin duda, habían sabido que les atacarían antes de que esto sucediera. Vio que los caballeros que llegaban a socorrer a sus compañeros cabalgaban cantando desde la orilla del lago del espejo, acaudillados por Driane. Y, en la retaguardia, regalaron a los enemigos una purificadora lluvia de flechas y muchas de ellas hicieron caer a un buen número de enemigos.
Annamel notó como dos lágrimas surgieron de su rostro. Ver defenderse de ese modo a los que habían sido sus compañeros de batalla le hizo estremecerse. Vio como los jinetes de Aiglat, reconfortados con la llegada de refuerzos, terribles con su furia y deseosos de conseguir una victoria, rechazaban a sus enemigos. Las filas de Driane se unieron a las de Aiglat consiguiendo superar a las tropas enemigas. Estos fueron poco a poco cediendo terreno ya que las tropas de Alianza de Kelthist contaban con una evidente ventaja numérica que se estaba notando a medida que avanzaba la batalla.

Vio a Aiglat, luchando en medio de un caos de soldados, su espada reluciente en su brazo firme, descargando golpes a tajo y destajo, subiendo y bajando de forma incansable, pero también la fatiga hacía mella en el, se notaba en su mirada cansada, en el sudor que pegaba sus rubios cabellos a su rostro, en la sangre que manaba de pequeños cortes que había recibido de sus enemigos, Annamel observaba todo esto impotente, sin poder hacer más que alargar la mano hacia la superficie del lago que la ponía en contacto con ellos en aquellos duros momentos, pero sin poder ayudar, con lágrimas surcando y bañando el bello rostro de ella, cuyo corazón intentaba en vano ponerse en contacto con los de aquellos que luchaban sin esperanza en aquella injusta guerra.
De pronto las imágenes del lago se ralentizaron y se concentraron en mostrar a Aiglat, que ahora luchaba contra tres adversarios, y se apreciaba que apenas le quedaban fuerzas. Annamel lloró amargas lágrimas, pues no podía soportar ver morir a aquellos que le importaban, vio cómo uno de los enemigos alcanzaba al capitán con un mortífero puñal clavándoselo a traición por la espalda, el caballero cayó al suelo, pero no soltó su espada, con la que a duras penas seguía defendiéndose de los otros dos atacantes. Éstos al verlo vulnerable en el suelo aprovecharon para rematarle, propinándole duros golpes en la cabeza con las empuñaduras de sus espadas, alargando su agonía y deleitándose en ello. Quizá fue esto lo que les costó la vida a ambos a manos de soldados de Kelthist que acudieron en ayuda de su capitán. Pero Aiglat estaba muy mal herido y la mente del caballero vagaba a medio camino entre la luz y la oscuridad.
Las imágenes del lago poco a poco se disipaban y lo último que le llegó a Annamel fue la imagen de Driane, alzando su espada y gritando:

—¡Socorred a Aiglat y vayamos a nuestro campamento! ¡Por fin hemos vencido en tierras enemigas!
Las aguas del lago se calmaron dejando de mostrar imágenes. Annamel, agotada, cayó sobre la orilla; se sentía débil y cansada como si ella hubiera combatido también en aquella batalla. Con la satisfacción de saber que Driane había conseguido la victoria en las tierras de Tet Wup pero con la angustia de desconocer la suerte de Aiglat, se durmió.
Mientras tanto, el Dan-Aral se sumergió nuevamente en una profunda tranquilidad y quietud mientras la noche que avanzaba mostraba su cara más refrescante y tierna. Muy lejos de allí, cerca de Kotow, donde se hallaban las tropas de Alianza de Kelthist, el Lago Espejo también se hallaba de nuevo en serenidad y calma.

© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).

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