Desde los poderosos Tawar hasta los marginados Ramar, la sociedad nareltha era una compleja red propensa a intrigas, desafíos y luchas de poder.
En
los confines de la sociedad nareltha, se tejía un intrincado tapiz
de clases sociales. En general, la clase venía determinada por el
nacimiento y la propiedad; y por el valor en la batalla, en el caso
de los narelântar.
La
élite nacida para liderar en lo político, militar y sagrado eran
los Tawar.
Eran los que ocupaban los cargos más importantes en el ámbito
político, militar y sacramental. Su
estatus, forjado al nacer, podía desvanecerse si no superaban la
educación (formación como adulto; Narwalomê, en el caso de los
nare, y Ninlomê
en el caso de los eltha) o cometían alguna falta que iba en contra
de las normas sagradas del pueblo. En el caso de los narelântar, si
un tawar mostraba cobardía en la batalla también perdía su
condición.
La
supremacía de algunas familias tawar sobre otras de su mismo rango,
dependía de qué clan ostentaba el gobierno en cada época
histórica: si los elthalântar o los narelântar.
Entre
los tawar estaban
los Goldar,
los sacerdotes de la vida, los Ayamân,
los sacerdotes de la muerte, los Vaiar,
los valientes guerreros narelântar y los Galentari,
los guardianes de las Espadas de Eda.
Por
debajo de los tawar,
emergía la segunda casta, los Dakar:
comerciantes, artesanos, constructores y campesinos; en general
cualquier oficio libre de ejercerse. Poseían poder político según
su riqueza, pero sus manos nunca empuñaban armas. La riqueza
influía, siendo
usada por los
dakar para
ascender
estatus.
En
un nivel inferior estaban los Hetêma,
que desempeñaban su papel como esclavos de los tawar y de los dakar
adinerados. Atados a la propiedad a la que pertenecían, podían
casarse y tener hijos, pero su libertad estaba marcada por la
decisión de sus terratenientes.
Algunos en ciertas condiciones podían
quedarse con los frutos de su trabajo una vez deducida la renta que
le correspondía al titular de la hacienda. De modo excepcional,
tanto los hetêmar como los dakar más pobres podían ser reclutados
para el ejército, lo que en el caso de los hetêmar significaba la
libertad en el caso de sobrevivir a la guerra, pasando en ese caso a
ser dakar.
Un
cuarto grupo estaba constituido por los Hethar,
los extranjeros que eran aceptados en las tierras de los nareltha.
Aunque libres, permanecían al margen de las decisiones políticas.
Se les permitía tener parte de la cuota de comercio y de artesanía.
Algunos eran campesinos, aunque solo de terrenos menos productivos.
Por
último, en el oscuro rincón de la sociedad nareltha estaban los
Ramar
(los
manchados), aquellos ciudadanos que no superan la educación o son
denostados por cobardía o haber cometido algún delito. Como parias,
su destino se trenzaba con la servidumbre, quedando al margen de la
sociedad, marcados por su deshonra.
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