La Creación

Y primero la Vida despertó, y dijo: "He aquí el lugar donde he de crear". Y al volver el rostro observó a su hermano, la Muerte. Y él le respondió: "Pero todo lo creado ha de tener un final"

19 de noviembre de 2023

La sociedad nareltha

 

Desde los poderosos Tawar hasta los marginados Ramar, la sociedad nareltha era una compleja red propensa a intrigas, desafíos y luchas de poder.




En los confines de la sociedad nareltha, se tejía un intrincado tapiz de clases sociales. En general, la clase venía determinada por el nacimiento y la propiedad; y por el valor en la batalla, en el caso de los narelântar.
La élite nacida para liderar en lo político, militar y sagrado eran los Tawar. Eran los que ocupaban los cargos más importantes en el ámbito político, militar y sacramental. Su estatus, forjado al nacer, podía desvanecerse si no superaban la educación (formación como adulto; Narwalomê, en el caso de los nare, y Ninlomê en el caso de los eltha) o cometían alguna falta que iba en contra de las normas sagradas del pueblo. En el caso de los narelântar, si un tawar mostraba cobardía en la batalla también perdía su condición. La supremacía de algunas familias tawar sobre otras de su mismo rango, dependía de qué clan ostentaba el gobierno en cada época histórica: si los elthalântar o los narelântar.
Entre los tawar estaban los Goldar, los sacerdotes de la vida, los Ayamân, los sacerdotes de la muerte, los Vaiar, los valientes guerreros narelântar y los Galentari, los guardianes de las Espadas de Eda.
Por debajo de los tawar, emergía la segunda casta, los Dakar: comerciantes, artesanos, constructores y campesinos; en general cualquier oficio libre de ejercerse. Poseían poder político según su riqueza, pero sus manos nunca empuñaban armas. La riqueza influía, siendo usada por los dakar para ascender estatus.
En un nivel inferior estaban los Hetêma, que desempeñaban su papel como esclavos de los tawar y de los dakar adinerados. Atados a la propiedad a la que pertenecían, podían casarse y tener hijos, pero su libertad estaba marcada por la decisión de sus terratenientes. Algunos en ciertas condiciones podían quedarse con los frutos de su trabajo una vez deducida la renta que le correspondía al titular de la hacienda. De modo excepcional, tanto los hetêmar como los dakar más pobres podían ser reclutados para el ejército, lo que en el caso de los hetêmar significaba la libertad en el caso de sobrevivir a la guerra, pasando en ese caso a ser dakar.
Un cuarto grupo estaba constituido por los Hethar, los extranjeros que eran aceptados en las tierras de los nareltha. Aunque libres, permanecían al margen de las decisiones políticas. Se les permitía tener parte de la cuota de comercio y de artesanía. Algunos eran campesinos, aunque solo de terrenos menos productivos.
Por último, en el oscuro rincón de la sociedad nareltha estaban los Ramar (los manchados), aquellos ciudadanos que no superan la educación o son denostados por cobardía o haber cometido algún delito. Como parias, su destino se trenzaba con la servidumbre, quedando al margen de la sociedad, marcados por su deshonra.



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