Faltaban unas horas para el anochecer, pero parecía que era ya noche cerrada. Las nubes de Rion, profundas, negras, ocultaban cualquier rayo de luz que el Sol hubiera podido enviar desde las alturas. Quizás ocultando ante los bellos ojos de Edes la desolación de una guerra que habría de dejar nuevamente la tierra cubierta de muerte, destrucción, y sobre todo, de dolor.
Cada día transcurrido tras la batalla del páramo se había cubierto de tormenta y agua, quizás a causa prodigioso sortilegio creado por la ciudad, intentando defenderse así de sus sitiadores. Mientras tanto, el ejército de Angh permanecía apostado en el linde del bosque, siempre vigilante, esperando el momento de volver a presentar batalla.
Adanha era consciente de que en aquella ocasión el tiempo no jugaba a su favor precisamente. Una ciudad como aquélla, bien abastecida, prácticamente podría mantenerse durante meses sin empezar a notar siquiera el hambre o la sed, estableciendo un pequeño sistema de racionamiento de víveres. Y, aunque una gran parte de los soldados del Condado de Bren Tonrya habían perecido o habían sido heridos en la primera batalla , también sabía que los hombres del cuervo aún contaban con efectivos suficientes para presentar una última defensa, quizás desesperada, pero siempre peligrosa.
Adanha deambulaba, pensativa, de un lado a otro de la enorme tienda que servía de centro de mando del campamento. Sobre una mesa de madera, un gran mapa apergaminado representaba el territorio enemigo, y sobre él había colocadas pequeñas piedras de distintos colores. Mientras sus pasos inquietos la llevaban de un lado a otro de la sala, la mirada de Adanha volvía al mapa una y otra vez.
Las pieles que cubrían la entrada de la tienda se abrieron suavemente, y el estruendo de la lluvia torrencial precedió a la entrada de Kranhe e Hanié en la tienda.
—Buenas noches, Hermana —susurró la elfa de negros cabellos—. Si por bueno hemos de entender este eterno mundo de agua y barro que se alza a nuestro alrededor.
En cambio, Kranhe, silencioso, saludó a Adanha con un gesto, y se acercó al mapa como si éste le hubiera enviado una señal de llamada.
—Saludos Hermanos —dijo Adanha—. Oscuro ha sido el día, y más oscura aún si cabe será la noche. Pues he conjurado el espíritu del bosque, y del mismo agua de lluvia que cae sobre nosotros. No cesará. Esta misma noche debemos atacar la ciudad.
Kranhe alzó los ojos del mapa, y su mirada de hielo se clavó en ella un instante.
—Tantos días de asedio han afectado a tus sentidos y a tu mente, si piensas atacar en medio de esta lluvia una ciudad bien protegida —rugió.
—Tal vez —sonrió ella, mientras se acercaba hacia él—. O tal vez eres tú el que no alcanza a comprender la situación en la que nos encontramos. —Con un dedo señaló su posición en el mapa—. Aquí estamos nosotros. Una pequeña piedra negra en el camino del cuervo. ¿No serás tan ciego para no ver lo que tenemos alrededor verdad? Aquí puedes ver cómo otras compañías del Condado se encuentran a menos de dos días de camino de nosotros. Compañías que todavía no han librado batalla. Compañías que podrían llegar aquí, ocultas bajo ese manto de lluvia, y enfrentarnos en el bosque con soldados fuertes y bien armados. Si eso llegara a ocurrir las puertas volverían a abrirse, y de nosotros ni siquiera quedaría suficiente como para alimentar un par de aves de carroña.
Hanié se acercó al mapa, y sus ojos asimilaron poco a poco la información que este mostraba. Kranhe maldijo entre dientes, haciéndose cargo de lo arriesgado de la situación.
—Pero la Compañía de La Garra Negra se encuentra cerca... ¿No vendrían en caso de necesidad? —consultó la elfa, dudando.
—Sabes que sí —añadió Adanha—. Vendrían, si pudieran pero no estamos seguros de que ése sea el caso.
—Comprendo. —Kranhe parecía renuente a claudicar—. Sólo nos queda presentar una batalla desesperada, y realmente, las posibilidades de salir victoriosos son ínfimas.
—Lo son. Pero debemos confiar. Esta noche, esa ciudad será nuestra.
Salió de la tienda y apenas unos segundos bastaron para quedar completamente empapada. Sus pies descalzos acariciaron el barro, y un gemido de satisfacción escapó de sus labios al sentirlo.
Avanzó hacia el frente del ejército formado ya junto al bosque, de cara a los muros negros de Avaram. En apenas unas horas habían preparado sus tropas, y mientras Iria intentaba ascender sobre el mar de nubes en que se había transformado el cielo nocturno, el ejército de Angh apenas podía contener la euforia ante una nueva batalla.
Tras las puertas de Avaram, sólo un silencio mortal.
En las primeras filas, la infantería soge mantenía el silencio sepulcral ordenado por Kranhe. El más mínimo ruido hubiera supuesto la muerte inmediata del infractor, y el miedo dominaba quizás más que la obediencia debida.
Tras ellos, los hombres negros montados en negros corceles, inquietos ante el olor de la sangre que aún recordaban. Y finalmente, los elfos fieles a Hanié, firmes, con los arcos ya tensados y las flechas empenachadas de rojo preparadas para el vuelo letal hacia sus enemigos.
Una señal silenciosa de Hanié, con aquél don innato a los Hijos de Eda, y una lluvia de flechas atravesó la cascada de agua, para caer sobre la ciudad de forma inesperada... O quizás no tanto.
Sobre los muros se alzó el sonido esperado. Gritos de dolor y llanto. El enemigo ya estaba sobre aviso, y el silencio no era ya necesario. Kranhe rugió una orden, y las hordas de soges avanzaron hacia los negros muros de la ciudad. Adanha partió al galope tras Kranhe, y tras ellos, el grueso de la caballería espoleó sus monturas y avanzó hacia la ciudad.
No tardó en llegar el contraataque. Una lluvia de flechas envenenadas cayó sobre el ejército atacante, atravesando todo aquello que encontraban a su paso. Soges, hombres y monturas indistintamente.
Cuando llegaron ante los muros, Adanha se detuvo ante los enormes portones de hierro. Saltó del caballo y se dirigió hacia ellos, mientras a su alrededor la lluvia de agua y flechas se hacía cada vez más intensa. Pero ella, ajena a todo, simplemente tocó con sus manos las negras puertas, y luego se alejó un poco mientras murmuraba unas palabras en voz baja. La tierra crujió bajo ella. Cientos de plantas brotaron de la nada, y se afanaron en crecer aferrándose a la puerta como si fuera su fuente de vida. Un proceso de años concentrado en apenas unos segundos. La puerta se cubrió de verde, atravesada por miles de ramas que la abrazaban lentamente, cada vez con mayor intensidad. La fuerza del abrazo crecía, al mismo tiempo que aquellas plantas absorbían el poder que la aerani había depositado en ellas. La puerta comenzó a emitir un pequeño chirrido, como si un grito de dolor lacerante se escapara de sus juntas resquebrajadas.
Adanha despertó del trance en el que le había sumido aquel despliegue de poder y observó su obra con una sonrisa. El hierro parecía querer doblarse ante la presión y ella se acercó y tocó la puerta viva, y ésta estalló en mil pedazos ante sus ojos.
Miles de esquirlas de hierro afilado volaron hacia el interior de la ciudad. Los más afortunados cayeron fulminados, sin sentir apenas nada. Otros muchos en cambio, cayeron al suelo, mirando incrédulamente algún miembro que habían perdido: un brazo, una pierna; quizás buscando a tientas entre la ceguera repentina una mano amiga que los ayudara a incorporarse y huir. Huir. La ciudad estaba perdida y ellos lo sabían. Aquellos que observaban los rostros horriblemente desfigurados, los cuerpos desmembrados de aquellos que momentos antes formaran con aire decidido la primera línea de la defensa, lo sabían. Una riada de soges y hombres atravesó el umbral, mientras las espadas se batían con presteza, y el olor del miedo se fundió con el olor a sangre y muerte. Tras ellos, la línea de los elfos de Hanié entró en una segunda oleada, dejando a un lado los arcos para iniciar la lucha cuerpo a cuerpo.
Adanha avanzó con ellos, espada en mano, pero nadie osó acercarse a ella, hermosa y terrible. Bella a pesar de la crueldad de su mirada. El despliegue de su poder había sido para muchos suficiente. Sus pies descalzos se tiñeron de rojo, mientras la lluvia caída creaba decenas de pequeños ríos de color rojo intenso que se deslizaban sobre las baldosas de piedra.
Adanha avanzó con ellos, espada en mano, pero nadie osó acercarse a ella, hermosa y terrible. Bella a pesar de la crueldad de su mirada. El despliegue de su poder había sido para muchos suficiente. Sus pies descalzos se tiñeron de rojo, mientras la lluvia caída creaba decenas de pequeños ríos de color rojo intenso que se deslizaban sobre las baldosas de piedra.
Pero una mujer de cabellos negros le salió al paso. Sus ojos amarillos reflejaban la mirada de quién sabe que todo está perdido aunque enfrentaría a la misma muerte hasta el último aliento.
Adanha sonrió, y su mirada pareció dulcificarse un instante. Se acercó a ella, mientras sostenía a Aldil hacia abajo, como si fuera simplemente una extensión más de su brazo.
—La Serpiente Roja se presenta ante mí, al fin. Debéis saber que extrañé no enfrentaros en la batalla anterior, Señora.
Los ojos de la Serpiente, atentos a sus labios, sonrieron también.
—Podría deciros lo mismo, Adanha, Dama del Odio, Señora de la Muerte Susurrante. Grandes historias se cuentan de vos, y no menos grandes alabanzas recibe el poder que la diosa puso en vuestros ojos.
—Y aún así, vienes a mí —sentenció—. Y deseas enfrentarte a mi, a pesar de todo. No es la muerte el obsequio que deseo entregaros, y vos lo sabéis. Quizás esa sea la ventaja que creéis poseer sobre mí.
—Tal vez lo sea. Pero ante todo esta el honor de defender esta ciudad, mientras sea capaz de esgrimir un arma, y mientras el alma guerrera que hay en mí me sostenga. —La Serpiente giró las muñecas y sus dos dagas relucieron, salpicadas de agua de lluvia.
Adanha rió, y alzando a Aldil sólo dijo:
—Enfrentemos pues el momento de la última batalla. Pues si la muerte es la recompensa que deseáis, no seré yo quien os niegue el justo descanso. Ades sabrá reconocer vuestro valor.
La Serpiente era astuta. Adanha lo sabía, y por eso mismo, simplemente esperó. Un segundo eterno, mientras ambas se medían mutuamente en silencio... y finalmente la nihte se lanzó al ataque. Ineir Asthra atacó con destreza, rodeándola e intentando desviar la atención de Adanha sobre su daga derecha, mientras con la izquierda intentaba asestar la puñalada mortal. Y Adanha rápidamente se giró mientras Aldil paraba el primer golpe, mientras ágilmente desviaba la segunda daga sosteniendo su Daga Blanca.
Un reflejo de sorpresa apareció en los ojos de la serpiente , mientras retrocedía ante el contraataque de la aerani. Sólo un segundo, mientras espada y dagas danzaban rápidamente ante los ojos de ambas, siguiendo el instinto guerrero que ambas poseían. Medidas, casi de igual a igual, adivinando prácticamente el siguiente movimiento del contrincante, el tiempo pasaba y el cansancio pasó factura. Adanha, aenari por naturaleza, había desplegado gran parte de su fuerza y su poder para derribar la puerta. Ineir, una gran dragona nihte, también se resintió del ataque. La daga de ésta penetró hasta la empuñadura en el hombro todavía sensible de la aenari, y al retirarla bruscamente, dio lugar a un gran baño de sangre que se deslizó por su cuerpo.
Adanha, miró incrédula un segundo la herida, y su furia la ayudó a asestar un golpe definitivo, hundiendo la espada en el costado izquierdo de la nihte, que se dobló hacia delante mientras sus manos abrazaban la herida.
Fue en ese momento, en el que Osrûn Sar, general del ejército del Condado, hizo sonar las trompetas llamando a retirada. Dos hombres con la librea del cuervo de Bren Tornya, manchados de sangre, asieron a Ineir y se la llevaron contra su voluntad. Pero ambas ardían en deseos de volverse a enfrentar. Y Adanha sabía que tarde o temprano así sería.
Avaram era una hermosa ciudad manchada de sangre. Una ciudad que ya era suya.
© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).
Llevaba tiempo sin tener tiempo para pasarme por aquí, y hoy me estoy poniendo al día, y empachándome de Erthara. Pero es como comer chocolate, me gusta tanto que nunca me lleno del todo. Y me sienta tan bien, que por mucho que coma hoy siempre vuelvo a por más otro día.
ResponderEliminarOtro relato magnífico. Felicidades!!