¡Saludos Viajeros!
Hacía tiempo que no os traíamos un relato ambientado en las tierras del sur de Aranorth. Continúa la guerra entre Kelthist y los bárbaros de Tet Wup (al mismo tiempo que el libro Sangre de Hermano sigue escribiéndose jejeje) ¡Que lo disfrutéis!
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Situado en lo alto de una roca situada al pie de la Colina Blanca, el viento hacía ondear su rubia melena. Su rostro, cansado, reflejaba el dolor que intentaba esconderse detrás de su alma.
Hacía tiempo que no os traíamos un relato ambientado en las tierras del sur de Aranorth. Continúa la guerra entre Kelthist y los bárbaros de Tet Wup (al mismo tiempo que el libro Sangre de Hermano sigue escribiéndose jejeje) ¡Que lo disfrutéis!
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Situado en lo alto de una roca situada al pie de la Colina Blanca, el viento hacía ondear su rubia melena. Su rostro, cansado, reflejaba el dolor que intentaba esconderse detrás de su alma.
Su
mirada se había posado en el horizonte. Coloreando su cuenca visual se hallaba
la gran floresta de Bosque Rojo y, en el borde norte del mismo, se hallaba Nailis,
la capital, el corazón del reino que dos semanas atrás tuvo que defender del
ataque de Tet Wup. El sentimiento que últimamente estaba creciendo en él le
mantenía de pie aquella tarde, ese sentimiento que le devolvía la firmeza y el
brío en un remolino de emociones constantes y excitantes... la batalla.
“El
viento trae la llamada. Ya ha llegado el día”.
Hay
épocas en la vida en las que se pierde la dirección del camino marcado, hasta
que llega el momento decisivo en el que hay que luchar por la misma existencia,
el momento en el que el orgullo de un guerrero ha de jugarse en el campo de
batalla. Y es en ese momento cuando descubres que tienes una razón para seguir
ese camino que te marcaste o para seguir uno nuevo que aparece en el horizonte.
Horas después, en la Sala de Juntas del rey de Nailis, varias personas se reunían para dilucidar asuntos de suma importancia. El salón de forma cuadrada no era muy amplio pero aún así aquel día no estaba lleno. En la robusta mesa situada en el centro estaban sentados los asistentes a aquel comité de urgencia.
—No
entiendo porque presides tu esta reunión —le dijo un hombre rechoncho a otro
hombre de melena rubia situado en la otra esquina.
—Irunen,
ya sabes que el Rey se halla luchando contra los bárbaros en las tierras de
Tet-wup y, en su ausencia, yo soy el gobernador provisional—le respondió Darlak
Marbail, el hombre de la melena rubia. Se sentía un poco incómodo ante la
apreciación de Irunen Saldar, uno de los nobles de Nailis. Aquel hombre no era
más que un parásito que ambicionaba subir al poder como fuera.
—Quien
presida este comité provisional es lo de menos, lo importante es que, aunque se
logró impedir el saqueo de esta capital, aún no estamos fuera de peligro – dijo
Annamel que asistía en el puesto de su esposo al que había tenido que obligar a
quedarse en casa pues aún estaba débil para una nueva batalla.
—En Nailis
agradecemos la ayuda ofrecida pero considero que nosotros somos capaces de
defender esta ciudad mientras Eartan, el rey, regresa del norte – Irunen no
estaba del todo conforme con la presencia de Darlak y sus tropas en la ciudad.
—Las
fuerzas de Tet Wup no fueron derrotadas del todo y no dudes en que aún siguen
en nuestras tierras esperando el momento justo para atacarnos. Creo que
necesitáis mis tropas en la ciudad o en sus alrededores —consideró Darlak. En
ese momento, el caballero dirigió la mirada hacia el fondo para formular una pregunta
a otro de los presentes— ¿Narel, se sabe algo de los exploradores?
—Regresaron
hace poco, capitán —respondió el soldado, que era dirigente del regimiento de elfos
de la compañía de Darlak—. Y no traen buenas noticias. Hay indicios de que los
sobrevivientes de las tropas de Tet Wup siguen en nuestras tierras pues han
instalado campamentos en el bosque. Posiblemente se estén replegando.
—No hay
duda – dijo Darlak —No pasara mucho tiempo hasta que vuelvan a asediar la
capital y no podemos permitirlo.
—Si nos
vuelven a atacar, les volveremos a vencer —aseguró Irunen, visiblemente
incómodo—. Organizaremos una buena defensa.
—No
tengo tan clara una victoria en ese caso – habló entonces Caragan, dirigente
del regimiento de hombres y enanos de la compañía de Darlak—. Aunque no veo
buena táctica esperar aquí sentados mientras ellos planean un nuevo ataque.
—¿Qué
propones, Caragan? —preguntó Darlak
—Señores,
mi propuesta es simple: atacarles antes de que decidan volver a la ciudad. La
emboscada es una de las mejores armas, dicen.
En una calurosa y húmeda mañana una sigilosa compañía salió de las puertas de Nailis para viajar hacia el norte. Estaba liderada por Annamel, y por Darlak Marbail, capitán de las fuerzas defensivas de Nailis.
La
guerra estaba por llegar, y no pasaría mucho tiempo para que la compañía
enemiga fuera localizada. Quizás el intentar ahuyentar a las tropas de Tet Wup
de las cercanías de Nailis se tratase de un ataque prematuro pero eso era lo
que se había decidido, propiciar la batalla antes de que se trasladase golosa
hacia la ciudad. Así, llegaron a mediodía al interior del bosque y allí
decidieron esperar al ejército enemigo ya que había decidido salir a
recibirles.
El
capitán, ataviado con unos pantalones de cuero marrón y una gran cota de malla
de aros engarzados de acero y girion sobre una camisa también marrón, esperaba
impaciente al frente de sus hombres. A su lado, Annamel, vestida como una amazona,
mantenía la serenidad y la templanza. Iba engalanada con pantalones blancos de
bordados de oro y plata que encarnaban la figura de dos serpientes enroscadas
de cuyas bocas salían dos cadenas de girion hilvanadas. Encima llevaba una
camisa blanca también escotada hasta el ombligo y ajustada que vislumbraba cada
curva voluptuosa de su cuerpo. Sobre los hombros le pendían dos broches unidos
por una cadena y de los que colgaba un precioso manto de seda blanca
transparente que parecía estar estampada con el brillo diamantino de las
estrellas en una noche clara de verano. Sus cabellos ondulados estaban recogidos
en una red de pequeñas perlas e hilos blancos y finos como los de una perfecta
telaraña.
Mientras
aguardaban la llegada del ejército enemigo, tomó con su mano derecha el collar
que Igalin le regaló la noche en que su amor rindió a sus pies. Eso le hizo
sentir la presencia de su esposo en su interior. Una sonrisa se le escapó al
pensar que él estaba con ella y sintió el ánimo y el coraje que ya antes la
abordaran en las anteriores batallas en las que había participado.
Finalmente
llegó el ejército de Tet Wup y Darlak lo tenía todo concienzudamente planeado.
Por una orden suya los arqueros que estaban apostados en los alrededores los
recibieron con una primera lluvia de saetas. Como respuesta, el ejército
enemigo se lanzó hacía ellos.
A una
primera señal de Darlak, el primer batallón se lanzó por el flanco sur contra
la compañía de Tet Wup. Y sucedió que, cuando Darlak iba a dar la segunda
señal, un flanco enemigo apareció de repente por el lado izquierdo. Aquella
repentina entrada se cobró con un número de víctimas increíblemente grande del
bando aliado. Por cada enemigo muerto tres aliados caían y aquella batalla se
empezaba a convertir en una auténtica masacre para las fuerzas de Darlak y
Annamel. Los azotes de las espadas impactaban contra el pecho de unos y otros y
atravesaban los corazones de los padres de familia, de los enamorados a punto
de desposarse y de los corazones más aventureros.
Kelthist, ante el número tan elevado de bajas, contraatacó con tal impulso que las fuerzas se igualaron.
Darlak,
alzando su espada hacia el cielo intentó hacerse con el control de la
situación. Con su caballo empezó a avanzar entre los cuerpos caídos al tiempo
que la hoja negra que llevaba con él no dejaba de sesgar cuellos y cortar
brazos.
Y
sucedió que la espada con absoluto fervor y fiereza, consiguió sesgar la vida
de un corpulento hombre de piel negra. Pero el impulso que procuró el hombre de
piel negra hizo que Darlak fuera abatido de su caballo. Y cayó al suelo junto
al cuerpo moribundo de su víctima que le susurró al oído sus últimas palabras.
—Esa
espada tuya… esa arma de negra hoja estuvo poseída durante tiempo por una
maldición, por un hechizo negro y amargo… mi última voluntad es que ese hechizo
amargo renazca hoy para tu infortunio…
Turbado
por esas palabras, Darlak se levantó del suelo y vio entonces que la batalla
estaba bastante equilibrada. Y dio entonces una tercera señal. Así fue cómo,
tras el disparo de una saeta prendida en llamas, entró en juego el último
batallón a cuya cabeza cabalgaba Annamel, ataviada ya con su coraza y
disparando flechas certeras por doquier. Descabalgó a Umbar y le ordenó
alejarse de la zona de batalla por si luego le necesitaba.
Annamel
desenvainó su espada y, asiéndola con la mano derecha, comenzó a descargar con
furia golpes sucesivos que la sumieron en una danza de muerte y la sangre
comenzó a empapar sus prendas. Los soldados más valientes vieron en aquella
muchacha una buena recompensa de guerra y su escotada camisa bajo el girion
hacía que el deseo ardiera aún más en ellos pero nunca podrían haberla tomado
pues en aquella batalla estaba destinada que la dama Annamel destacase por
encima de todos los guerreros.
Un
grupo de cinco humanos altos y de cabellos largos, oscuros y complexión
corpulenta se lanzaron sobre ella para tomarla pero cuando se abalanzaron
chocaron unos con otros pues la dama había desaparecido. De repente, sobre la
copa de un árbol posada en una rama y con la espada empuñada y apuntándoles a
ellos, emitió un terrible grito de guerra y la guerrera durmiente despertó.
Cogió la espada a modo de jabalina y lanzándola hizo que ésta atravesase la
garganta de uno de los soldados que querían poner sus sucias manos sobre ella.
Y, tras un segundo grito, saltó en el aire y una terrible confusión cegó un
instante a todos los allí presentes y las ropas de la dama cayeron al suelo. Y
desapareció, y en las alturas se escuchó la terrible amenaza de una enorme
águila de afiladas garras que descendía amenazante contra los cuatro
restantes…segundos después, sus cabezas caían al suelo. El águila volando al
ras del suelo continuó asestando desgarradoras heridas y, sobrevolando el
suelo, tomó la ropa caída sobre el suelo y empapada en sangre. Alzó el vuelo
hasta que llegó un momento que, tan arriba estaba, que el sol cegaba a quien
miraba. Segundos después cayó Annamel, vestida, mientras los símbolos de su
linaje brillaban intensamente sobre su cuerpo.
La
batalla continuaba pero no consiguió avistar a Darlak entre el remolino de
desgaste y desazón. Se preguntó donde se encontraría. Desanimada, pudo
comprobar que las fuerzas de Nailis retrocedían ante el último esfuerzo de los
enemigos, que estaba resultando muy efectivo. Entre la mermada compañía de Nailis
se notaba el cansancio por una batalla que estaba resultando complicada y que
no había acaecido como se esperaba.
Y
sucedió entonces que su mirada encontró a Darlak en el mismo momento en el que
un enemigo le acababa de atravesar el estómago con una lanza. Darlak sujetó con
una mano la lanza y la partió en dos al tiempo que con la otra mano aprovechó
que su enemigo había bajado la guardia al pensar que había acabado con él y le
mató con su espada. Sin embargo, la herida había sido muy profunda y el capitán
cayó al suelo. Un
lamento surgió entonces de la garganta de Annamel.
—¡Caragan,
Narel! ¡Darlak ha caído! ¡Esta batalla lamentablemente la hemos perdido!
Ordenad rápidamente la retirada – gritó Annamel al tiempo que su cuerpo volvía
a transformarse en águila para volar hacia el cuerpo moribundo de Darlak. Lo
tomó con sus garras y alzó el vuelo, alejándose de allí. En las alturas, y
mientras el sol se ponía en el oeste del Bosque Rojo, Annamel pudo contemplar desconsolada
el asolado campo de batalla.
© Susana Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).
© Susana Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).
Como curiosidad, estos relatos llevan escritos hace como cinco años, o quizás más.
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