La Creación

Y primero la Vida despertó, y dijo: "He aquí el lugar donde he de crear". Y al volver el rostro observó a su hermano, la Muerte. Y él le respondió: "Pero todo lo creado ha de tener un final"

4 de enero de 2012

Relatos atemporales: El Sitio de Eithel Sirion

"El Sitio de Eithel Sirion"

Fingolfin el Valiente ha caído. Ni siquiera cuando llegó la Llama nos sobrecogió un pesar mayor que entonces, cuando las águilas trajeron las tristes noticias a Hisílomë. Así la llamó él un día, cuando el cuerno poderoso resonó al levantarse el Sol por vez primera sobre la tierra. Ahora esa niebla invade nuestra esperanza día a día, con una oscuridad que ni los rayos de ella consiguen vencer.

La llamamos la Dagor Bragollach porque las llamas que arrasaron la tierra llegaron de improviso. Muchos cayeron entonces, sin opción alguna a defender sus vidas. Los huesos quemados quedaron esparcidos por Ard-galen. Pero ése fue sólo el primero de los muchos pesares que llegarían después.

Esa batalla concluyó hará algunos años. Aunque para nosotros parece no tener fin. La tierra ha cambiado tanto desde entonces... Pero todavía luchamos por ella. Y por nuestras vidas. Sin esperanza alguna. Pero sin tregua tampoco.

Las lágrimas se han agotado en mis ojos. Tantas he derramado que no se si podré volver a llorar alguna vez... Angrod y Aegnor cayeron primero, junto con tantos de su pueblo... Y lloré. Hador Lórindol poco después. Y también lloré por él. Pero cuando la destrucción de nuestro mundo fue un hecho, Fingolfin cayó. Primero en la locura, y después en la muerte. Incontables son desde entonces las lágrimas que todos nosotros hemos derramado por él.

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A la luz de las estrellas las tierras que se extienden más allá de la fortaleza de Ered Wethrin parecen todavía hermosas como antaño. Pero todos sabemos que apenas salga el sol se alzará ante nosotros un mundo gris, infestado de peligros.

Hoy es el día que no me arrepiento de no haber cruzado las montañas para llegar al Reino Escondido. Estoy aquí, luchando día a día, enfrentando al Enemigo y disputándole cada palmo de tierra baldía que se extiende entre nosotros. Intentando al menos que esta victoria que ha conseguido le sea un poco amarga.

-         Señora, Elaitaron desea veros en cuanto os sea posible.

Nadie me dice qué debo hacer. Fingon hace tiempo que ha desistido de alejarme del campo de batalla. O de lo que queda de él. Al principio apenas contaban conmigo, pero poco a poco he conseguido hacerme respetar entre los restos de esta compañía. Ahora incluso parece que me escuchan.

-         Iré en seguida, Ularil.

Nos escondemos del Enemigo y eso hacer hervir la sangre en mis venas. Las cuevas secretas que se adentran en las Ered Wethrin nos sirven de escondite. Al norte, Dor-lómin, y más allá, Hithlum, han sobrevivido al castigo del Enemigo. Pero las noticias de la caída de Minas Tirith han terminado por hundir la moral de la compañía. ¿Qué esperanza queda para nosotros? ¿De qué sirve prolongar esta batalla cuando quizás no tengamos siquiera un hogar al que regresar?

Elaitaron es un Elfo de la casa de Finarfin. Llegó a Dor-lómin hará ahora cuatro años, después de que las últimas huestes de su casa fueran expulsadas de Dorthonion. Desde entonces no ha dejado de luchar. Ni él ni muchos otros como él.

Son pocas las pertenencias que hemos conseguido reunir en estas cuevas que ahora son nuestro hogar. Y no durarán mucho si nos descubren. Elaitaron me espera sentado tras una mesa baja, y yo me siento frente a él sin recurrir a saludos formales. Hace ya mucho tiempo que nos conocemos. Hace mucho tiempo que nuestras espadas luchan juntas.

-         No voy a andarme con rodeos, Anariel. Han llegado mensajeros desde Dor-lómin, y el Rey ha ordenado que marches a Eithel Sirion de inmediato.

-         Deberías saber que no acepto bien las órdenes. Y Fingon debería saberlo también.

Suspira. Sabe tan bien como yo que deberá recurrir a todo su poder de persuasión para que yo acepte esa orden. Y sabe que no se lo voy a poner fácil.

-         No te está alejando del campo de batalla, Anariel. Lo sabes. Vayas donde vayas ésta batalla irá contigo. Con todos nosotros. No hay forma de alejarse de ella...

-         Mi lugar ésta aquí, con vosotros. No me voy a convertir en una doncella que languidece encerrada en una habitación, con Galdor como niñera. Si esa fuera mi intención hubiera permanecido con Turgon, que al menos es de mi propio linaje.

-         Tu lugar ya no está entre nosotros. No desobedeceré al Rey en esto. Bastante tiempo he pasado mediando entre vosotros, y aunque te estimo, no puedo hacer más por ti.

Mi cuerpo comienza a temblar, pero no siento frío. Sus palabras son como una sentencia para mí. Nada de lo que yo diga le hará cambiar de opinión, y Fingon finalmente conseguirá lo que quiere.

-         El Rey te quiere, Anariel. Tú lo sabes. Eres para él una hermana más cercana de lo que fue siquiera Aredhel. Sólo desea protegerte...

Me levanto de golpe ante sus palabras, y mis ojos brillan como fuego, ante su mirada atónita.

-         ¿Protegerme? ¿Acaso en algún momento he pedido yo protección alguna? Éste mensaje podéis entregarle al Rey, si es que todavía hay mensajeros capaces de llegar a Dor-lómin. Marcharé de inmediato a Eithel Sirion, y pondré mi vida al servicio de Galdor el Alto. Pues no habrá muro que me retenga, ni prisión lo suficientemente sombría o hermosa que me aleje del campo de batalla. Y puedes decirle también que iré en primera línea de cada compañía que se enfrente al enemigo.

-         ¡No seas insensata! – responde él, levantándose y golpeando la mesa con ambas manos.

-         No lo soy – la luz se apaga en mis ojos, y apenan quedan brasas del fuego anterior – Pero no cederé en esto. Y si Fingon me quiere, como dices, finalmente entenderá.

Me alejo unos pasos, y el aire frío que sopla en el exterior de la cueva golpea mi rostro.

-         Prepararé una escolta que te guíe hasta Eithel Sirion... – le oigo decir tras de mí.

-         Supongo que Fingon ha aprendido la lección... y no querrá que me aleje sola – respondo con una sonrisa sesgada. No hay forma de escapar, y con resignación, me alejo de allí para preparar mi marcha.

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Las puertas se abrieron lo justo para que mi pequeña guardia entrara en la ciudad. Después se cerraron detrás de nosotros con un gran estruendo. La fortaleza se encuentra silenciosa, y son pocos los ojos que nos miran mientras avanzamos sobre el empedrado del camino. Todos están cansados. El asedio continúo que soportan ha durado demasiado, y muchos lo han perdido todo. Al menos todo lo que amaban.

Galdor me espera en la Sala de la Guardia. Su hijo Húrin le acompaña, y mientras me acerco hasta ellos observo como analizan detenidamente un mapa. Cómo han cambiado los mapas desde la Llama Súbita. Los ejércitos de Morgoth lo invaden todo ahora, y apenas conseguimos resistir su empuje.

Nos dio un descanso. Un leve tiempo en el que pudimos reorganizar nuestras fuerzas. Quizás nos lamentamos demasiado de las pérdidas, y no trabajamos lo suficiente. Ahora ha vuelto a la carga. Han sido casi tres años de esa falsa paz. Pero no ha sido suficiente.

-         Los ejércitos de Morgoth se acercan, Mi Señora. Y no alcanzo a comprender con qué motivo os envía el Rey. Pero sed bienvenida a Eithel Sirion.

-         Os agradezco vuestras palabras, Señor. Y no puedo ayudaros, pues ni siquiera yo conozco los designios del Rey. Hasta hace tres noches pensaba que seguiría en Ered Wethrin, luchando hasta morir si era lo suficientemente afortunada...

-         Un gran pesar sería en verdad, que vuestra belleza y vuestro espíritu se perdieran para nosotros. Pero si deseáis luchar, o si anheláis la muerte, puede que ésta no se encuentre muy lejos.

Toda mi esperanza regresó a mi corazón de golpe. Fingon no me había traicionado, como yo pensaba. Quizás él se encontraba tan desesperado como yo... Quizás comprendía que la muerte era lo único que nos esperaba a todos nosotros, tarde o temprano.

-         Nuevamente he de daros las gracias, Mi Señor. Mas no se si es anhelo de muerte, o quizás la certeza de que ésta nos dará caza a todos, más pronto que tarde. Anhelo mi propio destino, y ese destino esta cubierto por la Sombra – el asiente levemente ante mis palabras. No puede darme esperanza alguna, y lo sabe – Decidme entonces, Mi Señor. ¿Qué tarea me encomendáis?

-         He aquí a mi hijo Húrin. Él os guiará a través de la fortaleza, y os indicará vuestro alojamiento y vuestra compañía – respondió.

-         Como ordenéis, Mi Señor – incliné mi cabeza levemente, y salí de la estancia siguiendo al Hombre de rubios cabellos.

Nunca antes había estado en esta fortaleza. Y la última vez que visité Dor-lómin, Fingolfin y Hador todavía se contaban entre nosotros. Hubo una gran fiesta. Risas. Alegría. Ahora todos esos recuerdos se confunden en una niebla más profunda que la de Hisílomë, y no distingo la realidad de la fantasía.

-         Os mostráis muy silenciosa, Mi Señora – Húrin me mira con unos profundos ojos grises. A pesar de su juventud siento en él una extraña sabiduría. Ha llegado a mis oídos la extraña aventura de los descendientes de Hador, y siento una especial curiosidad por ella.

-         Lo siento – respondo, tras tomar aire suavemente – Quizás es que siento que el tiempo de la cortesía y la charla ha quedado en el pasado. Pero con vos quería hablar sobre todo. Sólo que lo había olvidado.

-         ¿Y qué puede desear de mí una doncella como Vos?

-         Sólo una respuesta. Que sin embargo calmará en mi corazón muchas dudas. Y aunque sé que os está prohibido dármela, vuestros ojos me dirán a pesar de vuestros labios lo que quiero saber.

Me mira fijamente, y sabe lo que le voy a preguntar. Está preparando su escudo, pero no sabe que puedo mirar en el fondo de su corazón.

-         Decidme, Húrin. ¿Es tan hermosa como prometió Turgon que sería?

-         Mi Señora... – él no esperaba ésta pregunta. Quizás sí otra parecida. Pero no ésta. Sus ojos muestran verdadera sorpresa, pero también parecen mirar hacia un recuerdo – Vos sabéis que no puedo responderos. Nada desearía más que complaceros. Pero lo que me pedís haría que me traicionara a mí mismo.

-         Lo sé. Lamento haberos puesto en una situación comprometida. Pero el secreto está a salvo conmigo. Sólo que ahora, en esta situación, los recuerdos pasados me parecen demasiado hermosos... Mi sobrina Idril...

-         Seguro que se encuentra bien, Mi Señora. Seguro que mejor que todos nosotros.

Sonreí entonces, por primera vez desde hacía mucho tiempo. Quizás éste viaje no haya sido en vano. Quizás nuestro sacrificio sirva para algo. Al menos para que ellos permanezcan a salvo, ocultos a los ojos del Enemigo. ¿Pero por cuánto tiempo? ¿Para siempre? ¿No es esperar demasiado en este momento? Nunca un para siempre me pareció tan fugaz como ahora.

-         Os agradezco vuestras palabras. Y vuestra lealtad. Aunque ésta se encuentra muy por encima de mi agradecimiento. Pero ahora, mostradme por fin mi misión en esta fortaleza. Ardo en deseos de volver a la lucha...

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Un nuevo golpe de Morgoth ha llegado. Y ha sido tan fuerte que apenas hemos conseguido resistir. Las murallas de Eithel Sirion no han cedido a la nueva embestida, pero mientras me asomo tras las almenaras, puedo ver la multitud de orcos que se agolpa ocupando toda la extensa planicie.

El yelmo que cubre mi cabeza apenas puede contener mis cabellos, que ondean al viento como una bandera roja. Esta anocheciendo, pero las estrellas no brillaran en el cielo esta noche. Porque Morgoth no envía a su ejército negro a luchar sólo. Una espesa niebla les acompaña, que les oculta en el día del Sol, y en la noche, de la Luna llena.

Mientras observo la Desolación que se acerca, mi mano se aferra con fuerza a la empuñadura de mi espada. Y a pesar de la destrucción que se aproxima, mis ojos se dirigen siempre al sur, intentando adivinar tras la niebla la sombra recortada de Crissaegrim en el horizonte. Las montañas, y lo que albergan en ella, son mi única esperanza ahora.

No lo sabía cuando abandoné el camino hacia Gondolin hace tantos años. En aquél entonces eran para mí una condena que me arrastraba cada vez más hacia la Maldición de Mandos. Mandos... hace mucho que no pienso en eso. Cuánta razón había en cada una de sus palabras. Nunca lo dudé. El fuego de las palabras de Fëanor no ardió en mí, pues ví la locura que había en ellas. Pero jamás imaginé que nuestro castigo llegaría a ser tan cruel. Y aunque la sangre de los Teleri no corrió por mis manos, he pagado con creces una culpa que no me pertenece.

¿Cuántos más hay en Beleriand cuya única culpa fue seguir las palabras incendiarias del espíritu de Fëanor, aunque no empuñaran arma alguna en la Matanza de Alqualondë?

Desciendo de la muralla cuando las primeras flechas negras atraviesan el cielo nocturno. Nuestros arqueros responden, lanzando flecha tras flecha. Buscando un blanco perfecto entre la negrura de los Orcos. Pero mi sitio no esta aquí. Monto mi caballo, cubierto por una coraza plateada y una tela azul con el emblema de Fingolfin. Pero sus estrellas tampoco brillarán esta noche. Cuando las puertas se abran, cabalgaré junto a mi compañía quizás por última vez. Porque no esperaremos escondidos para siempre tras estos muros...

Salimos al galope como una riada que se desborda sobre el enemigo. Como un torrente que se extiende a sangre y fuego. Como un Llama Súbita tal vez... Los hombres gritan primero con furia, algunos con dolor. Las primeras gotas de sangre que salpican mi rostro tienen un sabor amargo en mis labios, y no son mías. Pero mi espada refulge una y otra vez con un brillo rojizo, a pesar de que la sangre que corre a través de ella es totalmente negra.

¿Cuánto tiempo durará esta batalla? La victoria o la derrota dependen ahora únicamente de nuestra voluntad, y de la fuerza que esgrime nuestras espadas. Ojalá Eru muestre su misericordia en este día...

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Galdor el Alto ha caído. Pensaba que no había en mí más lágrimas para llorar, pero han brotado incontrolables mientras observaba impotente cómo una triste comitiva subía su cuerpo quebrado por el camino empedrado. No ha habido para él flores, o cantos. Sólo pesar y llanto.

Húrin será ahora el Señor de Dor-lómin. Señor de la Casa de Hador. La victoria ha caído de nuestro lado, tal vez por la furia que este Hombre ha desatado en la batalla. Los Orcos han muerto, o han sido arrojados de nuevo a las simas profundas más allá de Anfauglith. Húrin los ha perseguido casi hasta la extenuación. Volverán. Pero Eithel Sirion sigue en pie. Revivirá para enfrentar la siguiente batalla. Al menos, la siguiente.

© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).

1 comentario:

  1. A veces lees un relato suelto, no sabes de qué trata, de dónde viene, pero la belleza de la prosa te hace disfrutarlo. He leído primero este relato, aun sabiendo que tenía entradas pendientes de leer desde mi última visita, y me ha parecido tan hermoso como triste, después he leído las entradas anteriores, y he comprendido mejor de dónde viene este fragmento, y he vuelto a disfrutarlo en una segunda lectura.
    Conclusión: leer siempre de atrás hacia delante. Para ubicarse mejor.
    Y no dejar pasar tanto tiempo sin venir. Diciembre ha sido un caos, pero creo que ahora volveré a tener un poco más de tiempo para dedicarlo a lo que me gusta.
    Seguid así, compañeros, este blog es una maravilla.

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