Hoy traemos algo sumamente especial. Como ya sabéis, estamos trabajando en la primera parte de la novela, y aunque últimamente se nos han complicado un poco las cosas, parece que al final podemos enseñar algunos primeros avances.
Es por eso que hemos decidido compartir con vosotros algunos fragmentos del primer capítulo, para que podáis haceros una idea de por donde irá la historia, y para poneros un poco también los dientes largos.
Esperamos que os guste!!
© Susana Ocariz y Sergio Sánchez Azor (Reservados todos los derechos).
Agazapado
entre dos rocas, escudriñó en la oscuridad de la noche sin lunas, hasta
vislumbrar la sombra, más densa y profunda, que permanecía inmóvil delante de
él, y se estremeció.
Esperó
pacientemente hasta que la tenebrosa figura comenzó a moverse muy despacio,
acercándose a él. Aquél era su momento. Sabía que no podía dejar pasar la
oportunidad. Percibió el brillo de unos ojos grises justo delante de él, y
sintió como sus propios ojos azules se nublaban tratando de contener las
lágrimas.
Llevaba
tres días y tres noches siguiendo al lobo. El lobo que era su onnar, su
espíritu, la esencia animal que habitaba dentro de él. Y, en esos tres días,
había comprendido que aquel lobo era algo más importante aún que todo eso. Era
su igual, su hermano. Un animal solitario, sin familia, sin manada, intentando
abrirse camino a dentelladas ante la crueldad de la naturaleza, y así poder
encontrar un territorio propio donde formar un hogar, quizás con una pareja
igual de solitaria que él. Aquel lobo era su propio reflejo en la naturaleza y,
durante tres días, había sido también su única compañía, su único amigo. Sin
embargo, ahora había llegado el momento de sellar el vínculo. Había llegado el
momento de matarlo.
Con
una pequeña daga como única arma, debilitado como se encontraba tras tres días
de ayuno, Ewen apenas podía mantenerse en pie. Sin embargo, el miedo al
fracaso, al deshonor y la vergüenza, le impulsaban. No temía a la muerte. Si su
lobo finalmente vencía y él moría, su espíritu sería honrado por todo su
pueblo. En cambio, si el lobo escapaba y ambos vivían, significaría que su
espíritu no era digno de él y se convertiría en un magar, un excluido, un
paria.
Estaba
cerca. Tan cerca que podía escuchar su respiración pausada e incluso sentir su
cálido aliento. Recurriendo a todo su valor, Ewen saltó por encima de la roca y
cayó pesadamente sobre el enorme lobo. Tan pesadamente como podía hacerlo un
niño de diez años. La primera puñalada fue casi tentativa. No quería matar al
lobo, aunque sabía que tenía que hacerlo. El aullido lloroso del animal al
sentirse herido traspasó su corazón, pero también consiguió que el lobo luchara
con más fuerza por revolverse y liberarse de su atacante. Logró girarse, por lo
que el muchacho tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para evitar que sus
enormes fauces se cerraran en torno a su cuello. Las garras del lobo arañaban
su cuerpo, tratando de escapar, de defenderse, de matar, mientras él intentaba
una y otra vez de asestar la puñalada mortal. Una de las zarpas del animal
desgarró profundamente su piel, desde el hombro bajando por su pecho, y no pudo
evitar gritar de dolor. Su sangre se mezcló con la del lobo, mientras éste
seguía mordiendo sus brazos, sus manos, hasta que finalmente, con dos rápidos
movimientos, asestó no una, sino dos puñaladas en el cuello del lobo, que
sollozó nuevamente.
Así
acabó todo. El lobo malherido quedó tendido en el suelo, de costado, nuevamente
inmóvil, y él se sentó a su lado, con la respiración agitada y el pecho
ensangrentado subiendo y bajando rápidamente, sin saber muy bien qué hacer. Fue
entonces cuando fijó su mirada en los ojos del lobo moribundo. Se contemplaron
un instante. Ewen se acercó hasta él y finalmente lo cogió en brazos y lo
acunó, como si fuera un niño, mientras volvía a clavar el puñal en el corazón
del lobo para evitar que sufriera más de lo necesario. Lágrimas amargas cayeron
por su rostro; un llanto desgarrado se apoderó de él. Él, que nunca lloraba.
Pero esta vez lo hizo por su soledad y la de aquel amigo que acababa de matar.
Así
lo encontraron a la mañana siguiente los Sacerdotes Layamar cuando fueron a
buscarlo. Abrazado al cuerpo del lobo gris muerto, con una mirada desafiante en
sus ojos azules y el rostro manchado de barro, sangre y lágrimas secas. No dejó
que nadie lo tocara y, en contra de lo que la tradición del ritual dictaba, él
mismo enterró al lobo. Desde aquel momento, el vínculo estaba sellado y aquel
lobo viviría para siempre en su interior…
Qué bonito. Qué triste. Qué manera de ponerme la piel de gallina. Cada uno de vustros textos me llega al corazón. Cuánto deseo leer la novela completa!!
ResponderEliminarSeguid adelante, estáis haciendo un muy buen trabajo!!
Muchas Bea, ¡me alegra que te haya gustado! Porque cuando uno escribe no sabe si realmente las letras tienen garra o no, y se agradecen los comentarios.
ResponderEliminarPues en este trozo has conocido a Ewen, uno de los personajes del libro, aunque unos atrás, cuando era joven!
Acabamos de actualizar otro fragmento donde presentamos a otro personaje, Deryân.
Saludos y gracias!