La Creación

Y primero la Vida despertó, y dijo: "He aquí el lugar donde he de crear". Y al volver el rostro observó a su hermano, la Muerte. Y él le respondió: "Pero todo lo creado ha de tener un final"

Mitología e historia de Erthara

I. DE LA CREACIÓN DE ERTHARA

Al principio, la Vida despertó y dijo: «He aquí el lugar donde he de crear». Y al volver el rostro, observó a su hermano, la Muerte, que despertaba entonces. Y él le respondió: «Pero todo lo creado ha de tener un final».
    Pero el trabajo de construir Erthara era grande, y también lo era la soledad de los primeros hermanos: Eda, la Vida, y Ades, la Muerte, los dioses del Equilibrio entre la vida y la muerte. 
  Así fue como Eda decidió crear primero a aquellos que debían ayudarla en su tarea, aquellos que serían sus iguales en mente y comprensión, y a quienes otorgaría gran parte de su poder y su conocimiento. Así fue como Eda y Ades dieron origen a todos los dioses de Erthara. Crearon a Adae, que elevó los valles y las montañas. Y a Ineo, quien hizo brotar los volcanes. Rion llenó los cielos de nubes y de vientos. Irea iluminó el cielo oscuro con incontables estrellas. Ales y Ariada llenaron de agua la tierra reseca. Y así se fue llenando Erthara.
    Eda decidió que Erthara debía llenarse de vida. Y concibió a Ereo, de cuyas manos surgieron todos los seres vivos que pueblan el mundo. Eda y Ereo se amaron, pues su alma era igual, y su corazón el mismo. Y tuvieron un hijo, Edes, el Sol, Dios de la Guerra y el Fuego Ardiente.

Imagen: kimberly80



II. DEL SURGIMIENTO DEL MAL EN ERTHARA

Ades estaba solo. Su corazón también ansiaba un alma igual que él para amarla. Y Eda se apiadó de su hermano, y juntos crearon a Alanta. Y Ades sintió alegría en su corazón, pues ella era su igual.
    Sin embargo, Ades era la muerte y, por eso mismo, estaba condenado a no tener progenie propia. Cuando, finalmente, apelando a todo su poder, sembró su semilla en el vientre de Alanta, sembró a su vez el mal en Erthara.

Imagen: John Howe

    Alanta enfermó. El embarazo comenzó a consumirla por dentro. Su piel era cada vez más pálida, y sus ojos comenzaron a apagarse. Dio a luz, en medio de grandes dolores, a un ser deforme, de piel pálida y ojos rojos, y su lengua era como la de una serpiente.
    Ades miró a su hijo y en su corazón lo rechazó. E intentó acabar con su sufrimiento para siempre, y también con el de su esposa. Alanta maldijo a Ades por su traición y juró que ella y su vástago acabarían algún día con la creación de Eda y de Ades.



III. DEL DESPERTAR DE LOS DRAGONES

Imagen libre de derechos


El mundo estaba completo. Y así fue que un día Eda reunió a todos los dioses y les dijo:
    Ahora crearemos aquellos que han de forjar el destino de Erthara y preservar el Equilibrio. Cada uno de vosotros creará a su propia raza a vuestra imagen y semejanza, y entonces yo les daré la vida.
    Y los Dioses se sintieron inquietos, pues sabían que aquella tarea era la más difícil que habían abarcado nunca antes.
    Pero Rion se sintió complacido, y acometió la tarea con gran ilusión, y puso en su obra todo aquello que amaba. El fuego de las estrellas de Ireia, y la fuerza de los vientos. Y como acometió la tarea con más ímpetu que ninguno, fue el primero que terminó su obra, y la presentó a Eda diciendo:
    Gran Madre, he aquí a tus hijos mayores, los Hombres Dragón que protegerán los cielos.
    Y Eda examinó al primer dragón detenidamente. El cuerpo era como el de un gigantesco reptil con escamas de oro, lo mismo que sus enormes alas. Pero sus ojos eran rojos como el fuego que palpitaba entre sus enormes fauces.
    Entonces la diosa se volvió hacia Rion y le dijo:
    Has creado una gran raza con poder para reinar en los Cielos de Erthara. Pero no ha de ser así, Rion.
    Y el dios del aire observó asombrado como el dragón cambiaba de color, y era del color de la arena del desierto, y sus alas desaparecieron, y sus ojos se volvieron amarillos.
    He aquí que muchos de ellos vivirán en tierra, y bajo ella, allí donde Ineo sea el Señor.
    Y entonces el dragón volvió a cambiar, y su color era de un verde azulado como el mar, y sus ojos eran de un color verde esmeralda, y sus alas emplumadas de colores azules, verdes y amarillos.
    Pero muchos de ellos se sumergirán en las grandes aguas, y allí vivirán junto a su señor Ales.
    Y muchas otras formas cambiaron, creando incluso dragones menores, más pequeños, y menos poderosos. Y Rion se sintió apenado, pues pensó que su obra no había sido del agrado de Eda. Pero ella le dijo:
    De tu gran obra, una gran raza ha surgido. Con el poder del fuego, en sus ojos habita la luz de las estrellas y en sus alas el poder de los vientos de Erthara. Pero su forma cambiará y serán como tú, a tu imagen y semejanza. Porque tú los creaste.
   

   IV. DEL CISMA DE LOS DRAGONES

Durante incontables edades, los Hijos de Rion fueron la única raza en Erthara. Pero llegaron a desconfiar incluso de los mismos dioses que los habían creado. Alanta, la Diosa de la Noche, extendió rumores acerca de la esclavitud a la que se les sometía hasta que finalmente morían para ser juzgados.
    Y fue así como la semilla de la discordia se fue extendiendo entre ellos, hasta que muchos comenzaron a ser llamados los Dragones Exaltados, contrarios a los dioses. Y las guerras entre los Dragones Exaltados, seguidores de Alanta, y los Dragones Fieles a Eda sacudieron Erthara durante milenios.
    Los dragones tallaron Eddala, la primera ciudad que existió en Erthara. Estaba excavada en las montañas, de forma que se fundía con el entorno. Fue arrasada en la guerra entre los dragones. Su historia se convirtió en un mito que resurge cada cierto tiempo de entre las cenizas.
  



V. DEL DESPERTAR DE LAS OTRAS RAZAS

Imagen: Ted Nasmith

En Heimni, en el lejano Oeste, cuando la tierra era aún una, despertaron elfos, humanos y enanos. Eran tiempos oscuros; los dragones danzaban en los cielos. Los enanos se escondieron en las montañas. Los elfos se ocultaron en los bosques. Pero los humanos quedaron expuestos en las praderas.
   Durante mucho tiempo, los humanos iban y venían de la tierra de Heimni, cazando y recolectando para buscar un sustento. Los enanos hacían lo propio en las montañas, cazando animales que encontraban en los riscos y recolectando hierbas que crecían en las peligrosas laderas.
    Los elfos, por su parte, seguían a las manadas de animales y aprovechando los recursos naturales que el bosque les ofrecía. Tenían una profunda conexión espiritual con la naturaleza y realizaban rituales a los espíritus de la naturaleza.
    Los dragones habitaban las partes altas de las montañas; zonas donde podían realizar sus necesarios baños de sol. Fueron los enanos los primeros en contactar con ellos y tuvieron miedo de los señores de los cielos.
    Por ello, los enanos desarrollaron una agricultura adaptada al interior de las montañas, cultivando productos resistentes como patatas, cebollas y legumbres en terrazas escalonadas en las cavernas enanas. Así evitaban cruzarse con los dragones.
    Además, los enanos aprendieron a conservar alimentos con técnicas de salazón y secado. Gracias a ello, pudieron almacenar alimentos durante mucho tiempo. Construyeron una sociedad robusta y resistente, y las moradas de piedra florecieron en el corazón de las montañas de Heimni.


VI. DE LA PRIMERA GRAN MIGRACIÓN

Durante un tiempo la tierra tembló, y muchos de ellos tuvieron miedo, y sintieron inquietud por permanecer en Heimni. Y además, la sombra del mal los rodeaba, y no se sentían a salvo en aquellas tierras infestadas de dragones. Así pues, muchos de ellos siguieron su propio destino, y en un impulso se dirigieron hacia el este, huyendo de la sombra y la oscuridad.
   Las migraciones más documentadas son la de los elfos porque ya en la época de la primera Gran Migración conocían la escritura. De los éxodos enanos y humanos sabemos lo que quedó registrado en las crónicas élficas.
   Los elfos de la primera Gran Migración se llaman los Rûmeni, Los Que Partieron, en contraposición a los Tesaleni, Los Que Permanecieron. Los Rûmeni fundaron reinos que florecieron durante la Primera Era.
    De las naciones de los Tesaleni poco se sabe ya que las pocas comunidades élficas que llegaron a Aranorth en la Segunda Era apenas hablaron de lo que dejaron tras de sí. 



VII. DE LOS NARELTHA Y LAS ESPADAS DE EDA

Imagen: libre de derechos


De entre los pueblos que huyeron del oeste durante la primera Gran Migración, estaban los atsios, los mestizos, descendientes de la unión de elfos y humanos. Los atsios, al igual que los elfos, amaron los bosques y los lagos, pero también anidaba en ellos el amor por las grandes planicies y el anhelo del mar. Y finalmente, mientras el miedo y el terror crecían a su alrededor en Heimni, decidieron marchar hacia el este. Juntos llegaron a un hermoso lago, donde fundaron su primera ciudad, Tualêma.
    Y allí en Tualêma Eda encontró a los atsios. Y su luz iluminó sus corazones desvelando toda su belleza y su sabiduría. Y les habló del Equilibrio. Del ciclo de la vida que se haya en la naturaleza y de cómo la vida y la muerte son la esencia de ese Equilibrio. Pues el uno no puede existir ni tiene sentido sin el otro. Y la escucharon, maravillados, intentando absorber toda la sabiduría que había en sus palabras. Y decidieron entonces llamarse a sí mismo nareltha, pues serían siempre seguidores del Equilibrio, de la Vida y la Muerte.
    Entonces Eda dijo:
    —De los animales y de las plantas recibiréis por mí de un don especial. Puesto que solo vosotros habéis escuchado mis palabras, sin miedo. Vosotros sois mi pueblo, hijos de mi espíritu. Un espíritu de la naturaleza habitará en el corazón de cada uno de vosotros, y con éste haréis un solo ser.
    Y les habló entonces del ennar, el espíritu que cada nareltha acogería en su interior, desde entonces y hasta el final de los tiempos. Y designó a una estrella para que a partir de aquel momento sembrara en cada nuevo niño nacido en su seno el ennar adecuado. Y aquel Aenari fue llamado El Sembrador. Y algunos de ellos recibieron el ennar de un animal salvaje. Otros, en cambio, recibieron el de alguno de los árboles del bosque. Y así, sin saberlo, aquel pueblo quedó dividido.
    Según las antiguas escrituras de los nareltha, Eda les otorgó unas espadas, las que acabarían siendo conocidas como las Espadas de Eda, que encerraban en su seno el poder que había dado origen a Erthara: El Equilibrio. Ese poder los protegería, les advirtió Eda, pero también podría destruirlos. No sólo a ellos, sino a toda Erthara. Y la voz de Eda resonó en Tualêma, y todos allí escucharon las palabras que auguraban su destino.
    —Es esencial que estas Espadas se mantengan unidas pues en ellas reside el Equilibrio. Y desde hoy hasta el final de los tiempos, el futuro de Erthara dependerá de ellas.



VIII. DE LOS REINOS ÉLFICOS ORIENTALES DE LA PRIMERA ERA

Los Rûmeni, Los Elfos Que Partieron, fundaron reinos en el Este que florecieron durante la Primera Era. 
    Los enanos se habían retirado a la seguridad de las montañas y los humanos habitaban las llanuras y los valles, dispersos en aldeas modestas. Por ello, solo las ciudades élficas podían rivalizar en esplendor y sobrecogimiento con las ciudades de los Señores Dragones. Y, durante cientos de años, velaron por la paz en el este y los pueblos humanos y enanos prosperaron al abrigo del esplendor élfico. 
    Los Rûmeni sabían de la guerra en el oeste y conocían la existencia de Alanta, la Diosa de la Noche, pero les pareció que sus tierras quedaban libres de todo mal, pues Alanta parecía pendiente de la guerra de los dragones. Y ellos quedaban al margen, olvidados en la Tierra del Sol. Pero eso no era del todo cierto. 
    Alanta siempre buscó someter a las demás razas, y utilizarlos en su propio provecho, y enviarlos en contra de los Dragones fieles a Eda si era posible. Y muchas veces tuvo éxito en sus planes. Los humanos en el este, aún sin saberlo, pronto cayeron bajo sus mentiras. Pues Alanta envió espías de hermosa apariencia y de oscuro corazón. Sus palabras parecían sabias, pero en ellas se ocultaban los oscuros designios de su Señora. Los engaños de Alanta dieron sus frutos y la Larga Paz de Oriente acabó rompiéndose. Y, por primera vez los reinos, alzaron sus espadas unos contra otros, intentando someterse mutuamente. 
    Sin embargo, la Diosa Oscura deseaba sobre todas las cosas destruir a los elfos del Este, pues temía que, con el tiempo, se unieran a los elfos del Oeste y a los Señores Dragón fieles a Eda. Así que desplegó sus mentiras sobre Círthil, rey de los elfos del Este. Alanta, por medio de sus espías, le habló de una gran unión y le confundió, pensando que la idea de la unión era suya. Y que todos los demás reinos de Oriente debían unirse a él. El poder que Alanta puso en él fue grande, y pronto, los demás reinos fueron uniéndose a él, o cayendo bajo su espada. Y, sin saberlo, así se cumplieron los designios de Alanta. 

Imagen: Venlian (devianart)

    Pero hubo, entre todos los humanos, un pueblo que había erigido una ciudad hermosa, Kayurat, pues habían aprendido de los elfos. Eran orgullosos e indómitos. Círthil puso sus ojos en ellos. Pero los habitantes de Kayurat desconfiaron del Rey Elfo. Usando primero las mentiras, y el miedo después, Círthil intentó una y otra vez someterlos. Pero, cuando finalmente se convenció de que no lograría su propósito, fue preso de una gran furia. Con una gran hueste, el Rey Elfo llegó a Kayurat, y desencadenó una gran matanza. 
    Lanzó sobre sus habitantes una maldición, por la cual no encontrarían el descanso más allá de la muerte, atrapados en Kayurat. Y destruyó la ciudad, dejando apenas piedra sobre piedra. Pero, en ese momento, el poder que Alanta había puesto en el Rey Elfo se derramó sobre la tierra. Y se dio cuenta de cómo él mismo había sido engañado. Círthil se dio muerte allí mismo, y su espíritu quedó también preso de la maldición. Y con él, el resto de su ejército. 
    Con el paso del tiempo, las ruinas de Kayurat desaparecieron de los mapas. Y las Grandes Puertas se perdieron en medio del corazón de esa tierra que alguna vez fue fértil, y que ahora se llamaba la Tierra de las Espinas. Muchas de las creaciones más oscuras de Alanta se reunieron allí, incluso después de su derrota. Y, entre ellas, el espíritu errante del Rey Elfo, atrapado en la ciudad que él mismo había condenado.
    Así fue como los grandes reinos élficos de la Primera Era encontraron su ocaso y, aunque en años venideros, los sobrevivientes intentaron resurgir de las cenizas, Erthara nunca volvió a ver un reino élfico como los de antaño.



IX. DE LA PRIMERA GRAN GUERRA

No fue hasta el día en que los Dragones Exaltados atacaron Eddala que comenzó la Primera Gran Guerra, y la más grande de todas las que hasta ahora se han conocido. El cielo se llenó de fuego allí donde los nuestros luchaban a muerte, y muchos de ellos caían desde el cielo ya muertos, envueltos en llamas, incendiando los bosques y los vergeles. En los mares también se enfrentaron, agitando las aguas y creando enormes olas que anegaban las costas y las playas. Y en la tierra también se enfrentaron, socavando las montañas y los desiertos, y el suelo entero temblaba. 
    En las entrañas de Erthara se desató una contienda no mucho menor. Alanta y su hijo Anteon fueron encontrados y enfrentados por los dioses de Erthara. Grandes seísmos sacudieron las entrañas mismas del mundo, devastadores tsunamis alcanzaron las grandes planicies y los hermosos bosques y las ciénagas yermaron tierras fértiles; consecuencias de la gran derrota de Alanta y Anteon. Erthara se escindió en varios continentes y los Dioses de la Noche fueron encarcelados. Pero el mal que ellos habían sembrado ya había enraizado. Pues los supervivientes a aquellas guerras, tanto de uno como de otro bando, sobreviven ocultos, esperando su momento.
    Grande fue el dolor de Rion al ver cómo aquellos que había creado se destruían a sí mismos, y mayor aún fue el de Ades al comprender cuán grande era el mal que él mismo había legado al mundo. Pero Eda les dijo:
    —He aquí la esencia misma del Equilibrio. Todo lo creado ha de tener un final. Y en la misma esencia de la creación está la destrucción. Así ha de ser y así ha sido.
    Sin embargo, los dioses comprendieron entonces que aquellos a quienes habían creado debían tener la libertad de elegir su propio destino, hasta que el final les fuera dado. Y por ello abandonaron Erthara, para regir desde las estrellas toda su creación.
    De esta manera acabó la Primera Era, con una dolorosa esperanza que se abría paso en el continente más oriental, la Tierra del Sol, y con las distintas razas y pueblos forjando nuevas naciones que habrían de llenar de tinta las nuevas páginas de la Historia de Erthara. 

Imagen: Allagar (devianart)


© Susana Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos)

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