La Creación

Y primero la Vida despertó, y dijo: "He aquí el lugar donde he de crear". Y al volver el rostro observó a su hermano, la Muerte. Y él le respondió: "Pero todo lo creado ha de tener un final"

10 de enero de 2012

La Puerta Bendita (Parte I)


¡Saludos Viajeros! Como lo prometido es deuda hoy os traemos la primera parte del relato de una de las batallas ocurridas en las vastas tierras de la Alianza de Kelthist en una época en la que el sur de Aranorth hervía en conflictos entre naciones y en guerras. Cómo os dijimos, en el margen derecho, dónde pone "Espadas y Equilbrio" estamos poniendo los links de los distintos relatos que narran acontecimientos de otros rincones de Erthara. ¡Esperamos que os guste!





La Puerta Bendita. Parte I.


Enormes extensiones de terreno ardían con un fuego tal que confundía los sentidos. El cielo se oscurecía por momentos y la cúpula celeste ensombrecida helaba los corazones de aquéllos que se atrevían a contemplarla. Casi todos los campos de uno de los más importantes enclaves de la región de Kelthist estaba doloridos al ver la desgracia campando a sus anchas. Envuelta en llamas resultaba el último bastión, la última porción de terreno que servía de protección a las ciudades de la Alianza de Kelthist, el Cáliz de Plata.
La Puerta Bendita era un enclave natural que servía de defensa contra los norteños bárbaros de Kotow, enemigos naturales de los hombres de Kelthist. Bajo la protección de las Colinas de Hierro, aquel paso encallado entre un acusado desfiladero, ocultaba en su profundidad una torre milenaria. Desde que Arain el Bendito llegara a aquellas tierras portando el cáliz que guardaba la sangre del último gran dragón, aquel lugar sirvió de defensa para los custodios de aquella reliquia. Protegida por ella, había sido construida una pequeña torre al mismo tiempo que una aldea había surgido en torno a ella. Pero aquel día, la Puerta Bendita, ardía. 

Todo había empezado días atrás…

Darlak se despertó cuando unos cálidos rayos, los primeros del nuevo día, le acariciaron la piel; se incorporó con movimientos dolorosos. Había pasado la noche durmiendo con una mala postura y tenía todos los músculos agarrotados. Bajó de la incómoda cama torpemente y se puso de pie aún desorientado sin saber dónde estaba. Cuando reconoció el lugar donde había dormido, la habitación de una descuidada posada, comenzó a estirarse, deleitándose con la imagen que ofrecía la ventana de la habitación desde la que se veía una pequeña estela de sol asomando tímidamente en un cielo que, durante horas, había estado arrojando lluvia.
Un jubiloso destello de luces y colores se mostraba para ojos selectos sobre las hojas de los árboles, producido por las gotas de lluvia residuales mezcladas con la luz de los primeros rayos de sol. Darlak no pudo más que deleitarse.
Pasados unos minutos recuperó la movilidad de sus miembros. Se vistió rápidamente y salió de su habitación para después descender la escalera que conducía al piso de abajo. Allí se encontró con el posadero, que al parecer le esperaba.
—¿Has dormido bien? —El viejo posadero le miraba con ojos impacientes mientras frotaba sus manos en una grasienta tela. Después de ello, metió la mano derecha en el bolsillo del pantalón y sacó un trozo de papel. —Caragan ha enviado con un mozo esta nota. Dice que es urgente.
La carta estaba escrita con una letra pulcra y cuidada para provenir de un herrero. En la nota le avisaba de que la tarea que Darlak le había encargado había sido realizada. Se trataba de la espada que le había encargado que arreglara.
El joven tomó una magnífica pinta porque sabía que posiblemente pasaría mucho tiempo antes de que volviera a disfrutar de una cerveza tan exquisita. Acto seguido, y después de entregar las monedas correspondientes para saldar la deuda contraída por la pinta, abandonó el lugar.
Cuando salió a las afueras de la posada parecía no haber nadie por las calles. Darlak subió a su caballo y descendió la calle empedrada que conducía a la casa del herrero. Al cabo de un rato, atisbó la pequeña herrería junto a una casa que contaba ya con muchos años. Bajó del caballo y continuó caminando hacia una puerta de madera, la cual golpeó.
Tras unos segundos, oyó un ruido y vio que la puerta se abría.
—Pasa, Caballero Marbail
El recién llegado entró en la vieja casa del herrero haciendo caso a la voz desgastada, que por cierto le resultaba extraña. Empujó la puerta y ésta se cerró tras él. Al fondo de la estancia había una vieja anciana esperaba su llegada apoyada en su viejo bastón. Por un momento, Darlak se quedó perplejo; no conocía a la anciana. Pensó que sería una cliente de Caragan y éste posiblemente estuviera en la herrería, situada justo al lado y a la cual se accedía desde el interior de la casa. Caragan era un tipo muy hospitalario y tenía la costumbre de invitar a un refrigerio a todos sus clientes.
La anciana, una mujer canosa y menuda, con ojos brillantes y saltones, empezó a reír de una manera jocosa al ver la incredulidad en los ojos del recién llegado. Tras unos minutos, habló:
—Mi nieto ha tenido que salir muy temprano a comprar materiales para la herrería. Y Bettie, su esposa, está comprando en el mercado. Caragan me ha pedido que te reciba mientras regresa.
La anciana entonces cambió la expresión de su rostro y, en sus ojos antes inocentemente brillantes, una pícara frialdad asaltó la chispeante vejez de aquella mujer.
—Estamos solos tú y yo.
El tiempo pareció entonces detenerse, cual carruaje que ha estado a punto de atropellar a un inocente cuya vida es aún valiosa, como las nubes cuando dejan de llorar lluvia. Darlak se sintió cohibido por la presencia de aquella anciana mujer.
—Caballero Marbail, perdona mi mala educación. Los años hacen olvidar los buenos modales, al menos en mí. —Acto seguido se dirigió hacia una esquina donde había una silla y le indicó al recién llegado que se sentara.
Darlak dudó.
—No tengas miedo. Son muchos los años que cargo a mi espalda como para qué te pueda hacer algún tipo de daño.
Finalmente se sentó en la silla mientras que la anciana permanecía de pie, apoyada en el bastón y mirándole fijamente.
—Habéis sido nombrado recientemente miembro de la Orden de los Caballeros de Kelthist, ¿qué se siente?
Darlak la miró perplejo, ¿cómo sabía aquella anciana que hacía poco que había sido ordenado Caballero? ¿Tan rápido corrían las noticias entre las tierras verdes de la Alianza?
—Yo sé muchas cosas, vaya si no. —La vieja anciana parecía haberle leído el pensamiento. Volvió a lanzar unas suaves carcajadas hasta que la tos pudo con el débil cuerpo de la mujer. Una vez se le hubo pasado, continuó—.Pasan cosas insólitas en esta tierra últimamente y más cosas han de suceder aún..
—Sin duda, me dejas sorprendido. ¿Eres algún tipo de hechicera o visionaria?
—Algo parecido. Son muchos los años que cargo a mi espalda como para haber aprendido muchas habilidades. He visto tantas cosas en mi vida que se me podría considerar una visionaria, jovencito. Sin embargo, veo más cosas que desconoces. La guerra vuelve a estas tierras, la sangre será vertida. —La anciana rió otra vez, mientras sus carcajadas contribuían a incrementar el enfado del otro—. No te preocupes, la guerra llegará primero a la Puerta Bendita.
En ese momento y sin previo aviso, desde el exterior de la casa, llegaron unos gritos que sobresaltaron a Darlak.
¡¡FUEGO!!¡¡AYUDA!! ¡¡FUEGO!!
Como si la silla le quemara, Darlak se levantó y se dirigió hacia la puerta que conducía a la herrería. Entró en una estancia amplia y ordenada, debidamente compartimentada para cada uno de los trabajos que Caragan hacía. Hizo una mirada general de la misma con el fin de ubicarse y ver dónde empezar a buscar. No halló su espada por ningún sitio.
Estuvo buscando un buen rato hasta que finalmente se dio por vencido y decidió que cogería una espada cualquiera de las que Caragan tenía por allí. De repente, su vista se topó con algo que brillaba incandescentemente como si estuviera ansioso porque él posara su mirada en ella. Y la vio. Un arma oscura, cuya hoja negra resplandecía iluminando la oscura estancia. La espada que había comprado por unos pocos escudos de plata a un traficante de armas.  
Darlak se acercó a la espada y la tomó. Desconocía su procedencia, aunque el traficante le había había narrado un extraño y oscuro relato sobre su anterior dueño. Pero ello a Darlak no le había importado, necesitaba una espada para su nueva labor en la Orden. 
La alzó. Era una espada pesada y fuerte pero fácil de manejar. La hoja emitió un brillo opaco, lejano y cercano al mismo tiempo. Durante unos instantes, Darlak no pensó en nada más.

© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).

5 comentarios:

  1. Esta muy bien el blog, no lo conocía hasta ahora, me pasaré más a menudo a leerlo. Aprovecho para felicitarte el 2012, un saludo!!

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  2. Muchas gracias por tu visita David. Nos alegra que te guste este sitio y las historias que estamos colgando. Cualquier sugerencia es bienvenida. Saludos!

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  3. Ha sido un placer llegar aquí a través de 20Blogs, ciertamente teneis un blog muy interesante. Excelentes narraciones, os ponto en FAVORITOS para seguir degustando vuestras obras con paciencia, y siempre que pueda.
    Enhorabuena y os deseo muchos éxitos.
    Cordiales saludos.
    Ramón
    P.D.: A la espera de la II parte, Darlak promete.

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  4. Muchas gracias Ramón, por pasarte por aquí y además dedicar tu tiempo para dejarnos tu opinión!! Eso nos anima a seguir adelante!!
    Espero que te sientas como en casa en Erthara, y que nos dejes tus impresiones siempre que puedas.
    Pronto Sergio colgará la segunda parte de La Puerta Bendita :)
    Un abrazo!!

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  5. Muchas gracias por la visita, como dice mi compañera es para nosotros un placer que os guste nuestros relatos y lo que aquí colgamos. ¡De verdad que muchas gracias!

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