La Creación

Y primero la Vida despertó, y dijo: "He aquí el lugar donde he de crear". Y al volver el rostro observó a su hermano, la Muerte. Y él le respondió: "Pero todo lo creado ha de tener un final"

Los Nareltha

Nombre: Los nareltha (de "nare", muerte, y "eltha", vida)
Continente: Aranorth
Emplazamiento: Bosque de Elthalûare, en las estribaciones de Angennel (Montañas Blancas), en la costa del Mar Escarlata
Escudo o símbolo: Dos semicírculos colocados de forma enfrentada, con dos espadas atravesándolos. 
País y capital: Elerthe y Aleneltê.

Presentación: 

El pueblo de los nareltha es uno de los más importantes de Erthara. Posee una cultura rica en leyendas y deidades, y prolifera en cientos de rituales y ceremonias. Su biblioteca rivaliza con la gran biblioteca de Erein. Tienen una lengua propia, el naralthane, que desciende del idioma primigenio de Heimmi. Su país, Elerthe, acoge además a extranjeros que acaban viviendo en su ciudad, seducidos por sus costumbres, y atraídos por la riqueza que les proporcionan los productos del gran bosque Elthalûare y los yacimientos mineros de las canteras de nulya, por las cuales rivalizan con los enanos.

Las antiguas escrituras dicen que son el fruto de la unión de dos linajes: el de los elfos de Ireia y el de los humanos de Ales. Su historia es la de un largo peregrinaje durante miles de años y la de la fundación de varias ciudades, hasta que finalmente se establecieron en las estribaciones surorientales de las Montañas Blancas, al amparo del Elthalûare. Recibieron un precioso don de manos de la diosa Eda: una conexión inquebrantable del alma de cada uno de ellos con el espíritu de un ser vivo, convirtiéndose éste en su tótem o ennar. A cambio, la diosa les pidió que guardaran dos objetos especiales, dos espadas magníficas, que simbolizaban la vida y la muerte y el ciclo que mantenía el Equilibrio que sustenta Erthara. Eran las Edantari, las espadas de Eda.

Sin embargo, a causa de don que Eda, en el seno de este pueblo empezó a nacer una división. A unos los unió al espíritu ennar de un animal, y son los narelântar, los hijos de la muerte. Otros recibieron el espíritu ennar de un árbol del bosque, los llamados elthalântar, los hijos de la vida. El don se convirtió en una maldición: aquellos que celebraban la vida, los elthalântar, no entendían la celebración de la muerte, y aquellos que celebraban la muerte, los narelântar, perdieron interés en la celebración de la vida. Dos grupos surgieron, enfrentados entre sí y surgió un rencor que los fue distanciando aún más si cabe, celosos de sus rituales propios. Durante tiempo, fueron alternándose en el poder de su país, acrecentando su rencor y desprecio al otro.

De esta manera, en el año 1412 de la Tercera Edad, la sociedad nareltha es bastante compleja. La enemistad entre los dos clanes es patente, rivalizando entre ellos por imponer sus creencias y controlar el poder en Elerthe, su país.

Características: 

Los nareltha poseen lo mejor y lo peor de los linajes de los humanos y de los elfos. De los primeros, albergan la curiosidad y la creatividad, equilibrada por la agudeza de sus sentidos, amor por la naturaleza y los gustos artísticos de los primeros. Pero también poseen las peores cualidades de las dos razas: la arrogancia de los elfos; y la terquedad de los humanos. Y de ambas razas, la posibilidad de ser ambiciosos, envidiosos y vengativos. 

Si bien su vida dura más que la de sus contrapartes humanas, no es tan larga como la de los elfos. Durante sus primeros años de vida crecen como los demás humanos pero cuando alcanzan la plenitud su envejecimiento pasa a ser muy lento.

Debido a su herencia élfica, los nareltha no envejecen como los humanos. Sólo hay algo en ellos que cambia, y es que, conforme se acerca el final de sus días, sus cabellos se vuelven completamente blancos, y sus ojos pierden poco a poco el iris que les da luz y color, quedando sólo una blancura que cubre todo el globo ocular.

Sus características físicas es una mezcla de ambos mundos aunque conservan la belleza élfica. No obstante, pueden tener rasgos típicos humanos como la barba, el cuerpo más fornido y el cabello más grueso y opaco. Así mismo, también son más altos que los humanos, mucho más fuertes, más resistentes a las enfermedades (aunque no invulnerables) y tienen un aura de belleza que no existe en ninguna raza humana. 

Sociedad:

En los confines de la sociedad nareltha, se tejía un intrincado tapiz de clases sociales. En general, la clase venía determinada por el nacimiento y la propiedad; y por el valor en la batalla, en el caso de los narelântar.

La élite nacida para liderar en lo político, militar y sagrado eran los Tawar. Eran los que ocupaban los cargos más importantes en el ámbito político, militar y sacramental. Su estatus, forjado al nacer, podía desvanecerse si no superaban la educación (formación como adulto; Narwalomê, en el caso de los nare, y Ninlomê en el caso de los eltha) o cometían alguna falta que iba en contra de las normas sagradas del pueblo. En el caso de los narelântar, si un tawar mostraba cobardía en la batalla también perdía su condición. La supremacía de algunas familias tawar sobre otras de su mismo rango, dependía de qué clan ostentaba el gobierno en cada época histórica: si los elthalântar o los narelântar.
Entre los tawar estaban los Goldar, los sacerdotes de la vida, los Ayamân, los sacerdotes de la muerte, los Vaiar, los valientes guerreros narelântar y los Galentari, los guardianes de las Espadas de Eda.
Por debajo de los tawar, emergía la segunda casta, los Dakar: comerciantes, artesanos, constructores y campesinos; en general cualquier oficio libre de ejercerse. Poseían poder político según su riqueza, pero sus manos nunca empuñaban armas. La riqueza influía, siendo usada por los dakar para ascender estatus.
En un nivel inferior estaban los Hetêma, que desempeñaban su papel como esclavos de los tawar y de los dakar adinerados. Atados a la propiedad a la que pertenecían, podían casarse y tener hijos, pero su libertad estaba marcada por la decisión de sus terratenientes. Algunos en ciertas condiciones podían quedarse con los frutos de su trabajo una vez deducida la renta que le correspondía al titular de la hacienda. De modo excepcional, tanto los hetêmar como los dakar más pobres podían ser reclutados para el ejército, lo que en el caso de los hetêmar significaba la libertad en el caso de sobrevivir a la guerra, pasando en ese caso a ser dakar.
Un cuarto grupo estaba constituido por los Hethar, los extranjeros que eran aceptados en las tierras de los nareltha. Aunque libres, permanecían al margen de las decisiones políticas. Se les permitía tener parte de la cuota de comercio y de artesanía. Algunos eran campesinos, aunque solo de terrenos menos productivos.

Por último, en el oscuro rincón de la sociedad nareltha estaban los Ramar (los manchados), aquellos ciudadanos que no superan la educación o son denostados por cobardía o haber cometido algún delito. Como parias, su destino se trenzaba con la servidumbre, quedando al margen de la sociedad, marcados por su deshonra.

Gobierno:


Los nareltha estaban gobernados por el Nyazê, un consejo formado por tawar. En su origen fue un cuerpo consultivo. Con el devenir del tiempo y el vaivén del poder entre elthalântar y narelântar, fue adquiriendo más poder, porque el clan que ocupaba el poder quería gobernar de forma más autoritaria sobre el otro.

Formado por un número cambiante entre elthalântar y narelântar, el Nyazê tenía el monopolio para proponer y crear leyes, dirigir la política, las declaraciones de guerra y la firma de paz, el poder judicial; además de poseer el derecho de veto sobre las decisiones de la Asamblea. En el año 1412, el Nyazê está ocupado por el veintitrés narelântar y siete elthalântar.

Entre los miembros del Nyazê, destacaba el Dalên, el representante del pueblo nareltha. En los albores de la historia del pueblo, el Dalên encarnó la espiritualidad, un reconocimiento a Eda, respetado y reverenciado. Miles de años después, el Dalên era un cargo político, elegido entre los miembros del Nyazê, en función de qué clan ostentaba el poder en cada momento. En épocas pasadas, el poder del Dalên a veces se había alzado por encima de los límites establecidos. A veces por el carisma y astucia de la persona que ostentaba el cargo, otras porque usaba medidas cuestionables como la extorsión o el soborno, el Dalên lograba ejercer un control sobre los miembros del Nyazê. Su sabiduría y su habilidad para persuadir y convencer a los demás podían convertirse en herramientas poderosas. A medida que los vientos del cambio soplaban en la sociedad nareltha, algunos utilizaban su influencia para tejer redes de lealtades entre los miembros del consejo, controlando así la toma de decisiones y guiando los destinos del pueblo con mano firme. En estos periodos, su voz resonaba con mayor fuerza en las salas de gobierno, dictando políticas y decisiones importantes para la sociedad nareltha.

La distinción de Dalên era así mismo grabado a fuego en su cuello, con un dibujo de sombras que adquiría con el tiempo una tonalidad característica debido al tinte especial que se añadía a los emplastos de hierbas que se utilizaban para curar las heridas que se formaba. Si el Dalên era narelânta se usaba tintes de tono rojo intenso casi negro y si era elthalântar se usaban tintes de tono verde oscuro también tirando a negro. Eran los sacerdotes los encargados de efectuar esta marca, utilizando para ello pequeñas dagas ardientes. Esta marca era llamada Daltana.

El tercer órgano de gobierno era la Nyantasse, la asamblea o reunión de todos los nareltha, convocados en fechas fijas. En esta asamblea se votaban las propuestas provenientes del Nyazê y se debatían los problemas del pueblo. Corresponde al Nyentase o Asamblea aprobar o no las propuestas del Nyaze, o consejo. Si bien no es de forma vinculante.

El proceso de votaciones era a puño alzado. El puño derecho, voto positivo; el izquierdo, negativo. Aquellos que no hagan ninguna de estas señales contarán como abstención. Los delegados de cada barrio procederán al recuento.

Translate