¡Salud, viajeros!
Hoy continuamos con la serie de relatos que narran acontecimientos ocurridos en el este de Aranorth en una época en que varios países estaban en guerra entre ellos. En este relato, tras la batalla narrada en el relato "El Poder del Dragón", los caballeros Darlak y Eleil son conducidos a las Casas de Curación. Esperamos que os guste!
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Darlak
fue conducido por fin a las Casas de Curación de Nailis. Y junto a él fue
llevada la joven Eleil, que se había herido un brazo. Las Casas de Curación de
Nailis eran una auténtica maravilla arquitectónica y estaban protegidas por
guardias de tal manera que, aunque fuese una noche sin luna ni estrellas y el
encargado de evitar los guardias fuese un maestro, le costaría mucho entrar en
el edificio. Se hallaba en el tercer nivel de la ciudad y se accedía a ellas a
través de una senda que empezaba en las viviendas y continuaba por el bosque.
Aquellos días los enfermeros estaban a rebosar, muchos eran los heridos que
tenían que atender después de la batalla.
El
caballero fue recostado en una de las mejores camas, cerca de una ventana donde
el aire purificador entraba sin trabas e impedimentos. Estaba perdiendo mucha
sangre y la herida del abdomen era muy grave. Mientras le curaban
cuidadosamente las dos heridas, tanto la del hombro como la del abdomen, quedó
dormido en un sueño intranquilo, en un sopor que lo sumergió en imágenes de
desaliento y horrores. Las pesadillas lo estuvieron acechando con sombras
oscuras e incordiantes.
Al
tercer día despertó, sudoroso, sobresaltado. Notó una mano en su frente e
intentó girarse de forma que pudiera ver quién le estaba atendiendo pero un
dolor profundo le recorrió el cuerpo.
—Bienvenido
al mundo de la vigilia, Darlak —La voz femenina era dulce y contundente al
mismo tiempo. Eleil pasaba un paño húmedo por la frente del caballero con la
mano que no tenía herida. Darlak vio que tenía el brazo izquierdo sujeto con
una venda—. Tenía el hombro dislocado —explicó Eleil al ver que se fijaba en su
hombro herido—. El dolor fue insoportable, pensé que me iban a sacar el brazo.
Estuvieron
riendo mientras ella le contaba cómo le habían curado la dislocación del
hombro. Estaban solos en aquella habitación, tan acogedora y limpia que hacía
sentirte cómodo. Las enfermeras que atendían a Darlak se habían retirado hacia
una hora más o menos, y Eleil había pedido quedarse por si el capitán se
despertaba.
En
el exterior, la tensión continuaba. Nada se sabía del ejército de Tet Wup y el
rey Eartan seguía en el norte vigilando la frontera. Igalin había viajado a
visitar a su esposa Annamel a Ostalel sabiendo que Darlak quedaba en buenas
manos.
***
Al
siguiente día, Eleil encontró a Darlak gritando en espantosas pesadillas.
—¿Qué
le ocurre? ¿Por qué no deja de gritar? — le preguntó la mujer muy preocupada a
quién estaba atendiendo en ese momento a Darlak. Un rostro bastante preocupado
se giró hacia ella.
—Hay
algo que le está matando por dentro, Eleil —Igalin intentaba curar el mal que
recorría el cuerpo del capitán.
El
herido no dejaba de sangrar y el estado de shock en el que se encontraba le
hacía debatirse entre espantosas convulsiones y escalofriantes gritos de dolor.
La fiebre era muy alta y no habían conseguido reducírsela. Igalin había venido
esa mañana de Ostalel.
—El
veneno que portaba aquella flecha es muy potente porque ni siquiera mis poderes
están consiguiendo hacer nada por su estado — Igalin estaba sudando a mares al
hacer un esfuerzo especial por concentrar todo su poder y ayudar a su amigo.
—Tienes que poder, Igalin Sulet. No merece morir aún —Eleil estaba desperada y posó sus dos manos en los brazos de Darlak —¡Despierta Darlak! ¡Despierta! ¡Despierta! —La mujer sentía mucho aprecio por el que había sido su compañero de batallas desde que se encontraran en la Puerta Bendita, al norte, tiempo atrás. El haber tenido que luchar juntos durante la guerra que envolvieron las tierras de Alianza de Kelthist antes de la batalla con Tet Wup, había creado una camarería entre ellos dos. Ahora la mujer temía por la vida de Darlak.
—Tienes que poder, Igalin Sulet. No merece morir aún —Eleil estaba desperada y posó sus dos manos en los brazos de Darlak —¡Despierta Darlak! ¡Despierta! ¡Despierta! —La mujer sentía mucho aprecio por el que había sido su compañero de batallas desde que se encontraran en la Puerta Bendita, al norte, tiempo atrás. El haber tenido que luchar juntos durante la guerra que envolvieron las tierras de Alianza de Kelthist antes de la batalla con Tet Wup, había creado una camarería entre ellos dos. Ahora la mujer temía por la vida de Darlak.
Viendo
que el joven no reaccionaba a sus súplicas y mientras Igalin intentaba con su
poder transformado en luz blanca curarlo, Eleil empezó a llorar y sus lágrimas
cayeron sobre el rostro inconsciente del caballero.
—Despierta,
no te mueras — Eleil seguía llorando aferrada al cuerpo inmóvil del caballero.
Igalin, exhausto, se echó hacia atrás.
Igalin, exhausto, se echó hacia atrás.
—Creo
que finalmente…—dijo Igalin mientras se retiraba el sudor de la frente —Creo
que finalmente nuestro querido Darlak está fuera de peligro.
***
Eleil
contemplaba absorta el cielo que en ese momento descargaba una capa fina de
agua. Había pasado unas semanas desde que Darlak había salido fuera de peligro.
Y en dos días sería dado de alta. El caballero ya se encontraba bastante bien y
había pedido salir de las Casas de Curación unos días atrás. Sin embargo, Eleil
lo obligaba a descansar. En ese momento, acababa de dejarlo durmiendo.
Se
hallaba en unos jardines escondidos en la parte trasera del gran edificio.
Llevaba un rato allí, en su soledad. De repente, notó una daga en el cuello.
—¡Al fin te atrapé! —dijo una voz a su
espalda.
Eleil intentó zafarse de su agresor pero no pudo. Le tenía atrapada por la cintura con uno de los brazos y con el otro sujetaba la daga que tenía puesta en su cuello.
—Hueles
bien, bella flor del bosque —susurró su agresor—. Siempre me gustaste, siempre
me atrajiste con tu dulzura y tu belleza. Pero él se me adelantó.
A
pesar de no poder ver con certeza quien era, la mujer reconoció su voz.
—Suéltame
o juró que pagarás caro tu osadía, Artan – amenazó ella en alta voz, deseando
que alguien se percatará de su difícil situación. En ese momento, ella odió al hombre
que le tenía atrapada. Poco había sabido de él. Fue amigo de Liarot pero por su
actitud y creciente ambición fue expulsado de la Orden de Caballeros de
Kelthist y poco supieron de él hasta aquel día en que lo vieron capitaneando
uno de los ejércitos enemigos que estaban asolando aquellas tierras. Pero Eleil
lo odió más cuando acabó con la vida de su amado Liarot en la Puerta Bendita.
Artan
empezó a reír. Había planeado que su ejército entretuviera a los guardias
cuando él vio a la joven entrar en las casas de curación. Necesitaba estar a
solas con ella. Pero sin esperar aquella reacción, Eleil le propinó una patada
y consiguió desprenderse de él
—¡Maldita!
Artan
se lanzó rápido como el rayo y la agarró al tiempo que alzaba su arma hacia
ella. Eleil vio como el arma descendía en un arco rapidísimo con el objetivo de
hundirse en su pecho. Justo en el momento en que parecía irremisible su final,
una espada detuvo el golpe. La joven aprovechó para huir.
El
agresor vio con asombro el rostro de quien había parado el golpe.
— ¿Tú?
Durante
unos instantes ambos se evaluaron detalladamente. Darlak se rió al ver el
rostro de sorpresa de su adversario. El caballero se sintió contento de poder
medir sus fuerzas al fin con aquel mísero hombre, un aumento de la adrenalina
le hizo encenderse furia guerrera. Decidió que haría pagar a aquel miserable
por la osadía de colaborar en aquella guerra contra el reino, de haber acabado
la vida de Liarot y de intentar lo mismo con Eleil.
—Darlak…—susurró
Eleil.
—No
podía estar más tiempo en la cama. Y me
he dado el alta yo mismo —afirmó sonriente.
Artan estaba encendido de rabia pero no dudo en prepararse para el ataque. Dio una patada, no con la intención de golpear al joven, pues sabía que la esquivaría estando en esa posición, si no para conseguir un espacio de tiempo para sacar su espada que dirigió hacia su rival. Darlak paró el primer golpe, y el segundo, pero el tercero fue un golpe ascendente que por poco más de un centímetro no le desgarró la cara. El caballero contraatacó y obligó a su enemigo a irse hacia atrás. Entonces sacó un pequeño cuchillo arrojadizo dispuesto a lanzársela a Darlak mientras le atacaba con la espada. Se lo lanzó y el cuchillo fue a clavarse al hombro del joven pero éste logró ladearse a tiempo. El arma apenas le hizo un corte en el hombro. El caballero volvió a atacar con su espada y su enemigo le detuvo el golpe. Se sentía en plenas facultades después de aquellas semanas convaleciente.
Artan estaba encendido de rabia pero no dudo en prepararse para el ataque. Dio una patada, no con la intención de golpear al joven, pues sabía que la esquivaría estando en esa posición, si no para conseguir un espacio de tiempo para sacar su espada que dirigió hacia su rival. Darlak paró el primer golpe, y el segundo, pero el tercero fue un golpe ascendente que por poco más de un centímetro no le desgarró la cara. El caballero contraatacó y obligó a su enemigo a irse hacia atrás. Entonces sacó un pequeño cuchillo arrojadizo dispuesto a lanzársela a Darlak mientras le atacaba con la espada. Se lo lanzó y el cuchillo fue a clavarse al hombro del joven pero éste logró ladearse a tiempo. El arma apenas le hizo un corte en el hombro. El caballero volvió a atacar con su espada y su enemigo le detuvo el golpe. Se sentía en plenas facultades después de aquellas semanas convaleciente.
Ambos
manejaron sus armas a la perfección, produciendo pequeñas chispas en cada
choque, que saltaban al ritmo del repiqueteo del metal chocando a toda
velocidad. El ir y venir de las espadas apenas podía ser seguida por Eleil, que
miraba como hipnotizada ese duelo mientras la lluvia mojaba su cuerpo.
Artan
mantuvo el orgullo pero sabía que su situación era crítica. Era consciente que
había sido una imprudencia infiltrarse en la ciudad en busca de ella. Pero
desde hacía varias semanas vivía obsesionada con ella. Él siempre había tenido debilidad
por ella pero debido a eso se había dejado atrapar fácilmente.
La
lluvia había parado pero el suelo estaba embadurnado y comenzó a perder
consistencia, convirtiéndose en un terreno difícil donde el control de los
propios movimientos era algo casi más importante que el controlar todos los
movimientos del contrario. El arma de Artan describió un arco descendente, y la
espada de Darlak paro el golpe cruzándose sobre la cabeza de este, para iniciar
un contraataque fulgurante, que no encontró resistencia, ya que el otro ya se
había echado para atrás cuando Darlak inició el movimiento. Entonces Darlak
comenzó una evolución de estocadas, que gracias a la supremacía de la espada
con la que contaba, le permitieron hacer retroceder a su adversario, que finalmente
resbaló, golpeándose de espaldas contra el suelo. Entonces, mientras Artan
elevaba su arma en un último intento por evitar la siguiente estocada, vio la
hoja azul y brillante de su adversario, descendiendo contra su rostro a toda
velocidad. Fue lo último que vio.
© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).