La Creación

Y primero la Vida despertó, y dijo: "He aquí el lugar donde he de crear". Y al volver el rostro observó a su hermano, la Muerte. Y él le respondió: "Pero todo lo creado ha de tener un final"

27 de diciembre de 2012

Conspiración en Nailis (Parte II)


¡Salud, viajeros!

En la entrada anterior, nos quedamos con Nailis a punto de ser atacada, es hora de saber qué ha ocurrido. ¡Disfrutad la lectura!





La puerta de la celda se abrió ante los ojos perplejos de Darlak y Aeris. Entraron dos hombres de la guardia real.

—Podéis salir de aquí. Han invadido la ciudad —dijo uno de los hombres mientras les daban las armas que le requisaran antes de ser encarcelados. Darlak miró con regocijo su espada.
Salieron de la celda y fueron a liberar a los otros tres compañeros de Darlak para acto seguido salir de aquel lugar.
—¿Cuándo ha empezado la invasión de las tropas de Tet wup? —le preguntó el caballero a uno de los hombres que le habían liberado.
—Los que nos han asaltado no son tropas de Tet wup. Los que están invadiendo esta ciudad portan la bandera de Angh —informó mientras subían las escaleras.
—¿Cómo es posible? ¿Más enemigos? – inquirió el Darlak, incapaz de dar crédito a lo que escuchaba.
—En Blath Laidir las tropas de Kielhe no han conseguido retener a las compañías de Angh que llegaron en sus barcos hace algunas semanas. Parece ser que algunas tropas de ellos han penetrado tierra adentro.
Una vez en el exterior del edificio de las mazmorras, que se hallaban cerca de la ciudadela de los capitanes, se encontraron con un paisaje desolador. La mayoría de las torres y de los edificios, principalmente los que se encontraran en la parte oeste de la ciudad, habían quedado arrasados y eran consumidos ahora por grandes lenguas de fuego del voraz incendio que los asaltantes habían provocado para hacer caer la ciudad.
—Los enemigos tienen ya bajo su control casi toda la ciudad. Los pocos soldados que quedan de nuestra defensa se hallan en la gran plaza de la ciudad —contó uno de los dos guardias.
Mientras corrían calles abajo en dirección a la plaza, por doquier advirtieron las consecuencias de la masacre pertrechada por las tropas de Angh. Un carro transportando dos bultos cubiertos por sábanas, los cimientos ennegrecidos de las casas arrasadas o un charco de sangre sobre la cual reposaba algún arma mellada constituían los mudos testimonios de los sangrientos actos de los invasores.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué nos han atacado? —le preguntó a Darlak una compungida Aeris.

—¿Quién sabe? Quizás los señores de Angh apoyen también al Duque Bolged. Atravesamos tiempos aciagos. Este reino se desmorona, mi valerosa doncella—. Aeris le miraba con ojos tristes e incrédulos—. Nuestras tierras están plagadas de enemigos y nuestro destino es hoy desconcertante.

Llegaron a la plaza Sadenhân, donde se concentraba gran parte del ejército invasor que casi tenía el control sobre el baluarte de la ciudad, el lugar que constituía el corazón de la capital. Pocos eran los que quedaban para poner freno a su propósito. Sin apenas dudarlo, Darlak y sus acompañantes se lanzaron al ataque para ayudar a los que aún resistían, que combatían no con la esperanza de conseguir alguna victoria pues todo estaba ya perdido sino con la intención de defender hasta el último momento una ciudad que ya estaba perdida.
Consiguieron hacer caer a algunos enemigos mientras se introducían en un ambiente coloreado de destrucción, muerte y desolación al tiempo que sus espadas danzaban en el remolino de la batalla. Pero el desenlace ya estaba decidido y fue cuestión de poco tiempo que esta historia llegará a su final.
Mientras la espada negra de Darlak hacía lo posible para hacer estragos en los enemigos y el caballero se encontraba en ese remolino de despropósito, vio como la indomable Aeris Niramar caía. Tras perder su poderoso arco, la joven decidió lanzarse fieramente hacia un fornido guerrero con el que estaba luchando. Su objetivo era dañarle con una daga que Annamel le había proporcionado antes de salir de Palacio del Bosque. Consiguió herirle pero no pudo rematarlo porque, justo cuando lo iba a hacer, fue derribada por otro hombre que había acudido a la defensa del guerrero. La daga cayó junto a ella y el guerrero aprovechó la situación para clavarle la daga en el costado.

A Darlak no le dio tiempo de acudir a su ayuda, ni siquiera tuvo tiempo para gritar o atribularse por la caída de Aeris Niramar. Su momentánea distracción fue aprovechada por un hombre que le lanzó un poderoso dardo que impactó en su cuerpo, al tiempo que otro enemigo se lanzaba con su hacha hacia él golpeándole el hombro. Mientras Darlak perdía el equilibrio usó su espada para asestarle un golpe mortal. Pero las heridas sangraban mucho y todo se volvió confuso para él. La mente se le nublaba mientras, alrededor, se escuchaban los gritos de júbilo de los enemigos celebrando su victoria. La lluvia que empezó a caer entonces empapó los cuerpos de Darlak Marbail y Aeris mientras yacían en medio de la destrucción y las ruinas de la ciudad.

A lo lejos, una fuerte tormenta se aproximaba hacia la ciudad caída, que lamía las heridas producidas por el espantoso saqueo.


© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).

1 de diciembre de 2012

Conspiración en Nailis (Parte I)


Hoy retomamos los relatos que narran las guerras que tuvieron lugar entre las naciones del sur de Aranorth, entre los caballeros de Kelthist, los bárbaros de Tet wup, los Señores de Angh y los Cuervos de Bren Tornya. El link a los relatos anteriores de esta saga figuran en el  margen de este blog, donde pone "Espadas y Equilibrio".

Esta vez, Nailis, la capitán de la nación confederada de Kelthist, sobrevive a la guerra debido a su posición geográfica, pero ni siquiera el corazón de esta tierra puede estar seguro, porque a veces el enemigo puede estar en casa...




Extrañas nubes llenaban el cielo y el sol del otoño brillaba levemente más allá de ellas, tímidamente oculto. Un grupo de caballeros montados en sus corceles se dirigían hacía Nailis desde la ciudad de Palacio del Bosque. Cuando se internaron en el Bosque Rojo se percataron del extraño rumor que las hojas de los árboles emitían a su paso. Darlak miró a su alrededor y supo que aquello era síntomas de mal augurio. Cabalgaba a lomos de un hermoso corcel de guerra, fuerte y poderoso. Portaba con él un yelmo que no llevaba puesto en esos precisos instantes, un escudo simple pero bien trabajado e, introducida en su correspondiente vaina, llevaba a Envinyanta, la espada que le había acompañado en las numerosas batallas que Darlak había tenido que participar.

—El bosque está intranquilo —dijo mirando a la joven que cabalgaba a su lado.

Aeris no supo que decirle y se limitó a seguir cabalgando por entre los árboles de aquel bosque extraño e intranquilo. La doncella iba vestida con una hermosa y cómoda ropa que Annamel le había proporcionado en Palacio del Bosque antes de partir.

El camino por donde transitaban discurría en el interior del bosque. Unos metros más adelante, el camino hizo bajada y fue entonces cuando en su campo de visión se hallaron con el lugar de destino. Allí, justo delante de ellos, se alzaba Nailis, majestuosa, enclavada en las Colinas de Hierro y recortada en medio del bosque que la había visto alzarse.

—Aceleremos el paso —pidió Darlak a sus acompañantes. Además de Aeris le acompañaban otros tres hombres. El capitán había dejado al resto de su compañía a las órdenes de Annamel en Palacio del Bosque por si esta ciudad sufría de nuevo un ataque.

Empezaron a acelerar el paso y, cuando estaban a punto de llegar a la puerta de la primera muralla de la ciudad, un grupo de jinetes les salió al encuentro. Eran miembros de la guardia de la ciudad.

—¡Alto! —ordenó el que iba en cabeza del grupo —¿Cuales son vuestros nombres?

—Soy Darlak Marbail, capitán de la segunda compañía, y la doncella que me acompaña es Aeris Niramar. —El medio elfo se quedó mirando al guardia esperando que los dejaran pasar sin ningún problema— Por tu bien espero que nos dejéis pasar.

—Esto lo tenemos que consultar con el gobernador —dijo mientras giraba la cabeza hacia atrás. Uno de los hombres que estaban tras de él se percató del motivo de esa mirada y se fue a consultar al gobernador.

—¿Acaso el rey Eartan ha regresado del norte? —preguntó Darlak al guardia.

—No, nada se sabe sobre el antiguo gobernador de esta ciudad.

—Pues no entiendo esta detención ante las puertas de la ciudad. Habéis de saber que, en ausencia de Eartan y el resto de caballeros del reino, Igalin, señor del bosque Bosque Rojo, y yo somos los regentes de estas tierras.

Fue entonces cuando llegó el mensajero con la noticia de que el nuevo gobernador les recibiría gustosamente. Se adentraron entonces en la ciudad y cruzaron la avenida de Tud’Am hacia la ciudadela de los capitanes. En la sala donde otrora residiera Eartan, Darlak se encontró con alguien conocido. Un rechoncho hombre se había adueñado de la majestuosa silla símbolo del poder de Kelthist.

—Darlak Marbail, es un honor encontrarnos de nuevo.

El caballero no pudo evitar mirar desafiantemente a quién le acababa de hablar con tanto desdén y repulsa. ¿Con qué derecho aquel miserable se había tomado la libertad de adjudicarse el gobierno de la ciudad?

—¿A qué estás jugando, Irunen?

El hombre, que antes era miembro de la guardia real y que ahora se sentaba en aquella silla, no pudo evitar reírse con sonoras carcajadas al ver la cara de incredulidad de Darlak.

—Las cosas han cambiado mucho en esta ciudad desde la última vez que nos vimos. Puesto que tu forma de proceder en ese entonces no fue la adecuada ahora no aceptamos ayuda alguna de ti ni de ningún caballero de vuestra orden. Podéis regresar a vuestro querido Palacio del Bosque.

—No eres tú quién para dirigir esta ciudad, Irunen.

—¿Y quién lo va a hacer? ¿Alguno de los honorables caballeros de este reino? ¿Aquellos que se creen herederos de los caballeros de la leyenda del Caliz? Hay rumores de que Eartan ha muerto en las tierras del norte. De la dulce Driane y de Aiglat poco se sabe. A Igalin Sulet poco le importa el resto del reino sólo su bosque. ¿Y Kielhe? que según dicen ha fracasado en su intento de defender Blath Laidir de las fuerzas de los Señores de Angh.

—Estamos en tiempo de guerra y los conflictos que Kelthist tiene con otras naciones hace que estemos en esta situación. Pero has de saber que Igalin y yo, hasta el regreso del resto de caballeros del reino y de la consiguiente paz, somos los regentes de estas tierras.

Irunen se volvió reír.

—Ni hablar, no voy a dejar este reino en vuestras sucias manos, ni en las tuyas ni menos aún en las manos de Igalin, que sólo se preocupa por su bosque. Así que, por intento de conspiración hacia el nuevo regente del reino, tú y tus hombres seréis encerrados —y dirigiéndose a sus guardias, ordenó— Proceded a su arresto.

Así fue como Darlak y sus hombres fueron encerrados en las mazmorras de Nailis mientras Kelthist se quedaba a la deriva en tan terribles tiempos que azotaban las tierras del sur de Aranorth.

Darlak y sus hombres fueron conducidos a las mazmorras y allí pasaron la noche. En la celda en la que a Darlak le tocó compartir con Aeris, empezaba a hacer frío. En una esquina, la joven observaba cómo Darlak iba y venía de un lado a otro de la celda. La joven notaba la impotencia y la rabia que asaltaban al capitán de su compañía sin poder hacer nada por él. De repente, la joven doncella notó un extraño olor a humo que venía del exterior.

—Darlak, algo está ocurriendo ahí afuera —El capitán desvió su mirada hacia atrás y Aeris se asustó al ver el aterrador rostro de él. Sus ojos desorbitados y la desesperación de su cara lo habían convertido en un lobo enjaulado deseoso de salir de su encierro. Nunca había visto tanta impotencia en su capitán.

—¡Maldición! —exclamó Darlak mientras se lanzaba a buscar un cierre, unas bisagras, algún mecanismo para poder abrir la puerta desde dentro, pero todo fue en vano —¡Abridnos!
Darlak siguió maldiciendo mientras daba patadas a las paredes y a la puerta de la celda. Sabía qué estaba sucediendo en el exterior, sabía que los enemigos habían llegado a la capital y sus más oscuros temores se estaban haciendo realidad. Y él no quería estar allí encerrado mientras la capital caía en las asquerosas manos de los enemigos. Se hizo sangre de tanto golpear la puerta con los puños pero fue en vano. Allí permanecieron Darlak y Aeris mientras Nailis era invadida. 


© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).

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