La Creación

Y primero la Vida despertó, y dijo: "He aquí el lugar donde he de crear". Y al volver el rostro observó a su hermano, la Muerte. Y él le respondió: "Pero todo lo creado ha de tener un final"

7 de diciembre de 2011

Relatos atemporales: Namarië Vinyamar

Enmarcados dentro de los "Relatos atemporales", y muy lejos del mundo de Erthara, algunos relatos son un simple homenaje a la obra del maestro Tolkien, y están ambientados plenamente en su obra. Sobre todo en "El Silmarillion", una obra que por quedar en cierta forma inconclusa, hace posible que nuestra imaginación vuele, reencarnándose en antiguos personajes, pudiendo vivir en primera persona las gestas de los grandes héroes de la Primera Edad.

"Namarië Vinyamar"
La Maldición de Mandos pesa sobre mí. Aunque Mandos sabe que la maldición ya me ha alcanzado, y ya he perdido aquello que yo más amaba.
Más allá de las montañas, el aire trae consigo el sabor salado del mar, y su inconfundible aroma agridulce. Valinor. Ojala pudiera regresar a Valinor.
Pero estoy maldita, como todo este pueblo maldito al que he seguido al Exilio. La tierra donde todas las heridas se curan. La tierra donde no existe el dolor. ¿Paseará ella de nuevo por Tuna, quizás de la mano de nuestro padre? Pero no. No puede ser. Ella llevaba consigo el peso de su propia maldición. Aún puedo escuchar la voz de Mandos, como un trueno que estalla en la tormenta más intensa. “Ni aunque todos los que habéis asesinado rueguen por vosotros”, dijo. ¿Cuántas edades habrán de pasar antes de que podamos reunirnos de nuevo?
Yo no puedo regresar a Valinor. Valinor seguiría siendo un hogar vacío sin ella. Y la MaldiciónLa Maldición llegó a mí en aquél momento en el que el horizonte se iluminó de rojo y desveló la traición de Losgar. ¡Maldito seas Fëanor! Incluso él debía ser si cabe más afortunado, pues la muerte se lo llevó pronto a las Estancias de Mandos. Yo en cambio, aún sigo aferrada a Arda.
¿Y ahora qué? El tiempo no ha cerrado las heridas. Mi amor, mi esperanza, mi ilusión de vivir… todo aquello ha muerto en el Hielo Crujiente. Al norte de la tierra, una tumba de hielo alberga no sólo el cuerpo de mi hermana y de muchos otros, sino mi espíritu.
Pero la vida sigue. He oído esa frase de labios de Turgon muchas veces. La pequeña Idril ha crecido, y aunque Turgon lleva muy dentro de sí el dolor de la pérdida de Elenwë, parece que poco a poco va recuperando la ilusión por la vida. Una ilusión que yo no puedo recuperar.
No fueron pocas las veces que sentí deseos de arrojarme desde las más altas torres de Vinyamar. ¿Por qué sigo aferrada a Arda si ya nada queda en ella para mí? No lo entiendo. La Maldición me lo ha arrebatado todo. Y aún así, no soy capaz de rendirme a la muerte. Aún no.
Las calles de Vinyamar están prácticamente desiertas. Día tras día han partido las compañías enviadas por Turgon a través de las sombras de Ered Wethrin. La Ciudad Escondida nos espera ahora, pero sé que tampoco en ella encontraré la paz que anhelo. Pues ese ha de ser el destino de Turgon e Idril, pero no el mío.
Y una y otra vez he demorado la partida, aunque el Rey me ha ordenado hace ya mucho tiempo que me una a una de las compañías que emprenda la marcha.
Pero hoy ha sido el día. No he podido demorarlo más, y ahora la comitiva deja atrás las calles semidesiertas, y mi caballo camina lentamente, acompañando el pesar de su dueña. Es un viaje sin retorno, y todos lo sabemos.

Los primeros rayos del sol cubren de tonos anaranjados el cielo, mientras tras las escarpadas montañas del este el astro empieza asomar en un nuevo día. Sobre las montañas del norte brilla aún débilmente la sonrisa de la luna, con una blancura casi traslúcida.
Una sombra cruza fugaz por encima de la luna. Creo intuir la forma. Unas alas desplegadas quizás. Pero no estoy segura. ¿Acaso lo habré imaginado?
Agito la cabeza suavemente, y me obligo a mí misma a olvidarme de aquella imagen. ¿Acaso importaba? Mi caballo reemprende la marcha, y se reincorpora a la larga columna de elfos que marcha silenciosa hacia el este.
Los Marjales de Nevrast han quedado atrás. Las sombras de Ered Wethrin aparecen frente a nosotros, cada vez más pronunciadas, trayendo consigo el nuevo destino que aguardaba a mi pueblo.
Mi pueblo. ¿Desde cuándo aquella palabra parece haber perdido todo significado para mí? En el oeste queda ahora Vinyamar. El hogar de tantos años. Y al este, la Ciudad Escondida aguarda ya, albergando a la mayor parte de mi pueblo, y a muchos otros que a lo largo de los años se unieron a Turgon en Nevrast. Pero no siento dolor alguno en la despedida. Ni la más mínima esperanza en la nueva ciudad del Rey. Toda mi esperanza murió años atrás en el norte.
¿Qué hago entonces siguiendo una vez más al pueblo de Turgon? ¿Qué es lo que me retiene a su lado? Entonces me doy cuenta de que ya no hay nada. Idril ha crecido. Puedo ver en mi sobrina la imagen de su madre, y cada vez que la miro, el dolor de su pérdida renace en mí y abre una herida que nunca terminará de cerrarse. Quise mantenerme a su lado, mientras me necesitara. Y por ello renuncié a mi venganza. Ahora ya no me necesita… ¿por qué seguir entonces esta comitiva que me lleva a un lugar donde nunca deseé estar?

Una noche más se apodera nuevamente del mundo, y el manto de estrellas de Varda se extiende sobre el cielo. Soy la última de la comitiva, aunque no he mirado atrás ni una sola vez. Pero hemos atravesado el paso de Ered Wethrin, y Nevrast se ha convertido en un recuerdo que se marchitará con el tiempo.
La marcha es ligera. Muchos de los que me acompañan ansían llegar a la Ciudad Escondida. Muchos otros en cambio sienten los pies pesados, bajo los recuerdos que han dejado escondidos en Vinyamar, a la que nunca regresaran. Yo soy la última, y se que algunos creen que me he dejado llevar por el peso de esos recuerdos. Ni siquiera son conscientes de cuanta razón tienen. Los recuerdos de la marcha a través del Helcaraxë me pesan cada vez más, por que no he dejado nada en Vinyamar que deba ser recordado. Pero mientras avanzamos una idea se va abriendo paso en mi mente, cada vez con más fuerza.

Tomamos un breve descanso una vez hemos conseguido cruzar el Teiglin y el Malduin. La noche vuelve a acompañarnos en nuestro peregrinar, pero nos detenemos apenas lo suficiente como para recuperar fuerzas. Ya queda menos. Los días han pasado uno tras otro con una monotonía agotadora. Noche tras noche cabalgamos silenciosos, al amparo de las cumbres de Ered Wethrin, como si sus cumbres se hubieran convertido en nuevos integrantes silenciosos de la compañía. Pronto las dejaremos atrás, pero no será esta noche… ni quizás la próxima.
El silencio es además nuestro mejor aliado. Las huestes de Morgoth acechan, y cada paso que damos hacia las cumbres de las Montañas Circundantes, mayor es el peligro que se cierne sobre nosotros.
Un murmullo apagado acompaña nuestra partida nuevamente. Y cada vez estamos más cansados… Una nueva luna nos acompaña en la partida. Hace un mes que partimos desde Vinyamar. Y ya no sentiremos más el sabor salado del mar…

Seguimos las Ered Wethrin hasta casi llegar a Tol Sirion. Pero finalmente no llegamos a ver la Isla. Simplemente vadeamos el río y avanzamos hasta encontrarnos nuevamente a la sombra de unas montañas. Esta vez son las Montañas Circundantes. Y la cercanía de la Ciudad Escondida vuelve a dar alas a los pies de los más animosos.
Ahora nuestro camino se desvía al Sur, en busca del Río Seco, y del paso secreto. Pero yo no llegaré a encontrarlo… Mi decisión ya ha sido tomada. Las pocas pertenencias que deseo conservar las llevo conmigo, en la alforja de mi caballo.
Un gran pesar hay en mí. Se que ha llegado el momento de la separación. No me despedí de Turgon. Ni siquiera de Idril, Pies de Plata. Pero volveré a encontrarlos, cuando nuestros destinos se cumplan. Cuando la Maldición llegué a su fin y podamos reencontrarnos nuevamente en Tuna, en la Hermosa Valinor.
Pero también llevo conmigo unas migajas de una esperanza que parece renacer. Un mundo nuevo por descubrir…

¿Por qué Turgon jamás deseó vengar la muerte de mi hermana? La Maldición de Mandos nos había encerrado a todos en un círculo de destrucción imparable… pero él decidió esconderse. Siempre me dijo que la sangre derramada mancharía sus manos más aún si cabe… y yo nunca quise escucharle. ¿Qué más podía arrebatarme Mandos? La sangre de los hijos de Fëanor era un precio justo. Con gusto hubiera pagado el precio que fuera por sentirla deslizarse sobre mis manos…
Hoy, mientras un nuevo día comienza a despuntar y Arien ilumina nuevamente los cielos con su belleza, comprendo al fin. Es el amor hacia Elenwë lo que le impide culminar la venganza. Pues he comprendido que esa sangre le separaría nuevamente de ella. Y él no ha perdido aún la esperanza de reencontrarse con ella quizás ante Mandos, o quizás nuevamente en Valinor.
Y yo, que he tardado tantos años en comprender… ahora por fin siento que esta separación cerrará mi herida para siempre. Mientras mis compañeros duermen, me deslizo lentamente y en silencio, guiando por la brida a mi caballo.
Namarië Vinyamar. Namarië Elenwë.

© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).

1 comentario:

  1. Homenaje sí, simple no, ni hablar. El relato es precioso, y puesto que sabéis lo mucho que el Silmarillion significa para mí y para Thèramon, no es necesario que os diga que me ha llegado al corazón. Muchas gracias por compartirlo. Espero muchos más como éste.

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