La Creación

Y primero la Vida despertó, y dijo: "He aquí el lugar donde he de crear". Y al volver el rostro observó a su hermano, la Muerte. Y él le respondió: "Pero todo lo creado ha de tener un final"

29 de enero de 2013

De nuevo buscando el límite del deseo



Hace algún tiempo subimos una escena del libro porque queríamos vuestra opinión y aportación. Quizás recordéis la entrada. Ahí preguntábamos sobre qué tono deberían tener las escenas de sexo en la literatura fantástica. Hoy hemos decidido volver a subir la escena (ampliada con su contexto) donde sustituimos algunos términos por otros más suaves. Queremos advertir, eso sí, que a pesar de la excepción de esta entrada este blog sigue abierto para todos los públicos y también que no os vayáis a malentendidos: Sangre de Hermanos no es una novela erótica ni mucho menos, no deja de ser fantasía épica simplemente que, en las escenas que lo requieran intentaremos ser realistas sobre todo en este tema. Porque nosotros nos preguntamos, ¿por qué desde siempre en este género los escritores se han recreado en narrar las batallas y contiendas describiendo escenas violentas y muertes y, en cambio, las escenas de sexo (repetimos si vienen a cuento para la trama) simplemente se narran de pasada? Ante todo, creo que el género se merece normalidad, sin abusar nunca eso sí.

Después de esta reflexión y parrafada y, mientras los escritores nos sumergimos cada vez más en la carga emocional y complicada narración de los últimos capítulos de Sangre de Hermanos (complicada porque debemos dejar todo atado en los treinta capítulos para dar paso de una forma coherente al segundo libro), os dejamos con este extracto correspondiente capítulo. ¡Contadnos qué os parece!   


***

Las calles rebosaban de actividad. Mirara a donde mirara, una marea de gente parecía haber tomado las calles, de forma que parecía arrastrarla hacia un destino inevitable, contrario al que ella deseaba recorrer. Habían encontrado un lugar seguro para sus encuentros. Se trataba de una destartalada buhardilla en la casa de una anciana Edlar humana que Alye había atendido como sanadora en varias ocasiones. La mujer, ya ciega, se dedicaba a vender flores en el mercado y Alye se encargaba muchas veces de enviarle o incluso de llevarle personalmente alimentos, hierbas o cosas de primera necesidad. Agradecida, no había hecho preguntas cuando Alye le pidió poder disponer de la buhardilla cuando lo necesitara.

Desde luego que no era el rincón más romántico de Erthara, pero ellos no necesitaban más: un gran colchón de plumas que habían llevado allí a escondidas, sábanas limpias, y un par de candelabros que iluminaban la estancia, siempre a oscuras, pues procuraban tener los postigos cerrados.

Todavía era pronto. Alye abrió las contraventanas después de dejar en una rudimentaria mesa baja de madera una cesta con fruta, una jarra de agua fresca y una botella de links rojo. Respiró el aire de la tarde y una brisa helada se desplegó por toda la habitación. El invierno avanzaba inexorablemente y, aunque todavía no habían llegado las primeras nieves, se podía percibir ya su aroma en el viento. Se arrebujó en su capa de piel de marta. El kalanis de suave lana gris cubría todavía sus cabellos rojos. Sintió unos suaves pasos sobre los gastados tablones de madera del suelo y después unos brazos que la abrazaban con ternura, pero no se volvió.

—¿Te has preguntado alguna vez que ocurriría si nos descubrieran? —preguntó con voz suave y una mirada melancólica perdida sobre el laberinto de calles.

El silencio fue su única respuesta. El sol comenzaba a ponerse en el oeste, la ciudad poco a poco iba cambiando de color, y nuevamente sus calles blancas comenzaron a tornarse doradas y rojizas, o del color del cobre. Pronto la ciudad se volvió roja y brillante, como cada atardecer, como cada amanecer. Como presa en un sueño, Alye creyó sentir en su rostro un calor asfixiante y sofocante. Más allá del horizonte, la luz brillante lanzaba llamaradas de fuego, y pronto Alye sintió como si toda la ciudad hubiese sido presa de un enorme incendio.

—¿Deryan? —insistió nuevamente la elfa, intentando borrar aquella sensación de su mente.

El cesó en su abrazo, y ella sintió nuevamente el frío aire de noviembre.

—Nunca he querido pensar en ello —respondió el elfo, con el ceño fruncido. Y era verdad. Sólo que ahora, al expresarlo en voz alta, aquellas palabras cobraban ya demasiada fuerza como para obviarlas.

—A partir de esta noche mi compromiso con Intan ya será oficial. Y después tendré que casarme con él. —Se volvió para mirar a su amante—. Y lo nuestro habrá acabado. Será él quien me haga el amor cada noche, quien sacie su deseo en mí. Aunque yo no sienta nada sólo el vacío de no poder tenerte a ti.

Deryan sintió cada una de sus palabras como una puñalada en carne viva. No es que hubiera estado ciego pero quizás había preferido enterrar la cabeza en la arena antes que enfrentarse a aquella realidad que le oprimía el corazón y la razón. Porque, ¿acaso había algo que pudieran hacer para evitarlo? Los dos sabían que sólo tenían una salida.

—¿Huirías conmigo Alye? —Y nada más hacer la pregunta, se arrepintió de haberla formulada. ¿Por qué preguntarlo si ni siquiera él podría responderla? ¿Realmente él estaba dispuesto a huir?

Ella lo miró fijamente. Sus ojos grises parecían tristes, como los de un animalillo enjaulado. Por fin sonrió, pero esa sonrisa no iluminó su mirada como solía hacerlo.

—¿Y a dónde iríamos? Sólo con imaginar que mi padre se enterara… —La elfa tembló visiblemente.
Deryan suspiró aliviado. Al menos ella no le había hecho a él la misma pregunta. Tal vez al hacerla él, ella ya se daba por respondida. Aún así, se acercó hasta ella y tomó su rostro entre sus manos.

—Todo irá bien —murmuró junto a sus labios—. Encontraremos el modo. Aunque sea secuestrándote y encerrándote aquí, donde solamente yo pueda encontrarte.

La besó queriendo poner fin a sus palabras, a sus dudas y a sus miedos…a todo lo que les separaba. Deslizó una mano por su cuello hasta acariciar su delicada nuca y ella, en respuesta, gimió suavemente entreabriendo los labios, dándole paso para profundizar el beso.

Llevados por sus miedos y su propia pasión, comenzaron a desnudarse el uno al otro rápidamente, con violencia, como si el tiempo que corría en su contra se hubiera precipitado y cada segundo fuera para ellos una sentencia de muerte. Deryan tomó a la elfa en brazos y ella abrió las piernas subiéndose a horcajadas sobre él, abrazando con ellas su cintura. Deryan, incapaz de contenerse, la empujó de forma que la espalda de ella golpeó fuertemente contra la pared justo en el momento en el que la poseía. Se sintió apenas sostenida en vilo, temblando contra la pared, sometida al movimiento salvaje de sus caderas, gritando de placer con cada acometida, mientras él lamía cada gota de sudor y éxtasis que se deslizaba sobre sus pechos. Sus gritos se mezclaron con los de él, más graves, pero igual de profundos e incontenibles. Deryan gruñó su nombre y ella no pudo aguantar más, sollozando en un último gemido el nombre de él.

© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).


P.D. Os recordamos que en el margen de este blog tenéis los links para poder leer el prólogo, sinopsis, capítulo 1 y extractos del capítulo 4. 

3 comentarios:

  1. Genial el extracto, el sexo parece que es similar en todas las razas.

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  2. Muchas gracias Andos, ¡sobre todo viniendo de tí! Y sí, al final todo bicho viviente debería concebir el sexo igual ¿no? jajaja. ¡Saludos!

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  3. Jajajajajajaja Pues sí Andos!! Eso parece :P La verdad es que en este tipo de historias de fantasía parece que los autores no tenemos problemas en explayarnos en descripciones sangrientas (o al menos yo no los tengo :P), pero a la hora de las escenas de sexo nos llenamos de pudores XDDDDD

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