La Creación

Y primero la Vida despertó, y dijo: "He aquí el lugar donde he de crear". Y al volver el rostro observó a su hermano, la Muerte. Y él le respondió: "Pero todo lo creado ha de tener un final"

31 de mayo de 2024

El sueño de Shirae

Shirae, la primera Dalên en Aleneltê, lideró a los nareltha por el desierto y luchó contra enemigos externos e internos para lograr un nuevo territorio para los suyos.

Cuando Shirae fue nombrada Dalên de todos los nareltha, su pueblo aún vivía en Geselê, la que creían que era su hogar definitivo. Entonces los ríos fueron envenenados, un olor nauseabundo inundó la ciudad, y una sombra cubrió las estrellas. La enfermedad se extendió por la ciudad y la muerte se adueñó de sus calles. Pronto nadie estuvo a salvo de ella, y toda la ciudad se convirtió en una enorme tumba. Cuando Shirae comprendió que Geselê no podía ser salvada, reunió a los pocos que quedaban y huyeron al desierto. 
 

 
 
 
    El camino del desierto fue arduo y difícil. Agotados y resecos, sus espíritus anhelaban un hogar definitivo, lejos de todo mal. Más allá del Mar Escarlata descubrieron por primera vez las copas doradas y rojizas de los árboles de Elthaluare, y los verdes campos del Valle de Narbâs. Y más allá, el destello de unas cumbres blancas y eternamente nevadas que Shirae bautizó como Angennel. 
    En las faldas de aquellas montañas descubrieron una mina de una piedra blanca de extraordinaria dureza y resistencia. Esa noche, bajo la luz de las estrellas de Ireia, Shirae tuvo un sueño. Se vio a ella misma escalando una torre, construida con aquella misma piedra blanca; tan alta que desafiaba los cielos para alcanzar el hogar de los dioses. Empujada por lo que creía una visión de Eda, Shirae ordenó la construcción de la torre que había visto en sus sueños con la nulya, la piedra de la mina. Pero pronto esta piedra se agotó, esfumando su sueño. Pero ella no se rindió.
     Organizó una expedición y se adentró en las montañas escarpadas en busca de nuevas minas. Entre los picos nevados y los profundos barrancos, acechaban bestias feroces. A pesar de que sus rugidos resonaban como truenos en la noche, Shirae y los suyos no volvieron atrás. También tuvieron que enfrentarse a desprendimientos de rocas, como si fueran susurros de gigantes dormidos, que acabaron aplastando a algunos de ellos. Finalmente, encontraron nuevas minas de la piedra blanca y Shirae los suyos regresaron al campamento con material suficiente para poder continuar la construcción de la torre.
    Fue entonces cuando descubrieron que las Angennel eran también el hogar de los enanos, que se habían establecido allí mucho tiempo antes. Las minas de nulya eran suyas, dijeron antes de exigir a Shirae que se llevara a su pueblo lejos de las montañas.
    Pero algo había cambiado en el interior de los nareltha. Shirae decidió que debían permanecer en aquel lugar y luchar contra los enanos para defender su nuevo hogar. Ese fue el inicio de la división que fraguó el destino de los nareltha. Fue la primera vez que sus ennar se manifestaron. Y, aquellos que decidieron permanecer aferraron sus raíces en el nuevo asentamiento. Pero aquellos que decidieron luchar afilaron sus garras, liderados por Shirae. Comenzó entonces una guerra que se alargó en el tiempo, pues las canteras de piedra blanca eran un preciado valor tanto para los enanos como para los nareltha. Estos se impusieron en la Nithe Angennel, la primera guerra contra los enanos y la torre fue construida al fin. 
    Una vez erigida, Shirae comenzó su ascenso y, una vez en la cima de la torre, su voz resonó a través del valle y los picos de las montañas.

    -Aquí se levanta la imponente Sombra Blanca, inquebrantable y eterna. Perdurará a lo largo de incontables siglos, como testigo del poder de los espíritus de Elthalûare. 
 
    En aquel entonces, el territorio de los nareltha se ceñía solo a unas pocas millas alrededor de la nueva ciudad. En el este de Aleneltê, después del límite del bosque, se hallaban las vastas llanuras de Malererthe, “Tierra del Alba”, el lugar donde el sol emergía de las aguas. Aquellas tierras estaban habitadas por una tribu humana, los eralnien, “el pueblo de las llanuras”. 
 
 

     Durante las primeras décadas de la Tercera Era, los nareltha establecieron relaciones comerciales con ellos. Los eralnien les proporcionaban productos de sus campos a cambio de que los nareltha les consiguieran bienes y recursos del interior del Bosque Dorado, un área prohibida para la gente de las llanuras. Sin embargo, surgieron voces disidentes entre los nareltha, ya que algunos consideraban inmoral importunar a sus ennar, cuyos espíritus residían en las profundidades del bosque, al tomar productos de su territorio para un pueblo considerado hereje. Como resultado, los nareltha empezaron a establecer sus propios campos de cultivo en el Valle de Narbâs, lo que acabó generando tensión con los eralnien.
    Shirae lideró a los suyos hacia el Valle Narbâs, en busca de tierras fértiles para cultivar y expandir su territorio, a pesar de los eralnien, que ya habitaban aquella región antes de la llegada de los nareltha. La lucha por el control del río Nanya “Aguas Desbordantes”, en el centro de Narbâs, “Valle Rojo”, se convirtió en el punto central del conflicto entre los nareltha y los eralnien. Durante varios años. el río pasó varias veces de manos entre ambos pueblos. A medida que la guerra se prolongaba, los eralnien se encontraron cada vez más superados. Sin embargo, debido a las voces discordantes entre los nareltha que reclamaban poner fin al derramamiento de sangre y sufrimiento, Shirae inició negociaciones de paz con los eralnien. Cerca de la Sierra Ylelyene, en el año 38 T.E., Shirae y Girdier Cararroja, el jefe tribal de los eralnien, simbolizaron la paz colocando cada uno una piedra para la construcción de Tualya, “esmeralda”, una torre que marcaría el límite entre territorios.
    Tras años de incertidumbre, Shirae había logrado al fin un país para los suyos, y la paz con los pueblos vecinos. En el 46 T.E., en un encuentro de convivencia con los eralnien, Shirae sintió de repente una fuerte punzada en el costado. Le habían clavado un estilete cerca del corazón. Aquello provocó su fatal destino ese día, muriendo a los 162 años. Aún con algunos de los suyos en contra, los había dirigido durante más de cien años. Había sido nombrada Dalên tras la fatalidad ocurrida a su predecesor, Atharal, que murió a causa de la peste de Geselê. Y ella misma cayó por una fatalidad, dando paso a un periodo de inestabilidad en el seno de los nareltha, con los elthalântar y los narelântar sufriendo su primera división.


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