La Creación

Y primero la Vida despertó, y dijo: "He aquí el lugar donde he de crear". Y al volver el rostro observó a su hermano, la Muerte. Y él le respondió: "Pero todo lo creado ha de tener un final"

15 de diciembre de 2024

La primera ruptura entre narelântar y elthalântar

La primera ruptura entre narelântar y elthalântar.
Imagen: Magali Villeneuve

En el año 46 T.E., en un encuentro de convivencia con los eralnien, a Shirae, la primera Dalên en Aleneltê, le clavaron un estilete cerca del corazón. Murió así, a los 162 años.


    
Imagen: Magali Villeneuve


En el tumultuoso cónclave celebrado tras aquel asesinato, tuvo lugar la primera ruptura de los nareltha. Los elthalântar nombraron como su líder a Selyen, Viajera del Crepúsculo mientras que los narelântar proclamaron a Ethon, Rugido del Valle. Los primeros querían paz, los segundos venganza. 

—La venganza nunca trae la paz —dijo Selyen, con la voz serena de quien había sobrevivido a los horrores de las Ciénagas del Oeste—. Si respondemos a la sangre con más sangre, ¿podremos seguir honrando a la diosa que nos dio la vida?

Las hijas de Shirae fueron las primeras en replicar a Selyen. Ninmel, la mayor de ellas, habló frente al Nyazê:

—Mi madre fue asesinada mientras ofrecía la paz y su sangre regó el Valle de Narbâs. No buscamos venganza, sino justicia. Pero no la justicia que los eltha escondéis en vuestros libros. Queremos una justicia auténtica, y si no podemos encontrarla hoy aquí, la buscaremos con nuestras espadas.

Y la voz de Ethon, Rugido del Valle, tronó en medio de aquel conclave como un trueno que desafía al cielo. Un rugido que hizo danzar con temor a las ramas de los árboles que les rodeaban. 

—¡La Diosa nos eligió como su pueblo! ¡Y Ades nos enseñó que la muerte debe ser honrosa! —exclamó, con un fuego en los ojos que amenazaba incluso a los presentes—. ¡Shirae no la ha tenido y su alma grita justicia! ¡Ningún pacto ni consejo hoy aquí vertido acallará su grito! —Su voz se alzó aún más, como un torbellino que arrastra todo a su paso—. ¡Los narelântar no nos agacharemos como ovejas!

—Shirae no murió para traer la guerra a nuestra tierra —dijo Selyen, intentando hacerse entender entre el tumulto que había estallado entre los congregados. Su voz era cortante como una ráfaga de viento frío que buscaba aplacar el fuego desatado por Ethon—. Ella nunca actuó como un alma sedienta de venganza, sino que siempre fue una líder que buscaba la unidad de todos nosotros. Incluso los eltha reconocemos eso, a pesar de sus errores.

Selyen se adelantó un paso hacia Ethon, y fijó sus ojos en él, como si buscara calmar la tempestad de su ira.

—La justicia no debe ser un arma que se empuña para traer más muerte, ni una excusa para teñir de rojo los campos de Elerthe. Si la Diosa nos eligió, no fue para convertirnos en verdugos de las otras razas, hijos también suyos, sino para ser guardianes de su legado. Y si Ades nos ha enseñado algo sobre la Muerte, es que esta trae paz, no caos. 

Su mirada se movió por la asamblea, intentando acallar las protestas y buscando la chispa de la razón entre los rostros enfurecidos de los narelântar. 

—Los nareltha hemos forjado nuestro destino con palabras, no con espadas. Y los elthalântar no buscamos escondernos, sino seguir nutriendo nuestra tierra para que las ramas de nuestro pueblo crezcan fuertes, como siempre lo han hecho. ¿Acaso hemos olvidado que nuestra verdadera fortaleza ha residido siempre en nuestra unión, y no en nuestras disputas?

—Nunca podremos crecer fuertes si hay bestias amenazando nuestro bosque y nuestro legado.

Selyen se volvió de nuevo hacia Ethon y entrelazó sus manos con las de ella. Y, durante un instante, atisbó un destellode duda entre los ojos del guerrero. 

—Tu furia, Ethon, no es injustificada, pero si no la controlas, se convertirá en el arma que corte las raíces de los nareltha. Y sin raíces, hasta el más alto de los árboles cae. ¿Así queremos honrar la memoria de Shirae? ¿Convirtiéndonos en ramas caídas y huesos errantes, arrastrados por nuestra propia ira?

Ninmara, la menor de las hijas de Shirae, respondió en un susurro:
—Los muertos no necesitan discursos, necesitan justicia.

Así fue como partieron los seguidores de Ethon, cruzando el río Nanya, en busca de justicia…o de venganza, regando la tierra con la sangre de los traidores eralnien. Mientras se adentraban en territorio enemigo, más allá del río Nanya, la voz de Ethon rugía como un trueno, jurando que la matanza no cesaría hasta que los eralnien no entregaran a su líder, Girdier Cararroja. Quizás es por eso que, hoy en día, cuando la tormenta empieza, la gente avisa de la llegada del “rugido del valle”.

Kedir, un elthalânta que había conocido los años gloriosos de Geselê, escribió: “Las diferencias se han hecho más grandes y algunas ramas se han olvidado de seguir hacia la luz… …Ya dos han: los feroces, que manifiestan su ímpetu más de lo que se detienen a templarse, y los firmes, que cada día extendemos más nuestras raíces de sabiduría y alimento del espíritu.

La cacería duró varios meses, mientras los narelântar daban muerte a los eralnien, incluidos niños y ancianos, hasta que estos entregaron a su líder. Al final, regresaron a Aleneltê con Girdier Cararroja encadenado. 

—Aquí está el asesino de Shirae —dijo Ethon, dejando caer a Girdier frente a Selyen—. Su vida termina hoy.

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