Los nareltha: nuestras inspiraciones para concebir una cultura fantástica
Hay pueblos que existen en los libros de historia y otros que nacen cuando la imaginación decide beber de ellos.
¡Hola, viajeros!
Y, por supuesto, no podemos negar nuestras raíces tolkienianas. Las Espadas de Eda nació hace muchos años como un fanfic ambientado en la Tierra Media, una historia surgida en el juego de La Guerra de los Clanes, de la web de ElAnilloUnico.
El resultado fue un pueblo dividido entre la vida y la muerte, entre la espada y el espíritu, pero con un destino común: custodiar las Espadas de Eda y mantener el frágil Equilibrio de Erthara.
Influencia del Universo de Tolkien
Siempre nos ha fascinado la cosmogonía de Tolkien, y la historia de Sangre de Hermanos nació precisamente como un fanfic ambientado en su universo. Por eso sería imposible negar cuánto ha influido su obra en la construcción de nuestro mundo.
En primer lugar, los dioses de Erthara beben directamente de los de Arda. Eda y Ades, la diosa de la vida y el dios de la muerte, son las dos fuerzas primordiales que crearon el mundo a partir del Equilibrio. Eda toma inspiración de Yavanna, quien dio forma a todo lo que crece: los bosques, las plantas (Kelpë) y los animales (Orocarnë). Ades, en cambio, guarda una profunda conexión con Mandos, el Valar del destino y guardián de las Casas de los Muertos.
Ireia, creadora de los elfos y diosa de las estrellas, está inspirada en Varda (Elbereth), la Reina de los Valar. Y Ales, dios de los mares y padre de los humanos, comparte el espíritu insondable de Ulmo, señor de las aguas.
Del mismo modo, los elfos, humanos y enanos de Erthara conservan muchos rasgos de sus contrapartes tolkienianos. Sin embargo, hay una diferencia importante: en Erthara, incluso los elfos son mortales. Su vida puede prolongarse más de mil años, pero también ellos están sujetos al ciclo del Equilibrio: la vida y la muerte.
Las Espadas de Eda, como artefactos centrales y poderosos de la historia, cumplen un papel similar al de los grandes objetos de poder en la obra de Tolkien, como los Silmarils o el Anillo Único.
Por último, también hay ecos tolkienianos en la historia de Tualêma, la primera ciudad nareltha, cuyo hundimiento recuerda al destino trágico de Númenor, la isla devorada por las aguas tras desafiar a los dioses.
Grecia clásica: Esparta y Atenas
De Atenas, los elthalântar tomaron la palabra, el conocimiento y la búsqueda del equilibrio entre cuerpo y mente. Su formación, la Ninlomê, se centra en la filosofía, la música, la naturaleza y las ciencias.
La política de ambos clanes también guarda un aire ateniense: el Nyazê se parece al consejo de ancianos y la Nyantasse, una asamblea donde se vota a mano alzada, recuerda a la Ekklesía ateniense.
Si leéis Sangre de Hermanos, veréis reflejos de esa Atenas luminosa y racional frente a la Esparta guerrera. Los nareltha viven justo en medio de esas dos visiones: la espada y la palabra, la guerra y el saber. Y ahí, en ese choque, se ha forjado toda su historia.
Mitología nórdica: los Æsir y los Vanir
El origen de los nareltha también bebe de la mitología nórdica. Su división eterna recuerda a la guerra entre los Æsir y los Vanir. Los primeros eran dioses de la guerra y el poder; los segundos, de la vida, la magia y la naturaleza. No cuesta ver el paralelismo: los elthalântar se parecen a los Vanir, los narelântar a los Æsir.
Ese equilibrio inestable, ese culto a la muerte gloriosa y los juramentos de sangre tienen mucho del espíritu vikingo. Los narelântar aspiran a alcanzar el Narwa, la plenitud del guerrero, y creen que al morir su espíritu descansará en Ishana, la estrella de todas las razas, igual que los vikingos soñaban con llegar al Valhalla.
Por su parte, la prueba del ennar de los elthalântar recuerda al fresno perenne, Yggdrasil, el árbol que sostiene los mundos, y la imagen de un joven atado a su árbol durante tres días evoca a Odín colgando del fresno para alcanzar la sabiduría.
Incluso las okkan, las letras nareltha grabadas en estandartes y armas, comparten ese significado místico de las runas nórdicas: símbolos que no solo comunican, sino que encierran poder.
Los celtas
De los celtas tomamos su alma salvaje, esa forma de mirar al bosque y ver en él algo más que árboles. Cada nareltha nace con un ennar, un espíritu animal o árbol, que lo acompaña toda la vida. La esencia celta se cuela por todas partes: en los tatuajes rituales de los elthalântar, hechos con la madera y las cenizas del árbol sagrado; en los saikô, que los nobles eltha lucen con orgullo, similares a los torques celtas; en los Hyolâr, los músicos de guerra que hacen retumbar los tambores; y en los rituales de hermandad, donde compartir la bebida roja, la sangre de hermanos, sella la unión antes de la batalla. Incluso la caballería nare, rápida y valiente, bebe del espíritu celta, de esos jinetes expertos que cabalgaban sin miedo por los campos de guerra.Culturas indígenas de Norteamérica
Los ennar también nacen de la tradición de las culturas indígenas norteamericanas, donde el tótem era protector, guía y símbolo del clan. Un lobo, un águila, un oso… no son simples emblemas: representan quién eres y a qué perteneces. En los nareltha ocurre igual. Su ennar no es una marca decorativa, sino una identidad viva, un lazo que une al individuo con la naturaleza y con la comunidad a la que pertenece.
Japón
Y por último está Japón, con su espiritualidad sintoísta y esa idea de que todo tiene alma: los ríos, las montañas, los árboles… De ahí viene la conexión de los nareltha con sus ennar. La madera del árbol muerto en la prueba de los eltha se transforma en herramienta ritual y sus cenizas en tinte. Todo conserva una parte del espíritu original, igual que ocurre en el shintai japonés, donde los objetos sagrados guardan la esencia divina. Esa visión animista fue clave para dotar a los nareltha de una espiritualidad profunda, muy distinta a la de otros pueblos de Erthara.






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