Hoy
retomamos los relatos que narran las guerras que tuvieron lugar entre las
naciones del sur de Aranorth, entre los caballeros de Kelthist, los bárbaros de
Tet wup, los Señores de Angh y los Cuervos de Bren Tornya. El link a los
relatos anteriores de esta saga figuran en el margen de este blog, donde
pone "Espadas y Equilibrio".
Esta
vez, Nailis, la capitán de la nación confederada de Kelthist, sobrevive a la
guerra debido a su posición geográfica, pero ni siquiera el corazón de esta
tierra puede estar seguro, porque a veces el enemigo puede estar en casa...
Extrañas nubes llenaban
el cielo y el sol del otoño brillaba levemente más allá de ellas, tímidamente oculto. Un grupo de caballeros
montados en sus corceles se dirigían hacía Nailis desde la ciudad de Palacio
del Bosque. Cuando se internaron en el Bosque Rojo se percataron del extraño
rumor que las hojas de los árboles emitían a su paso. Darlak miró a su
alrededor y supo que aquello era síntomas de mal augurio. Cabalgaba a lomos de
un hermoso corcel de guerra, fuerte y poderoso. Portaba con él un yelmo que no
llevaba puesto en esos precisos instantes, un escudo simple pero bien trabajado
e, introducida en su correspondiente vaina, llevaba a Envinyanta, la espada que
le había acompañado en las numerosas batallas que Darlak había tenido que
participar.
—El bosque está
intranquilo —dijo mirando a la joven que cabalgaba a su lado.
Aeris no supo que
decirle y se limitó a seguir cabalgando por entre los árboles de aquel bosque
extraño e intranquilo. La doncella iba vestida con una hermosa y cómoda ropa
que Annamel le había proporcionado en Palacio del Bosque antes de partir.
El camino por donde
transitaban discurría en el interior del bosque. Unos metros más adelante, el
camino hizo bajada y fue entonces cuando en su campo de visión se hallaron con
el lugar de destino. Allí, justo delante de ellos, se alzaba Nailis,
majestuosa, enclavada en las Colinas de Hierro y recortada en medio del bosque
que la había visto alzarse.
—Aceleremos el paso
—pidió Darlak a sus acompañantes. Además de Aeris le acompañaban otros tres
hombres. El capitán había dejado al resto de su compañía a las órdenes de
Annamel en Palacio del Bosque por si esta ciudad sufría de nuevo un ataque.
Empezaron a acelerar el
paso y, cuando estaban a punto de llegar a la puerta de la primera muralla de
la ciudad, un grupo de jinetes les salió al encuentro. Eran miembros de la
guardia de la ciudad.
—¡Alto! —ordenó el que
iba en cabeza del grupo —¿Cuales son vuestros nombres?
—Soy Darlak Marbail,
capitán de la segunda compañía, y la doncella que me acompaña es Aeris Niramar.
—El medio elfo se quedó mirando al guardia esperando que los dejaran pasar sin
ningún problema— Por tu bien espero que nos dejéis pasar.
—Esto lo tenemos que
consultar con el gobernador —dijo mientras giraba la cabeza hacia atrás. Uno de
los hombres que estaban tras de él se percató del motivo de esa mirada y se fue
a consultar al gobernador.
—¿Acaso el rey Eartan
ha regresado del norte? —preguntó Darlak al guardia.
—No, nada se sabe sobre
el antiguo gobernador de esta ciudad.
—Pues no entiendo esta
detención ante las puertas de la ciudad. Habéis de saber que, en ausencia de
Eartan y el resto de caballeros del reino, Igalin, señor del bosque Bosque Rojo,
y yo somos los regentes de estas tierras.
Fue entonces cuando llegó el mensajero con la noticia de que el nuevo gobernador les recibiría gustosamente. Se adentraron entonces en la ciudad y cruzaron la avenida de Tud’Am hacia la ciudadela de los capitanes. En la sala donde otrora residiera Eartan, Darlak se encontró con alguien conocido. Un rechoncho hombre se había adueñado de la majestuosa silla símbolo del poder de Kelthist.
—Darlak Marbail, es un
honor encontrarnos de nuevo.
El caballero no pudo
evitar mirar desafiantemente a quién le acababa de hablar con tanto desdén y
repulsa. ¿Con qué derecho aquel miserable se había tomado la libertad de
adjudicarse el gobierno de la ciudad?
—¿A qué estás jugando,
Irunen?
El hombre, que antes
era miembro de la guardia real y que ahora se sentaba en aquella silla, no pudo
evitar reírse con sonoras carcajadas al ver la cara de incredulidad de Darlak.
—Las cosas han cambiado mucho en esta ciudad desde la última vez que nos vimos. Puesto que tu forma de proceder en ese entonces no fue la adecuada ahora no aceptamos ayuda alguna de ti ni de ningún caballero de vuestra orden. Podéis regresar a vuestro querido Palacio del Bosque.
—Las cosas han cambiado mucho en esta ciudad desde la última vez que nos vimos. Puesto que tu forma de proceder en ese entonces no fue la adecuada ahora no aceptamos ayuda alguna de ti ni de ningún caballero de vuestra orden. Podéis regresar a vuestro querido Palacio del Bosque.
—No eres tú quién para
dirigir esta ciudad, Irunen.
—¿Y quién lo va a
hacer? ¿Alguno de los honorables caballeros de este reino? ¿Aquellos que se
creen herederos de los caballeros de la leyenda del Caliz? Hay rumores de que
Eartan ha muerto en las tierras del norte. De la dulce Driane y de Aiglat poco
se sabe. A Igalin Sulet poco le importa el resto del reino sólo su bosque. ¿Y
Kielhe? que según dicen ha fracasado en su intento de defender Blath Laidir de
las fuerzas de los Señores de Angh.
—Estamos en tiempo de
guerra y los conflictos que Kelthist tiene con otras naciones hace que estemos
en esta situación. Pero has de saber que Igalin y yo, hasta el regreso del
resto de caballeros del reino y de la consiguiente paz, somos los regentes de
estas tierras.
Irunen se volvió reír.
—Ni hablar, no voy a
dejar este reino en vuestras sucias manos, ni en las tuyas ni menos aún en las
manos de Igalin, que sólo se preocupa por su bosque. Así que, por intento de
conspiración hacia el nuevo regente del reino, tú y tus hombres seréis
encerrados —y dirigiéndose a sus guardias, ordenó— Proceded a su arresto.
Así fue como Darlak y sus hombres fueron encerrados en las mazmorras de Nailis mientras Kelthist se quedaba a la deriva en tan terribles tiempos que azotaban las tierras del sur de Aranorth.
Darlak y sus hombres
fueron conducidos a las mazmorras y allí pasaron la noche. En la celda en la
que a Darlak le tocó compartir con Aeris, empezaba a hacer frío. En una
esquina, la joven observaba cómo Darlak iba y venía de un lado a otro de la
celda. La joven notaba la impotencia y la rabia que asaltaban al capitán de su
compañía sin poder hacer nada por él. De repente, la joven doncella notó un
extraño olor a humo que venía del exterior.
—Darlak, algo está
ocurriendo ahí afuera —El capitán desvió su mirada hacia atrás y Aeris se
asustó al ver el aterrador rostro de él. Sus ojos desorbitados y la
desesperación de su cara lo habían convertido en un lobo enjaulado deseoso de
salir de su encierro. Nunca había visto tanta impotencia en su capitán.
—¡Maldición! —exclamó Darlak
mientras se lanzaba a buscar un cierre, unas bisagras, algún mecanismo para
poder abrir la puerta desde dentro, pero todo fue en vano —¡Abridnos!
Darlak siguió
maldiciendo mientras daba patadas a las paredes y a la puerta de la celda.
Sabía qué estaba sucediendo en el exterior, sabía que los enemigos habían
llegado a la capital y sus más oscuros temores se estaban haciendo realidad. Y
él no quería estar allí encerrado mientras la capital caía en las asquerosas
manos de los enemigos. Se hizo sangre de tanto golpear la puerta con los puños
pero fue en vano. Allí permanecieron Darlak y Aeris mientras Nailis era
invadida.
© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).
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