¡Salud, viajeros!
En la entrada anterior, nos quedamos con Nailis a punto de ser atacada, es hora de saber qué ha ocurrido. ¡Disfrutad la lectura!
—Podéis salir de aquí. Han invadido la ciudad —dijo uno de los hombres mientras les daban las armas que le requisaran antes de ser encarcelados. Darlak miró con regocijo su espada.
Salieron de la celda y
fueron a liberar a los otros tres compañeros de Darlak para acto seguido salir
de aquel lugar.
—¿Cuándo ha empezado la
invasión de las tropas de Tet wup? —le preguntó el caballero a uno de los
hombres que le habían liberado.
—Los que nos han
asaltado no son tropas de Tet wup. Los que están invadiendo esta ciudad portan
la bandera de Angh —informó mientras subían las escaleras.
—¿Cómo es posible? ¿Más
enemigos? – inquirió el Darlak, incapaz de dar crédito a lo que escuchaba.
—En Blath Laidir las
tropas de Kielhe no han conseguido retener a las compañías de Angh que llegaron
en sus barcos hace algunas semanas. Parece ser que algunas tropas de ellos han
penetrado tierra adentro.
Una vez en el exterior
del edificio de las mazmorras, que se hallaban cerca de la ciudadela de los
capitanes, se encontraron con un paisaje desolador. La mayoría de las torres y
de los edificios, principalmente los que se encontraran en la parte oeste de la
ciudad, habían quedado arrasados y eran consumidos ahora por grandes lenguas de
fuego del voraz incendio que los asaltantes habían provocado para hacer caer la
ciudad.
—Los enemigos tienen ya
bajo su control casi toda la ciudad. Los pocos soldados que quedan de nuestra
defensa se hallan en la gran plaza de la ciudad —contó uno de los dos guardias.
Mientras corrían calles
abajo en dirección a la plaza, por doquier advirtieron las consecuencias de la
masacre pertrechada por las tropas de Angh. Un carro transportando dos bultos
cubiertos por sábanas, los cimientos ennegrecidos de las casas arrasadas o un
charco de sangre sobre la cual reposaba algún arma mellada constituían los
mudos testimonios de los sangrientos actos de los invasores.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué
nos han atacado? —le preguntó a Darlak una compungida Aeris.
—¿Quién sabe? Quizás los señores de Angh apoyen también al Duque Bolged. Atravesamos tiempos aciagos. Este reino se desmorona, mi valerosa doncella—. Aeris le miraba con ojos tristes e incrédulos—. Nuestras tierras están plagadas de enemigos y nuestro destino es hoy desconcertante.
—¿Quién sabe? Quizás los señores de Angh apoyen también al Duque Bolged. Atravesamos tiempos aciagos. Este reino se desmorona, mi valerosa doncella—. Aeris le miraba con ojos tristes e incrédulos—. Nuestras tierras están plagadas de enemigos y nuestro destino es hoy desconcertante.
Llegaron a la plaza Sadenhân, donde se concentraba gran parte del ejército invasor que casi tenía el control sobre el baluarte de la ciudad, el lugar que constituía el corazón de la capital. Pocos eran los que quedaban para poner freno a su propósito. Sin apenas dudarlo, Darlak y sus acompañantes se lanzaron al ataque para ayudar a los que aún resistían, que combatían no con la esperanza de conseguir alguna victoria pues todo estaba ya perdido sino con la intención de defender hasta el último momento una ciudad que ya estaba perdida.
Consiguieron hacer caer
a algunos enemigos mientras se introducían en un ambiente coloreado de
destrucción, muerte y desolación al tiempo que sus espadas danzaban en el
remolino de la batalla. Pero el desenlace ya estaba decidido y fue cuestión de
poco tiempo que esta historia llegará a su final.
Mientras la espada
negra de Darlak hacía lo posible para hacer estragos en los enemigos y el
caballero se encontraba en ese remolino de despropósito, vio como la indomable Aeris
Niramar caía. Tras perder su poderoso arco, la joven decidió lanzarse
fieramente hacia un fornido guerrero con el que estaba luchando. Su objetivo
era dañarle con una daga que Annamel le había proporcionado antes de salir de Palacio
del Bosque. Consiguió herirle pero no pudo rematarlo porque, justo cuando lo
iba a hacer, fue derribada por otro hombre que había acudido a la defensa del
guerrero. La daga cayó junto a ella y el guerrero aprovechó la situación para
clavarle la daga en el costado.
A Darlak no le dio tiempo de acudir a su ayuda, ni siquiera tuvo tiempo para gritar o atribularse por la caída de Aeris Niramar. Su momentánea distracción fue aprovechada por un hombre que le lanzó un poderoso dardo que impactó en su cuerpo, al tiempo que otro enemigo se lanzaba con su hacha hacia él golpeándole el hombro. Mientras Darlak perdía el equilibrio usó su espada para asestarle un golpe mortal. Pero las heridas sangraban mucho y todo se volvió confuso para él. La mente se le nublaba mientras, alrededor, se escuchaban los gritos de júbilo de los enemigos celebrando su victoria. La lluvia que empezó a caer entonces empapó los cuerpos de Darlak Marbail y Aeris mientras yacían en medio de la destrucción y las ruinas de la ciudad.
A lo lejos, una fuerte tormenta se aproximaba hacia la ciudad caída, que lamía las heridas producidas por el espantoso saqueo.
© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).
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